Heidegger, fenomenologia, hermenêutica, existência

Dasein descerra sua estrutura fundamental, ser-em-o-mundo, como uma clareira do AÍ, EM QUE coisas e outros comparecem, COM QUE são compreendidos, DE QUE são constituidos.

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Sloterdijk: ser-em-o-mundo e ser-em-esferas (52-53)

quinta-feira 25 de maio de 2017

Lo que en el lenguaje de algunos filósofos modernos se llamó ser-en-el-mundo significa para la existencia humana, primero y sobre todo: ser-en-esferas. Si los seres humanos están ahí, están en principio   en espacios que se han abierto para ellos porque ellos les han dado forma, contenido, extensión y duración relativa al habitarlos. Pero, dado que las esferas constituyen el producto originario de la convivencia humana — de lo que no ha tomado jamás noticia ninguna teoría del trabajo —, esos lugares atmosférico-simbólicos de los seres humanos dependen de su renovación constante; esferas son instalaciones de aire acondicionado de las que vale decir: no participar en su construcción e instalación es algo que ni siquiera entra en la consideración de seres que realmente viven en común. La climatización simbólica del espacio común es la producción originaria de cualquier sociedad. De hecho, los seres humanos hacen su propio clima, pero no lo hacen espontáneamente, sino bajo circunstancias encontradas, dadas y transmitidas [1].

A las esferas les inquieta constantemente su inevitable inestabilidad: comparten con la suerte y el cristal los riesgos de todo lo que se hace pedazos fácilmente. No serían formas de la geometría vital si no pudieran implosionar, si no fueran susceptibles de ser destruidas por la presión exterior; y menos lo serían si no estuvieran en condiciones de agrandarse bajo la presión interior del crecimiento de los grupos hasta convertirse en estructuras más ricas. Allí donde sucede la implosión desaparece el espacio común como tal. Lo que [52] Heidegger ha llamado ser-para-la-muerte no significa tanto la larga marcha del individuo hacia una última soledad, anticipada con determinación pánica, sino la circunstancia de que todos los individuos han de abandonar alguna vez el espacio en el que estuvieron aliados, en fuerte conexión con otros. Por eso la muerte importa en definitiva más a los supervivientes que a los difuntos [2]. Así, la muerte humana tiene siempre dos caras: una, que abandona un cuerpo helado, y otra, que muestra restos de esferas: algunos de estos restos son asimilados en espacios superiores y vivificados de nuevo, mientras otros quedan abandonados como basura caída de antiguos espacios de animación. Lo que se llama fin del mundo significa estructuralmente muerte de esferas. Su caso más real a pequeña escala es la separación de los amantes, la vivienda vacía, la foto rota; en su forma general aparece como muerte de la cultura, como la ciudad quemada, el lenguaje desaparecido. La experiencia humana e histórica testifica siempre que las esferas pueden persistir más allá de la separación mortal y que lo perdido puede permanecer presente en los recuerdos como advertencia, como fantasma, como misión, como saber. Sólo porque esto es así no necesita convertirse cada separación de amantes en un fin del mundo, ni cada cambio lingüístico en un fin de la cultura [3]. (Esferas I, p. 52-53)


Ver online : ESFERAS I


[1Cfr. Esferas II, excurso 2: «Merdocracia. De la inmunoparadoja de culturas sedentarias».

[2Cfr. Thomas Macho, Todesmetaphem. Zur Logik der Grenzerfahrung, Frankfurt 1987, págs. 195-200 y 408-426. «No experimentamos la muerte sino a los muertos. En la experiencia del muerto no se nos revela la muerte; sólo experimentamos la resistencia que nos ofrecen los muertos por su presencia pura» (pág. 195); análogamente Emmanuel Lévinas: «Pero lo que me da miedo no es mi propio no-ser, sino el del amado… Lo que con una expresión algo desleída se llama amor es ante todo el hecho de que la muerte del otro me afecta más que la mía propia», en La mort et le temps, París 1991, pág. 121 [La muerte y el tiempo, Cátedra, Madrid 1994].

[3Para una teoría esferológica del duelo cfr. Esferas II, capítulo 1: «Aurora de la lejanía-cercanía. El espacio tanatológico, la paranoia, la paz imperial».