Nos preguntamos ahora cuál es el sentido de esa verdad profunda del Dasein de que hemos estado hablando hasta este momento. Nos preguntamos qué verdad es esa que arraiga en lo más hondo de la existencia humana. ¿Qué tipo de verdad es la que allí encontramos? Por lo pronto, es claro que no se trata de una verdad en el sentido tradicional de la adecuación del intelecto con las cosas. Para que haya esta verdad de adecuación, es necesario que el intelecto se enfrente con las cosas, que las tenga frente a frente como objetos. Y esto sólo es posible en la cognitio in actu signato, en el conocimiento temático y explícito de cualquier realidad.
Ciertamente la verdad originaria no es una verdad temática. Es previa a toda tematización, a toda diferenciación entre nuestros actos y el objeto a que ellos apuntan intencionalmente. La verdad originaria es una especie de compenetración de la existencia por ella misma. Es algo así como una presencia de sí a sí mismo.
Se podría pensar entonces que se trata de esa otra verdad que Heidegger describe en el § 44 de Ser y tiempo y que él llama la más originaria. Para aclararla, Heidegger parte de un tipo previo de verdad, intermediaria entre la verdad de adecuación y la [28] verdad más originaria, y que él llama la “verdad de los entes”: “Que el enunciado sea verdadero — nos dice — significa que descubre al ente en sí mismo. Enuncia, muestra, ‘hace ver’ (άπόφανσις) al ente en su estar al descubierto. El ser-verdadero (verdad) del enunciado debe entenderse como ser-descubridor (entdeckend-sein)” (SZ :239). Frente a las objeciones que considerarían a esta definición como “extremadamente arbitraria”, Heidegger afirma que ella “sólo contiene la necesaria interpretación de lo que la más remota tradición de la filosofía antigua ya barruntó en sus orígenes y comprendió al mismo tiempo de un modo prefenomenológico. El ser-verdadero del λόγος en cuanto άπόφανσις es el άληϑεύειν en el modo del άποφαίνεσθαι: un hacer ver al ente en su desocultación… sacándolo fuera del ocultamiento” (SZ :239). La άλήϑεια que Aristóteles identifica en algunos textos con el pragma y los phainomena, no viene a ser sino eso que llamamos las “cosas mismas”, vale decir, lo que se muestra, esto es, “el ente en el cómo de su estar al descubierto” (p. 240). Esta “definición” de la verdad — nos dice Heidegger — “no es un repudio de la tradición, sino su apropiación originaria” (ibid.). La definición de la verdad como un estar al descubierto y ser-descubridor “tampoco es la mera aclaración de una palabra, sino que surge del análisis de aquellos comportamientos del Dasein que solemos llamar en primera instancia ‘verdaderos’ ” (ibid.). “Ser-verdadero, en tanto que ser-descubridor, es una forma de ser del Dasein” (ibid.). Ahora bien, “aquello que hace posible este descubrir mismo necesariamente deberá ser llamado ‘verdadero’ en un sentido más originario” (ibid.). Y entonces Heidegger concluye, destacándolo con cursivas: “Los fundamentos ontológico-existenciales del descubrir mismo ponen por primera vez ante la vista el fenómeno más originario de la verdad” (ibid.). ¿Cuál es este fenómeno “más originario” de la verdad? Es — frente al estar al descubierto de los entes mismos — el ser-descubridor del propio Dasein: “sólo con la aperturidad del Dasein se ha alcanzado el fenómeno más originario de la verdad” (p. 241, destacado por Heidegger). “En tanto que el Dasein es esencialmente su aperturidad [su Ahí], y que, por estar abierto, abre y descubre [los entes], es también esencialmente ‘verdadero’” (ibid.). Es lo que Heidegger resume en la formula “el Dasein es ‘en la verdad’” (ibid.). “Este enunciado tiene un sentido ontológico. No pretende decir que el Dasein esté siempre, o siquiera alguna vez, ónticamente iniciado ‘en toda la verdad’, sino que afirma que a su constitución existencial le pertenece la aperturidad de su ser más propio” (ibid.).
Tenemos, pues, según Heidegger, tres estratos, por así decirlo, de la verdad: la verdad como “adecuación”, la verdad como estar al descubierto de los entes, fundamento de aquélla, y la verdad como aperturidad del propio Dasein, que funda, a su vez, la verdad de los entes.
Con esta última verdad, habríamos llegado al fondo definitivo de toda verdad: verdad sería, pues, en última instancia, aperturidad del Dasein, como momento constitutivo de su ser.
Pero ahora podemos nosotros echar mano de esa nota del Hüttenexemplar que antes hemos dejado sin examinar. Me refiero a la nota puesta al texto del § 7 donde Heidegger nos decía que lo que la fenomenología tiene, primariamente, que hacemos ver es “aquello que de un modo inmediato y regular precisamente no se muestra, pero que al mismo tiempo es algo que pertenece esencialmente a lo que inmediata y regularmente se muestra, hasta el punto de constituir su sentido y fundamento” (SZ :58). A este texto Heidegger añade, en su ejemplar de la Hütte, la breve y lacónica frase: “Verdad del ser” (Wahrheit des Seins). [29] Esta nota es obviamente posterior a la época de Ser y tiempo . Y yo pienso que aquí hay una especie de autocrítica. Aquello último en que se funda la verdad del ente no es, en definitiva, la aperturidad del Dasein (sin negarla, por supuesto), sino algo aun más radical, algo en lo que la aperturidad misma del Dasein se funda. Y esto es la verdad del ser. ¿Qué quiere decir esta expresión? Es una formula que encontramos a cada paso en la época posterior a la Kehre, por ejemplo, en los Beiträge zur Philosophie [GA65 ]. Verdad del ser es el esplendor originario del ser mismo, es su desocultamiento radical. Es cierto que el ser queda de algún modo oculto tras el aparecer desencubierto de los entes. Vemos los entes, e incluso la entidad de los entes (el tema de la metafísica) a costa de dejar en la oscuridad el ser mismo. El ser mismo — decíamos — se oculta a sí mismo para que los entes puedan aparecer en su alétheia. Ahora bien, esto mismo es un modo del acontecer radical que es la Seinsgeschichte, la historia del ser, vale decir, un modo del destinarse del ser, que se esconde tras el resplandor de los entes. Es el destino de Grecia y, en su seguimiento, el de toda la filosofía de Occidente.
Pero el ser se está ocultando para que puedan aparecer al descubierto los entes. Y si ellos aparecen al descubierto, es porque el ser mismo los hace aparecer. Y esto equivale a decir que, junto con ocultarse, el ser se manifiesta en una forma inadvertida, se manifiesta “ocultamente”, para decirlo con una paradoja.
Ahora bien, esta verdad del ser que hace posible el aparecer al descubierto de los entes, es la verdad más originaria. Lo más originario no es la verdad del Dasein, sino la verdad del ser mismo. Lo que en el fondo del Dasein está manifiesto como lo más radical de ese mismo Dasein, es la verdad del ser. El Dasein no es lo último, sino lo penúltimo: en efecto, él mismo está arraigado en algo que lo impulsa al desocultamiento. La proyección comprensora del Dasein no se apoya en ella misma, sino que recibe su movimiento del propio ser, del ser en cuanto tal. El Entwurf del Dasein es un geworfener Entwurf, un pro-yecto yectado. Y el yector de este proyecto yectado es el ser. No es tan sólo que el Dasein abra el ser, sino que el Dasein, ya para abrir el ser, necesita del ser. El Dasein está radicalmente interpelado por el ser; y sólo porque lo está, se ve necesitado a proyectar aperientemente el ser. La verdad del ser es más honda que el abrir del Dasein, más honda que ese abrir que es constitutivo del Dasein. El Dasein está radicalmente poseído por el ser. Y por eso el ser es un acontecer apropiante (Ereignis).