Heidegger, fenomenologia, hermenêutica, existência

Dasein descerra sua estrutura fundamental, ser-em-o-mundo, como uma clareira do AÍ, EM QUE coisas e outros comparecem, COM QUE são compreendidos, DE QUE são constituidos.

Página inicial > Léxico Alemão > Sloterdijk: a esfera é mais que um símbolo geométrico

Sloterdijk: a esfera é mais que um símbolo geométrico

quinta-feira 15 de fevereiro de 2018

Por eso la esfera es más que un símbolo geométrico y una imagen teórico-cosmológica; conduce, a la vez, al punto de vista de la ética y erótica altruistas. Cuando el centro mantiene en tensión los epicentros, los puntos, tienen puesta, a priori  , su mirada en él: ya que el centro es quien insiste, frente a todos los puntos, en el privilegio del otro. Con ello, teocentrismo y altruismo son estructuralmente lo mismo. Pero, en la máxima esfera, los puntos individuales no están conectados sólo con el punto medio; la energía del pacto teocéntrico reverbera en el punto individual y le capacita para solidarizarse en los radios más amplios con los puntos adyacentes. Por eso, la conciencia de coexistencia en la esfera induce esa fuerza que el Zaratustra de Nietzsche   llamará amor al lejano. Como compromiso de amor en la lejanía la esfera de los teólogos es la figura ontológica de alianza más poderosa. Por el balanceo común a todo ente fuera del centro entre tendencias centrífugas (egoístas) y centrípetas (altruistas), todas las inteligencias finitas están en resonancia existencial unas con otras: cada una de ellas sabe, o podría saber, qué significa [113] no ser el centro de todo y sin embargo considerarse tal. Lo que las une a pesar de toda emulación es su intento común de ser: es decir, de cerciorarse de su poder-ser. En este sentido, el ser común en la esfera proporciona la fundamentación última de la solidaridad de los puntos.

Desde esta perspectiva se entiende muy bien por qué los europeos estuvieron poseídos a lo largo de dos mil años por representaciones cosmológicas de cubiertas cósmicas. El bimilenio de la metafísica de la esfera es coextensivo con la era de las teorías de esferas celestes: sólo bajo el patronazgo filosófico pudieron florecer los modelos cosmológicos que colocaron la tierra en el centro de un sistema de cielos redondos compactos. Las cubiertas planetarias superpuestas, envueltas todas ellas por un firmamento extremo, el cielo de las estrellas fijas, que a su vez sólo era superado por la morada de los bienaventurados en Dios, únicamente producen, más allá de cualquier fundamentación formal   en los discursos astronómicos desde Aristóteles, un sentido plausible para una imagen histórica del mundo cuando se las entiende también como proyecciones cosmológicas de una exigencia morfológica insuperable durante mucho tiempo. Sirven para la impermeabilización del mundo en el sentido de una inmunología universal. La cosmología de las cubiertas sella con medios físicos el pacto entre el centro y el universo de los puntos: muestra, con una evidencia casi insolente, qué significa querer ser y permanecer bajo cualquier circunstancia en un mundo interior.

La poderosa necesidad lo mantiene, al ente, en las cadenas del límite que lo circunda; por eso no es lícito que lo ente sea inconcluso [1].

Platón y Aristóteles elaboraron el motivo del límite-forma bueno; consuman la idea   de que la totalidad sólo subsiste en pregnancia esférica, posibilitando así su transmisión a lo largo de la tradición. La Edad Média agudizó al extremo los delirios de las cubiertas y encerró la tierra, y las almas humanas sobre ella, en numerosos estratos de bóvedas celestes más o menos compactas, como si este lugar perdido, y sin embargo elegido, del cosmos, en el que Dios había [114] reposado para hacerse hombre, hubiera de ser blindado frente al mínimo aliento del exterior. Rodeado de ocho, diez, doce, catorce murallas y fosos, el mundo de los seres humanos gozó sobre la tierra del dudoso privilegio de permanecer en el castillo interior del ser48.

Pero, dado que en el paradigma metafísico el mismo ser humano es un pequeño mundo, se repite en él mismo este múltiple cerco del interior, manifestándose él mismo como una estructura de cubiertas y muros en torno al punto numinoso más íntimo que constituye el centro de la mismidad humana. No es de extrañar, pues, que el Homo metaphysicus nunca o casi nunca penetre en su último centro. Vive sólo en los barrios exteriores de su propio espacio anímico, escalonado hasta lo profundo, y sabe con san Agustín que el gran otro le es más próximo que sí mismo: interior intimo meo. Con incansables esfuerzos de imaginación, por medio de un delirio de cúpulas, cubiertas y esferas huecas, que lo penetra todo, se refuerza, tanto por dentro como por fuera, el cobijo de todos los puntos epicéntricos por la vida absoluta del centro.

Desde el punto de vista inmunológico y morfológico se puede afirmar que la acción más importante de Dios en la era metafísica ha sido la del aseguramiento de la frontera frente a la nada, el exterior y la infinitud. Esta línea, la más sensible de todas, sólo podía defenderse mediante la construcción de cubiertas. De ahí se siguió — aunque suene insoportablemente teológico-inmanente — que el Dios sólo logró permanecer «en vigor» mientras los representantes de sus intereses consiguieron presentarlo como una esfera autocobijante, gigantesca pero finita. En cuanto la teología comenzó a tomarse en serio el devastador atributo de el infinito — y ése es, desde el punto de vista histórico-metafísico, el acontecimiento endógeno que dio lugar a la Modernidad— destruyó la función esferopoiética de Dios, porque en una esfera infinita se pierde la diferencia metafísicamente explosiva e inmunológicamente decisiva de dentro y fuera. En una esfera de radio infinito y perímetro infinito todo estaría esparcido en cualquier parte y, por ello, exteriorizado sin más por doquier. No otro es el resultado de la infinitización de Dios y universo. (Esferas II, p. 112-115)


Ver online : ESFERAS II


[1Poema, versos 30-31.