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STUDIEN ZUR PHÄNOMENOLOGIE (1930-1939) [1966]

Fink (1966a:158-161) – alegoria da caverna

Que quer a fenomenologia de Edmund Husserl?

sábado 3 de junho de 2023, por Cardoso de Castro

Para una interpretación fenomenológica, la caverna viene a ser la imagen de la permanente situación del hombre en el mundo. Siempre nos hallamos atados hasta la inmovilidad por la fascinación de una potente tradición de “prejuicios” que nos mantienen de espaldas a lo realmente existente y nos vuelven hacia el mundo de las “sombras", las de nosotros mismos y de las cosas.

Raúl Iturrino Montes

Pero la situación paradójica de la filosofía fenomenología de Husserl   se deja simbolizar por medio de la alegoría de la caverna platónica, no porque ella misma sea un platonismo modernizado de alguna manera, sino porque Platón  , desde el poder de la intuición mítica, dio con el gran símbolo visionario de todo filosofar. Por cierto, esta imagen manifiesta todo su poder de iluminación sólo en referencia a la filosofía platónica. Pero aplicada a la fenomenología en una libre reflexión, muestra un poder iluminador que aclara y alumbra mediante el símbolo.

En una caverna, en la que entra una luz crepuscular a través de una entrada estrecha y alta, hay unos hombres sujetos y atados hasta la inmovilidad, vueltos de espaldas a la entrada y a la luz, mirando hacia la pared de la caverna, sobre la cual se proyectan las sombras de sí mismos así como de cosas que se mueven allá afuera frente a la entrada de la caverna. Necesariamente, han de considerar que las sombras son las cosas realmente existentes, ya que jamás se han podido ver a sí mismos ni a las cosas que se mueven allí afuera. Todo su conocimiento es, por tanto, conocimiento sobre sombras; sus verdades, sobre sombras, sin que ninguno sepa nada sobre la condición de sombra como tal. Y como habrá entre estos hombres algunos que podrán precisar y conocer más rápidamente y mejor que los otros las sombras consideradas como lo que existe realmente, también dentro del conocimiento de sombras se dará la distinción entre un conocimiento ingenuo y uno más perfecto.

Para una interpretación fenomenológica, la caverna viene a ser la imagen de la permanente situación del hombre en el mundo. Siempre nos hallamos atados hasta la inmovilidad por la fascinación de una potente tradición de [168] “prejuicios” que nos mantienen de espaldas a lo realmente existente y nos vuelven hacia el mundo de las “sombras", las de nosotros mismos y de las cosas. Pero “sombras” no significa tanto como lo irreal, lo propiamente no existente, sino antes bien lo que deriva el sentido de su ser de lo realmente existente, lo configurado por éste. Se conoce una sombra cuando se le comprende como tal, es decir, en referencia al ente que la proyecta.

Al único conocimiento que es posible tener en la permanente situación en el mundo no le es dable jamás tornarse en una aprehensión efectiva de las cosas que le son accesibles, pues justo nos mantenemos apartados de la dimensión desde la cual éstas podrán ser propiamente comprendidas. Dicho de modo más preciso; confundidos y cautivos en la “caverna” del mundo, abiertos sólo a lo mundanamente existente (“sombras”), existiendo nosotros mismos mundanamente, dirigiéndonos la palabra unos a otros como “sombras”, nos formamos una idea   del conocimiento arraigada en el mundo. Potenciada, se vuelve la idea de una “ciencia” mundana, — pero semejante saber está, en su totalidad, en todos sus posibles perfeccionamientos, coartado y determinado de antemano por la actitud fundamental de la vida cognoscente, por su apartamiento del mundo de la luz que se encuentra fuera de la caverna. De ahí que no cobremos conciencia de este prejuicio (el cautiverio en la caverna) como coacción ni restricción; por el contrario, nos ¡hallamos tan entregados al poder de esa actitud fundamental que determina de raíz nuestra existencia toda, que, incuestionadamente y como lo más profundamente comprensible de suyo, vale para nosotros el mundo entendido como la totalidad de los entes.

Ahora bien —así prosigue el símil platónico—, si a uno de estos prisioneros en la caverna le sucediese que se desenlazara de sus cadenas y pudiese moverse por cuenta propia, la consecuencia inmediata de ese movimiento ¿desacostumbrado sena el dolor, de tal suerte que anhelaría retornar a la inmovilidad. Y si por fuerza se le arrastrase hasta la entrada de la caverna y allí se le hiciese partícipe de la vista de la luz solar, entonces, enceguecido al principio  , no podría ver nada y volvería a desear la familiar penumbra de la caverna. Pero si, sujetado allí arriba y habiendo aprendido a ver gradualmente. habiendo realmente conocido su verdadero yo y las verdaderas cosas, se le devolviese a la caverna, sin duda vería de nuevo las sombras, pero entonces ya jamás ‘las daría por las cosas verdaderas mismas ni su propia sombra por su “yo” verdadero, sino que comprenderá las sombras como tales por referencia a las cosas reales. No rechazará los conocimientos de los 0 demás, sino que los comprenderá en su carácter de conocimientos de sombras. Sin embargo, los otros, aún sujetados, no lo comprenderán a él. Confundidos en la caverna, con una confianza ingenua en su conocimiento de las sombras, nada saben acerca de un inaccesible mundo de luz del [169] verdadero ser y acogen con la más profunda desconfianza las noticias del desatado. Todos sus modos de comprensión y conceptos proceden enteramente de su conocimiento sobre sombras, las cuales consideran como lo realmente existente. ¿Cómo han de entender a aquél que les quiere mostrar la condición de sombra sin que ellos mismos puedan experimentar cosas reales en la luz y, así, proyectadoras de sombras? Y si éste tratase de liberarlos y, al hacerlo, provocarles dolorosos movimientos, bien podrán ponerse hostiles hacia él.

La violencia, la tensión y el esfuerzo de la ejecución del filosofar, simbolizados en este símil, determina también la filosofía fenomenológica de Edmund Husserl. El “desencadenamiento” filosófico, la liberación del poder de la entrega ingenua al mundo, la salida de la intimidad con los entes, la cual siempre se nos mantiene oculta, en una palabra: la “epojé" fenomenológica, es todo lo menos que puede ser una acción intelectual opcional, "meramente” teórica, sino un auto-movimiento espiritual que abarca todo el hombre y, en cuanto supone un ataque contra la “inmovibilidad” mantenida en lo más profundo, el dolor de un derribamiento de raíz. Y cuando realmente se pone en marcha la liberación y el desencadenamiento espirituales de las cadenas de nuestra sujeción al mundo, esta libertad, alcanzada con tanta dificultad, aparentemente ha perdido sentido, pues tal parece que nos hemos librado del mundo sólo para encararnos a la nada, hemos desconectado la ciencia sobre el mundo, sólo para no conocer nada ahora. Más también aquí queda de manifiesto que lo único que ha ocurrido ha sido que nos encontramos enceguecidos por la claridad de posibilidades de conocimiento totalmente nuevas, que, si nos mantenemos firmes, alcanzamos un conocimiento efectivo de la dimensión originaria desde la cual resultan radicalmente aprehendidos los entes mundanos como las sombras de las cosas reales. El que filosofa fenomenológicamente tampoco ha de desechar los conocimientos alcanzados en la “actitud natural” prefenomenológica, en la permanente situación en el mundo de nuestra vida humana, sino que los refiere a la situación estrecha y prejuiciada en que han surgido y, así, los “relativiza”.

Pero él mismo permanece expuesto necesariamente a la mala interpretación en tanto se dirige filosofando a los demás. Todos los hábitos de pensamiento, los modos de entender, los conceptos y las palabras correspondientes están arraigados justamente en aquella actitud fundamental del conocimiento que, como prejuicio de principio (cautiverio en la caverna), es superada y sobrepasada por la filosofía fenomenológica. Sin realizar tal superación y sobrepasada, nadie puede lograr un acceso efectivo a la filosofía fenomenológica. Sólo mediante el ascenso desde la caverna del prejuicio del mundo y sobrellevando el dolor de la auto-liberación —y no mediante “críticas” ancladas en la comprensión ingenua del mundo, sujetas a los hábitos naturales de pensamiento y enredadas en los preacuñados sentidos de las [170] palabras del lenguaje cotidiano y científico— podría la época llegar a la filosofía de Edmund Husserl, hasta hoy tan desconocida e incomprendida.

Ya que la fenomenología —como se hizo evidente a través de la referencia al símil platónico— se sustrae a una caracterización general directa y de fácil comprensión, un informe sólo puede adoptar la forma indicadora de una determinada “mirada inicial”. Una perspectiva preliminar es lo que ha de seguir: la fenomenología de Husserl recibirá una determinada caracterización a partir de la idea de la fundamentación de la filosofía que le es propia, de tal manera que justamente en esa idea se puede mostrar positivamente el movimiento de la auto-transformación de la fenomenología.

Didier Franck

La situation   paradoxale propre à la philosophie   phénoménologique de Husserl peut être symbolisée par l’allégorie platonicienne de la caverne, non parce qu’elle serait une sorte de platonisme modernisé, mais parce que Platon trouvait dans la force de l’intuition mythique le grand symbole (Sinnbild) visionnaire de tout philosopher. C’est d’abord au regard de la philosophie platonicienne que cette parabole déploie sa puissance éclaircissante. Mais, appliquée dans une libre modification à la phénoménologie, elle est toujours aussi éclairante.

Dans une caverne où pénètre par une entrée étroite et élevée une faible lumière se trouvent des hommes immobiles, enchaînés et emprisonnés. Détournés de l’entrée et de la source lumineuse, ils font face au mur sur lequel se découpent leurs propres ombres comme celles des objets qui, dehors, défilent devant l’entrée. N’ayant jamais pu faire l’expérience d’eux-mêmes et des choses extérieures mobiles, ils tiennent les ombres pour l’étant réel. Toute leur connaissance est donc connaissance d’ombre, leur vérité est vérité d’ombre sans [179] qu’ils aient jamais connaissance de l’être-ombre comme tel. De même que certains de ces hommes seront susceptibles de déterminer et de reconnaître plus vite et mieux que les autres les ombres visées comme l’étant réel, il y aura dans la connaissance de l’ombre une différence entre connaissance naïve et connaissance plus parfaite.

Cette caverne symbolise pour une interprétation phénoménologique, la situation mondaine permanente de l’homme. Nous sommes toujours prisonniers d’une tradition   trop puissante de « préjugés » qui nous détourne de l’étant réel au profit du monde des « ombres », les nôtres et celles des choses. « Ombre » ne désigne pas ici l’irréel, le proprement non-étant, mais ce qui tire son sens d’être de l’étant réel, ce qui lui doit sa figure. Une ombre est connue quand elle est comprise comme telle, c’est-à-dire référée à l’étant ombrant. La seule connaissance possible dans la situation mondaine ne parviendra jamais à une compréhension effective des choses qui lui sont accessibles, puisque nous y sommes détournés de cette dimension à partir de laquelle ces choses peuvent être authentiquement comprises. Plus précisément : engagés dans et prisonniers de la « caverne » du monde, ouverts aux seuls étants mondains (« ombres »), nous tenant nous-mêmes pour des étants mondains, pour des « ombres », nous avons de la connaissance l’idée que peut en avoir un prisonnier du monde, l’idée d’une « science » mondaine. Mais ce savoir est, intégralement et jusque dans ses possibles progrès, immédiatement déterminé et limité par l’attitude fondamentale de la vie connaissante, « détourné du monde lumineux extérieur à la caverne ». Qui plus est, nous n’avons pas conscience de cet engagement mondain (la réclusion dans la caverne) comme d’une contrainte et d’une limitation ; au contraire, nous sommes si soumis à la puissance de cette attitude fondamentale qui détermine tout notre être-le-là que nous tenons ce monde pour la totalité incontestable de l’étant et cela dans la plus profonde évidence.

Si — ainsi se poursuit l’allégorie platonicienne — un de ces prisonniers était libéré de ses chaînes et donc susceptible de faire l’expérience de soi en se déplaçant, la douleur conséquente au mouvement inhabituel lui redonnerait le désir de l’immobilité. S’il était traîné de force hors de la caverne, [180] au contact de la lumière solaire, aveuglé, il ne verrait rien et souhaiterait réintégrer la pénombre familière. Retenu dehors, il apprendrait progressivement à voir, à connaître son véritable soi et les choses vraies ; alors, retournant dans la caverne, il y reverrait les ombres sans jamais les tenir pour choses réelles, sans jamais tenir son ombre propre pour son véritable « soi ». il comprendrait les ombres comme telles par référence aux choses réelles. Il ne rejetterait pas les connaissances des autres, il les comprendrait dans leur « être-ombre ». Par contre, les autres prisonniers ne le comprendraient pas. Reclus dans la caverne, faisant naïvement confiance à leur connaissance de l’ombre, ils ignorent tout du monde lumineux de l’être vrai qui leur est inaccessible et accueillent avec la plus profonde défiance les révélations du délivré. Tous leurs concepts et modes de compréhension ont leur origine dans la connaissance des ombres, qu’ils tiennent pour l’étant réel. Comment pourraient-ils comprendre celui qui veut leur montrer l’être-ombre sans faire eux-mêmes l’expérience des choses réelles dans la lumière, donc des choses ombrantes ? Et s’il tentait de les délivrer, de les faire se mouvoir, provoquant ainsi la douleur, ils lui seraient probablement hostiles.

La violence symbolisée dans cette allégorie, la tension et l’effort de Y accomplissement du philosopher déterminent aussi la philosophie phénoménologique de Husserl. Le « désenchaînement » philosophique, l’arrachement à la puissance de l’abandon naïf au monde, la sortie hors de la rassurante familiarité avec l’étant, en un mot l’époché phénoménologique n’est rien moins qu’une action intellectuelle sans conséquence, « purement » théorique. L’époché est un mouvement spirituel du soi (geistige Selbstbewegung), saisissant l’homme entier et, comme ébranlement de notre « immobilité » la plus profonde, la douleur d’une révolution radicale. Et lorsque s’amorcent effectivement la solution spirituelle et la rupture des liens de notre attache au monde, cette liberté si difficilement conquise semble dénuée de sens : nous nous sommes libérés du monde pour faire face au néant, nous avons mis hors circuit la science mondaine pour n’avoir plus rien à connaître. Cependant, nous ne sommes qu’aveuglés par l’éclat de nouvelles possibilités de connaissance et, tenant bon, nous parviendrons à une [181] connaissance réelle de la dimension d’origine à partir de laquelle tout étant mondain — en tant qu’ombre d’une chose ombrante réelle —, peut enfin être compris. Le phénoménologue ne rejettera pas les connaissances acquises dans l’« attitude naturelle » pré-phénoménologique, dans la situation mondaine permanente de notre vie d’homme, mais il les référera à la situation en son principe limitée d’où elles sont issues et, par là même, les « relativisera ».

Mais, dans la mesure où, comme philosophe, il se tourne vers les autres, il demeure lui-même nécessairement exposé à la mécompréhension. Toutes leurs habitudes de pensée, tous leurs modes de compréhension, tous leurs concepts et mots s’enracinent dans cette attitude fondamentale de connaissance qui, en tant qu’engagement de principe (prinzipielle Befangenheit), captivité dans la « caverne », est dépassée et surmontée par la philosophie phénoménologique. Sans opérer soi-même ce dépassement, nul ne peut effectivement accéder à la philosophie phénoménologique. Ce n’est qu’en sortant de la caverne de l’engagement mondain, en passant par la douleur de l’auto-libération et non par des « critiques » absolument dépendantes de la compréhension naïve du monde, entièrement soumises aux habitudes de penser naturelles, empêtrées dans le sens pré-imprimé des mots de la langue quotidienne ou scientifique, que l’époque pourrait atteindre la philosophie de Husserl, aujourd’hui encore inconnue et incomprise.

Si la phénoménologie — comme l’exprime la référence à l’allégorie platonicienne — échappe à une caractérisation générale, simple et directe, on ne peut la décrire que sous la forme indicative d’un « pré-regard » déterminé. Une telle perspective provisoire se présentera ainsi : la phénoménologie de Husserl doit être caractérisée à partir de sa propre idée de fondation de la philosophie en sorte que, par cette idée, le mouvement d’auto-transformation de la phénoménologie puisse être positivement mis en évidence.

Original

Die der phänomenologischen Philosophie Husserls eigene paradoxe Situation läßt sich aber versinnbildlichen durch das platonische Höhlengleichnis  , nicht   weil sie selbst   ein irgendwie modernisierter Platonismus ist, sondern weil Plato aus der Kraft   der mythischen Intuition das große visionäre Sinnbild alles Philosophierens fand. Gewiß offenbart dieses Gleichnis erst im Hinblick auf   die platonische Philosophie seine Kraft der Erleuchtung. Aber in freier Abwandlung   auf die Phänomenologie   angewandt, zeigt es noch immer eine aufhellende, symbolisch  -erschlie-ßende Leuchtkraft.

In einer Höhle, in die von einem schmalen, hochgelegenen Eingang her ein dämmerhaftes Licht   einfällt, sind Menschen unbeweglich festgeschmiedet und gefesselt, dem Eingang und Lichteinfall abgekehrt, der Höhlenwand zugekehrt, auf der die Schatten ihrer selbst sowie die der draußen vor dem Höhleneingang sich vorüberbewegenden Dinge sich abzeichnen. Notwendigerweise müssen sie nun die Schatten für das wirklich   Seiende   halten  , da sie ja niemals weder sich selbst noch die draußen [159] vorüberbewegten Dinge erfahren   konnten. Alle ihre Erkenntnis   ist also Schattenerkenntnis, ihre Wahrheiten solche über Schatten, ohne daß   sie je um die Schattenhaftigkeit als solche wissen  . Und wie es einige unter diesen Menschen geben wird, die schneller und besser als die anderen   die als wirklich Seiendes vermeinten Schatten bestimmen und erkennen können, so wird es in der Schatten-Erkenntnis den Unterschied   einer naiven und einer vollkommeneren Erkenntnis geben.

Für eine phänomenologische Auslegung   wird diese Höhle zum Gleichnis der ständigen Weltsituation des Menschen. Wir sind immer unbeweglich gefesselt im Banne einer übermächtigen Tradition von „Vorurteilen‟, die uns abgekehrt halten vom wirklich Seienden und uns der Welt   der „Schatten‟ zukehren, den Schatten unserer selbst und der Dinge. „Schatten‟ besagt aber hier nicht so sehr das Unwirkliche, das eigentlich   Nicht-Seiende, sondern vielmehr das vom wirklich Seienden seinen Seinssinn   Ableitende, von ihm Gebildete. Ein Schatten wird erkannt, wenn er als solcher, d.h. in Rückbeziehung auf das schattende Seiende verstanden wird. Die in der ständigen Weltsituation allein mögliche Erkenntnis vermag also nie zu einem wirklichen Begreifen   der ihr zugänglichen Dinge zu werden  , weil wir gerade der Dimension abgekehrt bleiben, von woher   erst diese eigentlich verstanden werden können. Bestimmter ausgedrückt: Befangen und gefangen in der „Höhle‟ der Welt, nur offen   für weltlich Seiendes („Schatten‟), uns selbst auch als weltlich seiend, als „Schatten‟ ansprechend, haben   wir zwar eine weltlichverhaftete Idee   der Erkenntnis und in Steigerung: die Idee einer weltlichen „Wissenschaft‟, — aber dieses Wissen ist im Ganzen, in all seinen möglichen Vervollkommnungen, von vornherein schon durch die Grundhaltung des erkennenden Lebens, durch seine „Abkehr   von der vor der Höhle liegenden Lichtwelt‟, eingeengt und bestimmt. Dabei ist uns diese Weltbefangenheit (die Gefangenschaft in der Höhle) nicht als Zwang und Einengung bewußt, im Gegenteil, wir sind so sehr der Macht dieser unser ganzes Dasein   von Grund   auf bestimmenden Grundhaltung überliefert  , daß uns die Welt als das Ganze   des Seienden schlechthin fraglos und in tiefster Selbstverständlichkeit   gilt.

Wenn es nun — so geht das platonische Gleichnis weiter — einem dieser Gefangenen in der Höhle widerführe, seiner Fesseln entledigt [160] zu werden und damit sich in seinen Bewegungen selbst erfahren zu können, so wäre wohl zuerst Schmerz   die Folge   der ungewohnten Bewegung  , so daß er wieder in die Unbewegtheit zurückkehren wollen   möchte. Und wenn er nun mit Gewalt   zum Eingang der Höhle geschleppt und dort des Anblicks des Sonnenlichts teilhaftig würde, so würde er wohl geblendet zuerst nichts sehen   und in das vertraute Dämmer der Höhle zurückbegehren. Wenn er aber, oben festgehalten, allmählich sehen gelernt, sein wahres Selbst und die wahren   Dinge wirklich erkannt hat, und wenn er dann  , wieder in die Höhle zurückgekehrt, zwar wiederum die Schatten sieht, so wird er doch nimmermehr diese für die wirklichen Dinge selbst, seinen eigenen Schatten für sein wahres „Selbst‟ halten, sondern wird die Schatten als solche im Rückbezug auf die wirklichen Dinge verstehen. Er wird also nicht die Erkenntnisse der Anderen überhaupt verwerfen, sondern sie gerade in ihrer „Schattenhaftigkeit‟ verstehen. Aber die noch gefesselten Anderen werden ihn nicht verstehen. Befangen in der Höhle, naiv-vertrauend ihrer Schattenerkenntnis, wissen sie nichts von einer ihnen unzugänglichen Lichtwelt des wahren Seins, mit dem tiefsten Mißtrauen begegnen   sie den Mitteüungen des Entfesselten. Alle ihre Verständnisweisen und Begriffe stammen doch insgesamt aus der Erkenntnis der Schatten, die sie für das wirklich Seiende halten. Wie sollten sie nun denjenigen verstehen, der ihnen die Schattenhaftigkeit dartun will, ohne daß sie selbst je wirkliche Dinge im Licht, also als schattende, erfahren können? Und wenn dieser den Versuch   machen sollte, sie zu befreien, und sie dadurch zur schmerzbereitenden Bewegung   zu bringen  , so werden sie wohl diesem feindlich gesinnt sein.

Die in diesem Gleichnis versinnbildlichte Gewaltsamkeit, Spannung und Anstrengung des Vollzugs des Philosophierens bestimmt auch die phänomenologische Philosophie Edmund Husserls. Die philosophische „Entfesselung‟, das Sich-Losreißen aus der Macht der naiven Hingegebenheit an die Welt, das Heraustreten aus der uns immer geborgen haltenden Vertrautheit   mit dem Seienden, mit einem Wort  : die phänomenologische „Epoche  ‟, ist nichts weniger als eine unverbindliche, „bloß‟-theoretische, intellektuelle Aktion, sondern ist eine den ganzen Menschen umgreifende geistige Selbstbewegung und, als Angriff auf die uns zutiefst haltende „Unbewegtheit‟, der Schmerz eines [161] Umbruchs bis in die Wurzeln. Und wenn dann die geistige Lösung und Entfesselung von den Banden unserer Weltgebundenheit wirklich in Gang kommt, so ist auch diese so schwer   errungene Freiheit   scheinbar sinnlos   geworden: wir haben uns von der Welt befreit, um vor dem Nichts zu stehen  , haben die weltliche Wissenschaft ausgeschaltet, um jetzt   gar nichts zu erkennen. Aber auch hier zeigt es sich, daß wir nur geblendet sind von der Helle ganz neuartiger Erkenntnismöglichkeiten, daß wir, sofern wir nur standhalten, zu einer wirklichen Erkenntnis der Ursprungsdimension kommen  , von woher alles weltlich Seiende, wie die Schatten von den wirklichen schattenden Dingen aus, letztlich begriffen werden kann. Der phänomenologisch Philosophierende wird dann auch nicht die Erkenntnisse, die in der vorphänomenologischen „Natürlichen Einstellung  ‟, in der ständigen Weltsituation unseres menschlichen Lebens, gewonnen sind, verwerfen, sondern diese auf die prinzipiell beschränkte und befangene Situation, aus der sie stammen, zurückbeziehen, sie damit „relativieren‟.

Aber er selbst bleibt notwendig dem Mißverständnis ausgesetzt, sofern er sich philosophierend an die Anderen wendet. Alle Denkgewohnheiten, Verständnisweisen, Begriffe und Worte derselben wurzeln doch gerade in jener Grundhaltung der Erkenntnis, die durch die phänomenologische Philosophie als eine prinzipielle Befangenheit (als Gefangenschaft in der „Höhle‟) überwunden und überstiegen wird. Ohne diese Überwindung   und Übersteigung selbst mitzumachen, kann niemand   einen wirklichen Zugang   zur phänomenologischen Philosophie gewinnen. Nur im Aufstieg aus der Höhle der Weltbefangenheit, im Durchgang durch den Schmerz der Selbstbefreiung, — und nicht durch ganz und gar dem naiven Weltverständnis verhaftete, den natürlichen Denkgewohnheiten hörige, in dem vorgeprägten Wortsinn der alltäglichen und wissenschaftlichen Sprache   verstrickte „Kritiken‟ könnte das Zeitalter die bis heute   noch unbekannte und unbegriffene Philosophie Husserls überhaupt erreichen.

Wenn also die Phänomenologie sich — wie durch den Hinweis auf das platonische Gleichnis zum Ausdruck   kommen soll — einer direkten und leichtverständlichen allgemeinen Charakteristik entzieht, so kann eine Berichterstattung nur die anzeigende Form [161] eines bestimmten „Vorblicks‟ annehmen  . Eine solche vorläufige Perspektive soll im Folgenden zur Darstellung kommen: die Phänomenologie Husserls soll von der ihr eigenen Idee der Grundlegung der Philosophie aus eine bestimmte Kennzeichnung erfahren, so zwar, daß gerade an dieser Idee die Bewegung des Sich-selbst-Verwandelns der Phänomenologie positiv   aufgezeigt werden kann.


Ver online : Eugen Fink