Página inicial > Gesamtausgabe > GA11:38-42 – homem e ser

Identität und Differenz [GA11]

GA11:38-42 – homem e ser

DIE ONTO-THEO-LOGISCHE VERFASSUNG DER METAPHYSIK

sexta-feira 26 de maio de 2023, por Cardoso de Castro

Este preponderante comum-pertencer de homem e ser é por nós teimosamente ignorado enquanto tudo representarmos em sequências e mediações, seja com ou sem dialética. Então encontramos apenas encadeamentos que ou são urdidos por iniciativa do ser ou do homem e apresentam o comum-pertencer de homem e ser como entrelaçamento.

Ernildo Stein

Se compreendermos o pensar como a característica do homem, então refletimos sobre um comum-pertencer que se refere a homem e ser. No mesmo instante nos surge a questão: que significa ser? Quem ou o que é o homem? Qualquer um vê facilmente que, sem a suficiente resposta a estas perguntas falta-nos o chão em que possamos decidir algo seguro sobre o comum-pertencer de homem e ser. Contudo, enquanto questionarmos desta maneira ficamos presos à tentativa de representar a comunidade de homem e ser como uma integração e de dispor esta ou a partir do homem ou a partir do ser e assim explicitá-la. Nisto os conceitos tradicionais de homem e ser formam os pontos de apoio para a integração de ambos.

E que seria se nós, em vez de continuamente representarmos uma coordenação de ambos, para refazer sua unidade, prestássemos uma vez atenção se e como nesta comunidade está, antes de tudo, em jogo um recíproco-pertencer? Existe até a possibilidade de entrever, ainda que à distância, o comum-pertencer de homem e ser já na determinação tradicional de sua essência. Até que ponto?

O homem é manifestamente um ente. Como tal, faz parte da totalidade do ser, como a pedra, a árvore e a águia. Pertencer significa aqui ainda: inserido no ser. Mas o elemento distintivo do homem consiste no fato de que ele, enquanto ser pensante, aberto para o ser, está posto em face dele, permanece relacionado com o ser e assim lhe corresponde. O homem é propriamente esta relação de correspondência, e é somente isto. “Somente” não significa limitação, mas uma plenitude. No homem impera um pertencer ao ser; este pertencer escuta ao ser, porque a ele está entregue como propriedade. E o ser? Pensemos o ser em seu sentido primordial como presentar. O ser se presenta ao homem, nem acidentalmente nem por exceção. Ser somente é e permanece enquanto aborda o homem pelo apelo. Pois somente o homem, aberto para o ser, propicia-lhe o advento enquanto presentar. Tal presentar necessita o aberto de uma clareira e permanece assim, por esta necessidade, entregue ao ser humano, como propriedade. Isto não significa absolutamente que o ser é primeira e unicamente posto pelo homem. Pelo contrário, torna-se claro.

Homem e ser estão entregues reciprocamente um ao outro como propriedade. Pertencem um ao outro. Deste pertencer-se reciprocamente homem e ser receberam, antes de tudo, aquelas determinações de sua essência, nas quais foram compreendidas metafisicamente pela filosofia.

Este preponderante comum-pertencer de homem e ser é por nós teimosamente ignorado enquanto tudo representarmos em sequências e mediações, seja com ou sem dialética. Então encontramos apenas encadeamentos que ou são urdidos por iniciativa do ser ou do homem e apresentam o comum-pertencer de homem e ser como entrelaçamento.

Não penetramos ainda no comum-pertencer. Como, porém, acontece uma tal entrada? Pelo fato de nos distanciarmos da atitude do pensamento que representa. Este distanciar-se se verifica como um salto. Ele salta, afastando-se da comum representação do homem como animal rationale  , que na modernidade tornou-se sujeito para seus objetos. O salto distancia-se ao mesmo tempo do ser. Este, entretanto, é interpretado desde os primórdios do pensamento ocidental como fundamento em que todo o ser do ente se funda.

Para onde salta o salto, se se distancia do fundamento? Salta num abismo (sem-fundamento)? Sim, enquanto apenas representarmos o salto e isto no horizonte do pensamento metafísico. Não, enquanto saltamos e nos abandonamos. Para onde? Para lá onde já fomos admitidos: ao pertencer ao ser. O ser mesmo, porém, pertence a nós; pois somente junto a nós pode ele ser como ser, isto é, pre-sentar-se.

Assim, pois, torna-se necessário um salto para se experimentar o comum-pertencer de homem e ser, propriamente. Este salto é a subitaneidade da entrada não mediada naquele pertencer cuja missão é dispensar uma reciprocidade de homem e ser e instaurar a constelação de ambos. O salto é a súbita penetração no âmbito a partir do qual homem e ser desde sempre atingiram juntos a sua essência, porque ambos foram reciprocamente entregues como propriedade a partir de um gesto que dá. A penetração no âmbito desta entrega como propriedade dis-põe e harmoniza a experiência do pensar. Estranho salto, que provavelmente nos convencerá que ainda não nos demoramos bastante ali, onde propriamente já estamos. Onde estamos nós? Em que constelação de ser e homem? [Pensadores, 1999, p. 177-178]

Cortés & Leyte

Al entender el pensar como lo distintivo del hombre, estamos recordando una mutua pertenencia que atañe al hombre y al ser [v. Parménides]. Al instante nos vemos asaltados por las preguntas, ¿qué significa ser?, ¿quién o qué es el hombre? Todos pueden ver fácilmente que sin una respuesta satisfactoria a estas preguntas, nos falta el suelo sobre el que pudiéramos construir algo firme acerca de la mutua pertenencia del hombre y el ser. Pero mientras preguntemos de este modo, quedaremos prisioneros en el intento de representar la dimensión mutua del hombre y el ser como una coordinación, y de integrar y explicar ésta, ya sea a partir del hombre o desde el ser. Con ello, los conceptos tradicionales de hombre y ser configuran las bases para la coordinación de ambos.

¿Qué ocurriría si en lugar de representar continuamente sólo una ordenación conjunta de ambos para establecer su unidad, tomásemos por una vez en cuenta de qué modo y si acaso en esta dimensión conjunta está sobre todo en juego una pertenencia del uno al otro? Pues bien, existe incluso la posibilidad de divisar ya la mutua pertenencia de hombre y ser, aunque sólo sea de lejos, en las determinaciones tradicionales de su esencia. ¿De qué modo?

Manifiestamente el hombre es un ente. Como tal, tiene su lugar en el todo del ser al igual que la piedra, el árbol y el águila. Tener su lugar significa todavía aquí: estar clasificado en el ser. Pero lo distintivo del hombre reside en que, como ser que piensa y que está abierto al ser, se encuentra ante éste, permanece relacionado con él, y de este modo, le corresponde. El hombre es propiamente esta relación de correspondencia y sólo eso. «Sólo» no significa ninguna limitación, sino una sobreabundancia. En el hombre reina una pertenencia al ser que atiende al ser porque ha pasado a ser propia de él. ¿Y el ser? Pensémoslo en su sentido inicial como presencia. El ser no se presenta en el hombre de modo ocasional ni excepcional. El ser sólo es y dura en tanto que llega hasta el hombre con su llamada.

Pues el hombre es el primero que, abierto al ser, deja que éste venga a él como presencia. Tal llegada a la presencia necesita de lo abierto de un claro, y con esta necesidad, pasa a ser propia del hombre. Esto no quiere decir de ningún modo que el ser sea puesto sólo y en primer lugar por el hombre; por el contrario, se ve claramente lo siguiente: el hombre y el ser han pasado a ser propios el uno del otro. Pertenecen el uno al otro. Desde esta pertenencia del uno al otro, nunca considerada de más cerca, es desde donde el hombre y el ser han sido los primeros en recibir las determinaciones esenciales con las que la filosofía los entiende de modo metafísico.

Ignoraremos obstinadamente esta mutua pertenencia que prevalece en el hombre y el ser, mientras sigamos representando todo sólo a base de ordenaciones y mediaciones, con o sin dialéctica. De este modo, encontramos siempre conexiones que han sido enlazadas, bien a partir del ser, bien a partir del hombre, y que presentan la mutua pertenencia de hombre y ser como un entrelazamiento.

No nos detendremos todavía en la mutua pertenencia. ¿Pero, cómo podríamos adentrarnos allí?: apartándonos del modo de pensar representativo. Este apartarse hay que entenderlo como un salto que salta fuera de la representación usual del hombre como animal racional, que en la época moderna llegó a convertirse en sujeto para su objeto. Al mismo tiempo, el salto salta fuera del ser. Ahora bien, éste ha sido interpretado desde la aurora del pensamiento occidental como el fundamento en el que se funda todo ente en cuanto ente.

¿A dónde salta el salto cuando salta desde el fundamento? ¿Salta a un abismo? Sí, mientras nos limitemos a representar el salto, y en concreto, en el horizonte del pensar metafísico. No, mientras saltemos y nos dejemos ir. ¿A dónde? Allí, a donde estamos ya admitidos: la pertenencia al ser. Pero el ser mismo nos pertenece, pues sólo en nosotros puede presentarse como ser, esto es, llegar a la presencia.

Por lo tanto, para experimentar propiamente la mutua pertenencia de hombre y ser, es necesario un salto, es necesaria la brusquedad de la vuelta sin puentes al interior de aquella pertenencia que es la primera en conceder la mutua relación de hombre y ser, y, con ello, la constelación de ambos. El salto es la puerta que abre bruscamente la entrada al dominio en el que el hombre y el ser se han encontrado desde siempre en su esencia porque han pasado a ser propios el uno del otro desde el momento en el que se han alcanzado. La puerta de entrada al dominio en donde esto sucede, acuerda y determina por vez primera la experiencia del pensar.

Extraño salto el que nos hace ver que todavía no nos detenemos lo suficiente en donde en realidad ya estamos. ¿En dónde estamos? ¿En qué constelación de ser y hombre? (trad. Helena Cortés y Arturo Leyte, p. 72)

Préau

Si nous considérons la pensée comme le privilège de l’homme, nous sommes tournés vers une coappartenance qui concerne l’homme et l’être. Alors, en un clin d’œil, nous nous trouvons assaillis de questions : Que veut dire être? Qui est l’homme? ou : Qu’est-il? Il est facile de voir que, faute d’une réponse satisfaisante à ces questions, tout terrain nous manque sur lequel nous pourrions fonder quelque certitude touchant la coappartenance de l’homme et de l’être. Mais, aussi longtemps que nous questionnons de cette manière, nous persistons à vouloir nous représenter le « co- », la conjonction de l’homme et de l’être, comme un rattachement [Zuordnung  ] et à vouloir constituer et expliquer ce rattachement en partant, soit de l’homme, soit de l’être. Les notions traditionnelles de l’homme et de l’être fournissent alors les points d’appui servant au rattachement de l’un à l’autre.

Mais, au lieu de persister à nous représenter une coordination [Zusammenordnung] de l’homme et de l’être comme la source de leur unité, pourquoi ne pas faire une fois attention à ceci : avant tout, dans leur conjonction [In diesem Zusammen  ], une appartenance n’est-elle pas en jeu, et comment? Eh bien! cette coappartenance de l’homme et de l’être peut déjà être aperçue, quoique de loin seulement, dans les définitions traditionnelles de leur essence. Comment cela?

L’homme est manifestement un étant. Comme tel, ainsi que la pierre, l’arbre, l’aigle, il a sa place dans le tout de l’être. Ici encore, « avoir sa place » veut dire : être intégré dans l’ordonnance de l’être. Or, le [265] trait distinctif de l’homme, c’est qu’en sa qualité d’être pensant il est ouvert à l’être, placé devant lui, qu’il demeure rapporté à l’être et qu’ainsi il lui correspond. L’homme est proprement ce rapport de correspondance, et il n’est que cela. « Que cela » : ces mots n’indiquent pas une restriction, mais bien une surabondance. Ce qui domine en l’homme, c’est une appartenance à l’être, et cette appartenance (Gehören  ) est aux écoutes (hört auf  …) de l’être, parce qu’elle lui est transpropriée.

Et l’être? Pensons l’être en son sens initial, comme présence. L’être est présent à l’homme d’une façon qui n’est ni occasionnelle, ni exceptionnelle. L’être n’est et ne dure que parlant à l’homme et allant ainsi vers lui. Car c’est l’homme qui, ouvert à l’être, laisse d’abord celui-ci venir à lui comme présence. Pareille approche, pareille présence a besoin de l’espace libre d’une éclaircie et ainsi, par ce besoin même, demeure transpropriée à l’être de l’homme. Ce qui ne veut aucunement dire que l’être soit posé d’abord par l’homme et par lui seul. En revanche on voit clairement que l’homme et l’être sont transpropriés l’un à l’autre. Ils s’appartiennent l’un à l’autre. Cette appartenance mutuelle n’a jamais été considérée d’un peu près et pourtant c’est d’elle en tout premier lieu que l’homme et l’être tiennent les déterminations essentielles par lesquelles la philosophie   les a interprétés en mode métaphysique.

Cette coappartenance qui prédomine en l’homme et en l’être, nous la méconnaissons obstinément, aussi longtemps que nous nous représentons toutes choses, avec ou sans dialectique, simplement sous les aspects de l’ordre et de la médiation. Ainsi nous ne découvrons jamais rien d’autre que des connexions, qui sont nouées à partir de l’être ou à [266] partir de l’homme et qui font apparaître la coappartenance de l’homme et de l’être comme un entrecroisement de relations.

Nous ne sommes pas encore arrivés à la coappartenance. Mais comment peut-on y arriver? En abandonnant l’attitude de la pensée représentative. Cet abandon est un saut. Un saut qui nous fait rompre avec la représentation courante de l’homme comme d’un animal rationale, lequel, aux temps modernes, est devenu sujet pour ses objets. En même temps le saut nous écarte de l’être. Or, depuis l’aube de la pensée occidentale, l’être a été interprété comme le fond où tout étant comme tel est fondé.

Ce saut qui nous fait quitter le fond, où nous fait-il retomber? Est-ce dans un abîme? Oui, certes, aussi longtemps que nous nous bornons à nous représenter le saut, ce que nous faisons dans la perspective de la pensée métaphysique. Non, si nous sautons vraiment et nous laissons aller. Aller où? Là où nous sommes déjà admis : dans l’appartenance à l’être. Mais l’être est lui-même dans notre appartenance : car c’est seulement près de nous qu’il peut se déployer comme être, c’est-à-dire être présent [1].

Un saut est donc nécessaire pour appréhender comme telle la coappartenance de l’homme et de l’être. Pareil saut est la soudaineté abrupte du retour [2], lequel, sans aucun intermédiaire, donne accès à cette même appartenance qui est la première chose à pouvoir nous faire appréhender un rapport mutuel de l’homme et de l’être et rendre ainsi visible leur constellation. Le saut est l’arrivée [267] subite dans le domaine à partir duquel l’homme et l’être se sont, depuis toujours, déjà atteints l’un l’autre dans leur essence : c’est, en effet, par la vertu d’un seul et même don (Zureichung) que tous deux sont transpropriés l’un à l’autre. C’est l’entrée dans le domaine de cette transpropriation qui, dès le début, donne le ton à l’expérience de la pensée et lui confère ses déterminations.

Saut étrange, qui semble bien nous révéler que nous ne nous arrêtons pas encore suffisamment là où déjà, véritablement, nous sommes. Où sommes-nous? Dans quelle constellation de l’être et de l’homme?

Joan Stambaugh

When we understand thinking to be the distinctive characteristic of man, we remind ourselves of a belonging together that concerns man and Being. Immediately we find ourselves grappling with the questions: What does Being mean? Who, or what, is man? Everybody can see easily that without a sufficient answer to these questions we lack the foundation for determining anything reliable about the belonging together of man and Being. But as long as we ask our questions in this way, we are confined within the attempt to represent the “together” of man and Being as a coordination, and to establish and explain this coordination either in terms of man or in terms of Being. In this procedure, the traditional concepts of man and Being constitute the toe-hold for the coordination of the two.

How would it be if, instead of tenaciously representing merely a coordination of the two in order to produce their unity, we were for once to note whether and how a belonging to one another first [30] of all is at stake in this “together”? There is even the possibility that we might catch sight of the belonging together of man and Being, though only from afar, already in the traditional definitions of their essence. How so?

Man obviously is a being. As such he belongs to the totality of Being — just like the stone, the tree, or the eagle. To “belong” here still means to be in the order of Being. But man’s distinctive feature lies in this, that he, as the being who thinks, is open to Being, face to face with Being; thus man remains referred to Being and so answers to it. Man is essentially this relationship of responding to Being, and he is only this. This “only” does not   mean a limitation, but rather an excess. A belonging to Being prevails within man, a belonging which listens to Being because it is appropriated to Being. And Being? Let us think of Being according to its original meaning, as presence. Being is present to man neither incidentally nor only on rare occasions. Being is present and abides only as it concerns man through the claim it makes on him. For it is man, open toward Being, who alone lets Being arrive as presence. Such becoming present needs the openness of a clearing, and by this need remains appropriated to human being. This does not at all mean that Being is posited first and only by man. On the contrary, the following becomes clear:

Man and Being are appropriated to each other. They belong to [31] each other. From this belonging to each other, which has not been thought out more closely, man and Being have first received those determinations of essence by which man and Being are grasped metaphysically in philosophy.

We stubbornly misunderstand this prevailing belonging together of man and Being as long as we represent everything only in categories and mediations, be it with or without dialectic. Then we always find only connections that are established either in terms of Being or in terms of man, and that present the belonging together of man and Being as an intertwining.

We do not as yet enter the domain of the belonging together. How can such an entry come about? By our moving away from the attitude of representational thinking. This move is a leap in the sense of a spring. The spring leaps away, away from the habitual idea   of man as the rational animal who in modern times has become a subject for his objects. Simultaneously, the spring also leaps away from Being. But Being, since the beginning of Western thought, has been interpreted as the ground in which every being as such is grounded.

Where does the spring go that springs away from the ground? Into an abyss? Yes, as long as we only represent the spring in the horizon   of metaphysical thinking. No, insofar as we spring and let go. Where to? To where we already have access: the belonging to [32] Being. Being itself, however, belongs to us; for only with us can Being be present as Being, that is, become present.

Thus a spring is needed in order to experience authentically the belonging together of man and Being. This spring is the abruptness of the unbridged entry into that belonging which alone can grant a toward-each-other of man and Being, and thus the constellation of the two. The spring is the abrupt entry into the realm from which man and Being have already reached each other in their active nature, [3] since both are mutually appropriated, extended as a gift, one to the other. Only the entry into the realm of this mutual appropriation determines and defines the experience of thinking.

What a curious leap, presumably yielding us the insight that we do not reside sufficiently as yet where in reality we already are. Where are we? In what constellation of Being and man?

Original

Verstehen   wir das Denken   als die Auszeichnung des Menschen, dann   besinnen   wir uns auf ein Zusammengehören, das Mensch   und Sein   betrifft. Im Nu sehen   wir uns von den Fragen   bedrängt: Was heißt Sein? Wer   oder was ist der Mensch? Jedermann   sieht leicht  : Ohne die zureichende Beantwortung dieser Fragen fehlt uns der Boden, auf dem wir etwas Verläßliches über das Zusammengehören von Mensch und Sein ausmachen können. Solange wir jedoch auf diese Weise   fragen, bleiben wir in den Versuch   gebannt, das Zusammen von Mensch und Sein als eine Zuordnung vorzustellen und diese entweder vom Menschen her oder vom Sein aus einzurichten und zu erklären  . Hierbei bilden   die überlieferten Begriffe vom Menschen und vom Sein die Fußpunkte für die Zuordnung beider.

Wie wäre es, wenn wir, statt unentwegt nur eine Zusammenordnung beider vorzustellen, um ihre Einheit   herzustellen, einmal darauf achteten, ob und wie in diesem Zusammen vor allem ein Zueinander-Gehören im Spiel   ist? Nun besteht sogar die Möglichkeit  , das Zusammengehören von Mensch und Sein schon in den überlieferten Bestimmungen ihres Wesens, wenngleich nur aus der Ferne   zu erblicken. Inwiefern?

Offenbar   ist der Mensch etwas Seiendes  . Als dieses gehört er wie der Stein, der Baum, der Adler in das Ganze   des Seins. Gehören heißt hier noch: eingeordnet in das Sein. Aber das Auszeichnende des Menschen beruht darin, daß   er als das denkende Wesen  , offen dem Sein, vor dieses gestellt ist, auf das Sein bezogen bleibt und ihm so entspricht. Der Mensch ist eigentlich   dieser Bezug   der Entsprechung  , und er ist nur dies. «Nur» - dies meint keine Beschränkung, sondern ein Übermaß. Im Menschen waltet ein Gehören zum Sein, welches Gehören auf das Sein hört, weil es diesem übereignet ist.

Und das Sein? Denken wir das Sein nach seinem anfänglichen Sinne als Anwesen. Das Sein west den Menschen weder beiläufig noch ausnahmsweise an. Sein west und währt nur, indem es durch seinen Anspruch   den Menschen angeht. Denn erst der Mensch, offen für das Sein, läßt dieses als Anwesen ankommen. Solches Anwesen braucht das Offene einer Lichtung   und bleibt so durch dieses Brauchen dem Menschenwesen übereignet. Dies besagt keineswegs, das Sein werde erst und nur durch den Menschen gesetzt. Dagegen wird deutlich:

Mensch und Sein sind einander übereignet. Sie gehören einander. Aus diesem nicht   näher bedachten Zueinandergehören haben   Mensch und Sein allererst diejenigen Wesensbestimmungen empfangen  , in denen sie durch die Philosophie metaphysisch begriffen werden  .

Dieses vorwaltende Zusammengehören von Mensch und Sein verkennen wir hartnäckig, solange wir alles nur in Ordnungen und Vermittlungen, sei es mit oder ohne Dialektik, vorstellen  . Wir finden dann immer nur Verknüpfungen, die entweder vom Sein oder vom Menschen her geknüpft sind und das Zusammengehören von Mensch und Sein als Verflechtung: darstellen.

Wir kehren noch nicht in das Zusammengehören ein. Wie aber kommt es zu einer solchen Einkehr  ? Dadurch, daß wir uns von der Haltung des vorstellenden Denkens absetzen. Dieses Sichabsetzen ist ein Satz   im Sinne eines Sprunges. Er springt ab, nämlich weg   aus der geläufigen Vorstellung vom Menschen als dem animal rationale, das in der Neuzeit   zum Subjekt   für seine Objekte geworden ist. Der Absprung   springt zugleich weg   vom Sein. Dieses wird jedoch seit der Frühzeit des abendländischen Denkens als der Grund   ausgelegt, worin jedes Seiende als Seiendes gründet.

Wohin   springt der Ab Sprung, wenn er vom Grund ab springt? Springt er in einen Abgrund? Ja, solange wir den Sprung nur vorstellen und zwar im Gesichtskreis des metaphysischen Denkens. Nein, insofern wir springen und uns loslassen. Wohin? Dahin, wohin wir schon eingelassen sind: in das Gehören zum Sein. Das Sein selbst   aber gehört zu uns; denn nur bei   uns kann es als Sein wesen, d. h. anwesen.

So wird denn, um das Zusammengehören von Mensch und Sein eigens zu erfahren  , ein Sprung nötig. Dieser Sprung ist das Jähe der brückenlosen Einkehr in jenes Gehören, das erst ein Zueinander von Mensch und Sein und damit die Konstellation beider zu vergeben hat. Der Sprung ist die jähe Einfahrt in den Bereich, aus dem her Mensch und Sein einander je schon in ihrem Wesen erreicht haben, weil beide aus einer Zureichung einander übereignet sind. Die Einfahrt in den Bereich dieser Übereignung stimmt und bestimmt erst die Erfahrung des Denkens.

Seltsamer Sprung, der uns vermutlich den Einblick erbringt, daß wir uns noch nicht genügend dort aufhalten, wo wir eigentlich schon sind. Wo sind wir? In welcher Konstellation von Sein und Mensch?


Ver online : Identität und Differenz [GA11]


[1Denn nur bei uns kann es als Sein wesen, d. h. an-wesen.

[2Einkehr, avec la nuance de « rentrée en soi-même ».

[3Heidegger’s term is “Wesen.” It is used in the verbal meaning of φύσις rather than the more static meaning of nature or essence. (Tr.)