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Marion (1998:§1) – um novo princípio dos princípios

domingo 21 de janeiro de 2024, por Cardoso de Castro

Javier Bassas Vila

A tanta más reducción, tanta más donación — este principio   también permite aclarar y rebasar las aporias que afectan a los tres otros principios, a) Si se admite, siguiendo el último principio, que el fenómeno aparece tanto más en la medida en que se da perfectamente a ver y a recibir; y si se admite también que sólo puede darse de tal manera dándose al Yo de la conciencia, dejándose pues reconducir — lo cual equivale a reducirlo-, entonces la aparición no se da perfectamente por el mero hecho de aparecer, sino en la medida en que se reduce a su donación a la conciencia19. Sólo la reducción permite reconducir a la instancia que recibe la donación. Así, la ambigüedad del segundo principio — “¡A las cosas mismas! — puede suprimirse: volver a las cosas no implica ningún realismo precrítico, sino la reducción de lo trascendente a las vivencias tal y como se dan a la conciencia, tal y como en éstas el fenómeno se da en persona  . b) La reducción — reconduciendo la aparición al destinatario, a quien su aparecer sólo puede darse, y sometiéndose a la donación — suspende y pone entre paréntesis todo lo que, en la apariencia, no consigue de hecho darse o se añade solamente a lo dado como un parásito; la reducción separa lo que aparece de lo que, de hecho, no aparece, de lo que aumenta su aparición, de lo que imita el aparecer incorporándole fraudulentamente una oscuridad fundamental; en definitiva, de lo que conduce hacia la fenomenicidad lo que le es ajeno — la objetivación no controlada, las “teorías absurdas”. Por tanto, este principio excluye también la asunción de toda trascendencia real, lejos de restablecer algún tipo de dogmatismo, ya que la reducción sólo conduce el aparecer mismo limitándolo siempre estrictamente a lo que da a ver. Así, desaparece la ambivalencia del primer principio — “A tanto aparecer, tanto ser”: parecer sólo equivale a ser en tanto que ese aparecer se reduce precisamente a él mismo, así pues, en tanto que, como aparecer pleno  , efectúa ya una donación, c) Finalmente, la reducción, reconduciendo la aparición al Yo de la conciencia y al aparecer mismo, lo conduce a lo dado puro; ahora bien, eso que se da se define sin necesariamente recurrir a un intermediario cualquiera que difiera de él; en particular, lo dado puro, dándose, no depende, una vez [52] reducido, más que de sí: la intuición en particular, y también entonces la trascendencia de la intencionalidad que esa intuición cumple, puede intervenir a veces, pero no define lo dado puro, ya que ciertas apariciones se dan sin intencionalidad de objeto20, sin intuición pues impletiva. E incluso, las apariciones que pasan por esos intermediarios no se reducen tampoco a ella. En efecto, si la intuición merece un privilegio, ello no lo debe al éxtasis del cumplimiento de la intención, sino a su carácter de intuición donadora’, sólo la vigilancia de la donación permite a la intuición ejercer una regencia de la verdad; en cuanto tal, la intuición no podría hacer ver [voir] nada, ni percibir [percevoir], ni tampoco decepcionar [décevoir], si no se impusiera en virtud de la donación que ella emprende; ¿qué nos importaría una intuición y qué autoridad le reconoceríamos, si no nos diera nada — aunque no fuera más que la nada? Aquí puede verse el límite del “principio de principios”: de igual manera que hay que reconocer que la intuición en tanto que donadora funciona como “fuente de derecho” de la fenomenicidad en todos aquellos casos en los que los fenómenos dependen del éxtasis y de la trascendencia, así también, para todos aquellos fenómenos que no dependieran del éxtasis ni de la trascendencia (si es que los hay), la intuición en cuanto tal no aportaría nada y la donación podría o debería incluso ejercerse sin la intuición, sin el cumplimiento de la intención y, así pues, sin su éxtasis trascendente; la donación saldría entonces fuera de la intuición, porque en tales casos esta última no podría asegurar la función donadora que es indispensable. La donación sólo se mide por su propio rasero y no por el de la intuición. La restricción final de la tercera formulación sin rebasar tampoco los límites en los que se da” — denuncia de hecho una ambigüedad y una contradicción; una ambigüedad, porque Husserl   no invoca los límites de la donación, sino los de la intuición: la aparición debe ser admitida en los límites estrictos de su intuición; de ahí resulta una contradicción: si la intuición [53] soporta límites (se trata incluso de uno de los rasgos constitutivos de toda filosofía), la donación, empero, no tiene ninguno: lo que se da, en tanto que dado por donación reducida, se da por definición absolutamente. Darse no admite ningún compromiso, incluso si, en lo que se da, se distinguen grados y modos: todo lo dado reducido se da o no se da. Al contrario de la intuición, la donación no se reduce más que a ella misma y se ejerce pues absolutamente21. Reducir la donación significa liberarla de los límites de cualquier otra instancia, incluida la de la intuición. La cuarta formulación se erige finalmente en principio porque asienta que la donación se cumple por la reducción: la operación fenomenológica esencial de la reducción desemboca esta vez — más allá de la objetidad y de la enticidad — en la pura donación.

Original

D’autant plus de réduction, d’autant plus de donation – ce principe permet aussi d’éclairer et de surmonter les apories qui affectent les trois autres. a) Si l’on admet, suivant le dernier principe, que le phénomène apparaît d’autant plus qu’il se donne parfaitement à voir et recevoir ; mais aussi qu’il ne peut se donner ainsi qu’en se donnant au Je de la conscience, donc en s’y laissant reconduire, ce qui équivaut à l’y réduire, alors l’apparition ne se donne ainsi parfaitement du seul fait qu’elle apparaît, qu’autant qu’elle se réduit à sa donation pour la conscience  [1] . La réduction permet seule de reconduire à l’instance qui reçoit la donation. Ainsi l’ambiguïté du second principe – « Droit aux choses mêmes ! » – peut-elle se lever : revenir aux choses n’implique aucun réalisme précritique, mais la réduction du transcendant aux vécus tels qu’ils se donnent à la conscience, donc tels qu’en eux se donne en personne le phénomène. b) La réduction, en reconduisant l’apparition au destinataire auquel son apparaître peut seul se donner, donc en s’ordonnant à la donation, suspend et met entre parenthèses tout ce qui, dans l’apparence, ne parvient pas en fait à se donner ou s’ajoute seulement au donné comme son parasite ; la réduction sépare ce qui apparaît de ce qui n’apparaît en fait pas, fait accroire son apparition, mime l’apparaître en y rattachant frauduleusement une obscurité foncière, bref importe dans la phénoménalité ce qui y reste étranger – l’objectivation non contrôlée, les « théories absurdes ». Ce principe exclut donc aussi l’assomption de toute transcendance réelle, loin de rétablir quelque dogmatisme. Car, toujours, la réduction ne ramène l’apparaître à lui-même, qu’en le bornant strictement à ce qu’il donne à voir. Ainsi disparaît l’ambivalence du premier principe – « Autant d’apparaître, autant d’être » : apparaître n’équivaut à être qu’en tant que cet apparaître se réduit précisément à lui-même, donc en tant que, comme apparaître plénier, il accomplit déjà une donation. c) Enfin, la réduction, en reconduisant l’apparition au Je de la conscience et à l’apparaître lui-même, la ramène à son pur donné ; or ce donné se définit sans nécessairement recourir à quelque intermédiaire que ce soit, qui différerait de lui ; en particulier, le pur donné se donnant ne dépend, une fois réduit, que de soi : l’intuition en particulier, donc aussi la transcendance de l’intentionnalité qu’elle remplit, peut y intervenir parfois, mais ne le définit pas. Car certaines apparitions se donnent sans intentionnalité d’objet  [2] , donc sans intuition de remplissement. Et même celles qui passent par ces intermédiaires ne s’y résument pas. En effet, si l’intuition mérite un privilège, elle ne le doit pas à l’extase du remplissement d’intention  , mais à son caractère d’intuition donatrice ; seule la lieutenance de la donation permet à l’intuition d’exercer une régence de la vérité ; comme telle, l’intuition ne pourrait rien faire voir, ni percevoir, ni même décevoir, si elle ne s’imposait en vertu de la donation qu’elle met en œuvre ; que nous importerait une intuition et quelle autorité lui reconnaîtrions-nous, si elle ne nous donnait rien – ne fût-ce que le rien ? La limite du « principe des principes » éclate ici : autant il faut reconnaître que l’intuition en tant que donatrice a fonction de « source de droit » de la phénoménalité dans tous les cas où les phénomènes relèvent de l’extase et de la transcendance, autant, pour des phénomènes qui n’en relèveraient pas (s’il s’en trouve), l’intuition comme telle n’apporterait rien et la donation pourrait ou devrait même s’exercer sans l’intuition, sans son remplissement d’intention et donc sans son extase transcendante ; la donation passerait alors hors de l’intuition, parce qu’en de tels cas celle-ci ne pourrait plus assurer la fonction donatrice, pourtant indispensable. La donation ne se mesure donc qu’à son aune propre, pas à celle de l’intuition. La restriction finale de la troisième formulation – « … sans non plus outrepasser les limites dans lesquelles il se donne » – avoue en fait une ambiguïté et une contradiction ; une ambiguïté parce que Husserl y invoque non pas les limites de la donation, mais celles de l’intuition : l’apparition doit être admise dans les strictes limites de son intuition ; d’où une contradiction : si l’intuition souffre de limites (il s’agit là même d’un de ses traits constitutifs pour toute la philosophie  ), la donation n’en connaît, elle, aucune : ce qui se donne, en tant que donné par donation réduite, se donne par définition absolument. Se donner n’admet aucun compromis, même si, dans ce donné, on distingue des degrés et des modes : tout donné réduit se donne ou ne se donne pas. Au contraire de l’intuition, la donation ne se réduit qu’à elle-même et s’exerce donc absolument  [3] . Réduire la donation signifie la libérer des limites de toute autre instance, y compris celles de l’intuition. La quatrième formulation s’érige finalement en principe, parce qu’elle fixe que la donation s’accomplit par la réduction : l’opération phénoménologique essentielle de la réduction aboutit cette fois – au-delà de l’objectité et de l’étantité – à la pure donation.


Ver online : Jean-Luc Marion


MARION, J.-L. Étant donné: essai d’une phénoménologie de la donation. 2e éd Paris: PUF, 1998.


[1Voir déjà Réduction et donation, op. cit., p. 303.

[2C’est-à-dire sans extase, au sens où M. Henry écrit : « Ce n’est donc pas le voir étalé en sa structure extatique – l’œil et son miroir – qui constitue l’effectivité première de la phénoménalité et son surgissement. Bien au contraire le voir ne peut voir ce qui est vu que s’il est d’abord possible comme voir, c’est-à-dire aperçu en lui-même, de telle manière que cette aperception interne de l’ekstasis la précède et n’est pas constituée par elle » (Généalogie de la psychanalyse. Le commencement perdu, Paris, 1985, p. 33).

[3M. Henry : « … la réduction ouvre et donne. Et que donne-t-elle ? La donation » (« Quatre principes de la phénoménologie », op. cit., p. 13).