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Rivera (2001:24-25) – Dasein, ôntico próximo e ontológico distante

quarta-feira 30 de outubro de 2024, por Cardoso de Castro

“La primacía ontico-ontológica del Dasein es, pues, la razón de que al Dasein le quede oculta su específica constitución de ser — entendida en el sentido de la estructura ‘categorial’ [‘categorial’ con comillas] que le es propia. El Dasein es para sí mismo ónticamente ‘cercanísimo’, ontológicamente lejanísimo y, sin embargo, preontológicamente no extraño” (SZ  :40).

Detengámonos en estas palabras: “El Dasein es para sí mismo ónticamente ‘cercanísimo’”, puesto que él mismo es ese ente que llamamos Dasein. La cercanía óntica es la cercanía que consiste en ser él mismo el ente al cual se trata de acceder. En cuanto ente, el Dasein está siempre accedido, puesto que él mismo lo es. “Cercanísimo” significa aquí tan cerca como es posible o, lo que es igual, imposible de estar más cerca. Y esto, a su vez, quiere decir que entre el Dasein y sí mismo no hay ninguna distancia óntica. Uno tendería a alegrarse de esta cercanía; se diría que ella elimina todos los problemas. Pero no es así. Es exactamente al revés: eso que nos es tan cercano que lo somos nosotros mismos, viene a ser para nosotros “ontológicamente lejanísimo”. En efecto, nada más difícil de aprehender temáticamente y de aprehender, sobre todo, en su ser mismo, que lo que nos es más inmediato. Los ojos con que vemos todas las cosas, con sernos tan inmediatamente cercanos, no son vistos por nosotros. Y si los vemos en el espejo, los habremos puesto lejos para verlos. Pero, peor aun, esos ojos que habremos visto en el espejo son — precisamente — unos ojos “vistos”, pero no los ojos “videntes”, esto es, los únicos verdaderos ojos. No vemos el ver de los ojos. Por lo menos no lo vemos con un ver “contemplante”, distancial. El Dasein que somos nos es “ontológicamente lejanísimo”. Y esto quiere decir que su modo de ser, su ser mismo, se nos escabulle pertinazmente, no se deja apresar por la mirada teorética. Sucede con el ser del propio Dasein lo que sucede en general con el ser en cuanto tal: todo lo vemos en su luz; el ser nos hace ver los entes en su precisa [24] condición de tales, pero, justamente por eso, el mismo se nos escapa. Nos absorbemos en los entes, vamos directamente a ellos, y de esta manera perdemos de vista el ser mismo. De tanto ver entes, no echamos de ver lo que nos hace ver los entes. De la misma manera como de tanto ver las cosas visibles, no vemos la luz que las hace ser tales. Cuando digo que “no vemos la luz”, me refiero a un ver que la viera como “algo visible” más. En otro sentido, sin embargo, no cabe duda de que vemos la luz. Y tanto la vemos, que es precisamente porque nos movemos con nuestra vista en la luz por lo que vemos todo lo demás que queda iluminado por ella. Pero dejemos por ahora este otro modo peculiarísimo de ver que nos permite ver — realmente ver — la luz. Lo cierto es que la luz no la vemos como una cosa visible más, en el sentido como entendemos esta “visibilidad” habitualmente: no la vemos como un objeto visible. Otro tanto ocurre con el ser: no lo vemos como si fuera un ente. ¡Claro que no! ¡No faltaba más! El ser parece “ocultarse” en el aparecer de los entes. Notemos, sin embargo, que lo que entendemos por “ocultarse” cobra tal sentido solamente desde el manifestarse de los entes. Sin lugar a dudas, el ser no se manifiesta como se manifiestan los entes. Y en este preciso sentido, el ser se oculta. Este estar oculto del ser es la condición de posibilidad para el comparecer de los entes. Si el ser fulgurara con todo el esplendor que le es propio, dejaría en la penumbra a los entes. Estos se diluirían en la luz del ser. Ahora bien, eso que ocurre con el ser, ocurre también con el propio Dasein: de tan cercano — invasoramente cercano — que es, no nos es posible verlo. No lo vemos, se entiende, como un objeto presente. Su ser se nos escapa de entre las manos.

Pero la frase de Heidegger no sólo dice que el Dasein es para sí mismo ónticamente cercanísimo y ontológicamente lejanísimo. Dice también, en tercer lugar, que preontológicamente el Dasein no es extraño para sí mismo: vorontologisch nicht fremd. Que no sea extraño para sí mismo significa que no se es ajeno, que es, para sí mismo, preontológicamente “familiar”. Lo cual significa que, en una comprensión no teorética, sino radicalmente vital, el Dasein ya está comprendido por sí mismo en su mismo ser. ¿Cómo? Ya hemos dicho que, siguiendo una propensión que le es “natural”, el Dasein se interpreta de un modo inadecuado: se interpreta desde los entes que no son él, desde los entes intramundanos. Y se interpreta así haciendo suya una interpretación ajena, la del uno, que es la de todos y la de nadie. Esa interpretación no brota del propio Dasein, es decir, no brota de una comprensión en la que el Dasein se proyectara en su mismo ser, sino que el Dasein la recibe hecha, al modo de un estado interpretativo vigente, al modo de un topos impersonal.


Ver online : Jorge Rivera


RIVERA, Jorge E. Heidegger y Zubiri. Santiago de Chile: Ed. Universitaria, 2001