Schürmann (1982:318-320) – destino (Geschick)

Miguel Lancho

«Por la palabra “destino” se entiende habitualmente lo que es determinado y detentado por la suerte: un destino triste, o funesto, o feliz. Esta significación es derivada. “Destinar” quiere decir originariamente: preparar, ordenar, asignar a toda cosa su lugar».

Estas líneas describen la transmutación que Heidegger impone a la noción de destino: de humanista o existencialista, gira a lo económico o topológico.

Hacerse un destino o padecerlo, comenzarlo, hacerse cargo de él y acabarlo, no es ese el horizonte en que esas líneas inscriben el Geschick. Desde el momento en que la cuestión de la fenomenología consiste en las modalidades de la presencia, el destino no puede resumirse en la destinación. La cuestión está en esas modalidades de tal modo que ellas se dirigen a nosotros. Dirigirse, destinar una función a una persona, por ejemplo, o destinar a alguien una invectiva, «enviársela», es hallar en esta función, para esta invectiva, su lugar a donde dirigirla. Destinar quiere decir enviar, poner en su lugar, «asignar a toda cosa su lugar». Noción que tiene trazas de los «lugares» y de los que hay que ver bien dos consecuencias que hacen que el destino de los hombres deje de retener la atención más viva de Heidegger. La primera no es nueva: el destino siendo comprendido no ya como vocación del hombre, sino como puesta de toda cosa en su lugar o en su localidad, como situación, pues, seguido del antihumanismo metódico que caracteriza esta fenomenología en su conjunto. La segunda es más incisiva. Resulta de la torna hacia la economía anárquica. Lo que no es dirigido o «enviado» con esta torna nos sitúa de otra manera. En el momento de la clausura metafísica, el destino debe comprenderse como cambio de lugar, como desplazamiento. En la edad de la metafísica agonizante, las modalidades de presencia —el destino— nos sitúan en otra parte. La noción generalmente antihumanista de destino, en Heidegger, se precisa y se concreta en noción antiprincipial.

La significación económica de la situación aparece solamente en los escritos de después de Ser y tiempo. En Ser y tiempo, Heidegger escribe en efecto: «por “destino” (Geschick) entendemos el cumplimiento (Geschehen) del ser ahí con el ser-con los otros». El destino es comprendido como proceso colectivo. Es comprendido además como exhibiendo el sentido del ser, su triple dirección extática: el destino se funda en «el acto anticipador de traducirse en el ahí del instante1. Somos portadores de destino en la medida en que el porvenir, el pasado y el presente se reúnen, no en el Dasein individual, sino en «cumplimiento de la comunidad del pueblo». El destino compromete al ser ahí «extáticamente», «en y con su “generación” ». Nos liga a nuestra herencia y deviene específicamente nuestro cuando «repetimos» ésta con vistas a posibilidades nuevas ante nosotros. En Ser y tiempo el destino designa el destino humano: el pasado del hombre, su lazo con los ancestros y con los contemporáneos, su posibilidad de hacer suya la tradición en la cual ha nacido y de sacar las posibilidades para el porvenir.

Con el descubrimiento de la esencia epocal de las situaciones que constituyen nuestra herencia, el «destino» gira. Este descubrimiento —a saber que la presencia misma tiene una historia y concretamente la historia que es la metafísica— obliga a abandonar el léxico del sentido y a hablar más bien de «la verdad, aletheia, del ser». La verdad así comprendida «es historial en su esencia, no tanto porque el ser humano transcurra en la sucesión temporal sino porque la comunidad sigue situada (“destinada”) en la metafísica y que esta última es capaz de fundar una época». Tener un destino, para nosotros los occidentales, significa: estar situado en una historia de olvido, en el «destino de la falta del ser en su verdad». Paradójicamente, la deshumanización del destino va a la par, en Heidegger, con una insistencia nueva en la historia. Historia, entre tanto, en la que el hombre no es el agente. Si Heidegger, en este segundo periodo, manifiesta aún cierta preocupación por nuestro porvenir, con esta herencia de velamiento detrás de nosotros ya no nos podrá aconsejar atenernos a la expectativa: «Es el ser el que tan pronto deja surgir potencias, tan pronto las deja hacer sombra con sus impotencias en lo inesencial ». Modo de hablar que no tiene nada de mítico ya que no implica que el ser mismo sea algo super-potente. El no «hace» las potencias. Nadie ni nada —ni el hombre ni el ser— tiene poder sobre la historia. El «destino del ser» no es una fuerza que se agita tras las espaldas de los humanos. Al contrario, es el fenómeno más ordinario, el que todo el mundo conoce cuando decimos: «las cosas ya no son como antes», «esto va a cambiar», «el momento no es bueno», etc. El destino es el orden, siempre móvil, de presencia y de ausencia, la constelación aletheológica tal como ella sitúa todas las cosas en el tiempo.

Tiempo epocal que se altera como tiempo acontecimental, con el desplazamiento que es la torna económica en la edad tecnológica. Entonces puede prepararse una localidad, ordenarse, asignarse a todas las cosas, y que sea radicalmente nueva. Otra localidad y una localidad otra. Su novedad le viene del decaer de los principios epocales. Hablar del fin de la historia epocal y hablar de la entrada en el acontecimiento es rigurosamente hablar dos veces de la misma cosa — del umbral de transición donde expira una economía y donde comienza otra, donde se desplaza toda una cultura y donde «se desprende otro destino del ser», «un destino otro, aún velado1». La cultura occidental toma entonces la figura de una herencia legada sin manual de instrucciones, sin testamento, como dice René Char. El desplazamiento de cultura que tantos de nuestros contemporáneos sienten hoy, y que es la segunda consecuencia de la comprensión topológica del destino en Heidegger, quizá ha sido expresado mejor por la sentencia de Nietzsche: «Dios ha muerto». Para la deconstrucción, «Dios» tiene lugar en el principio óntico supremo en metafísica. También Heidegger comprende el impacto de esta palabra de Nietzsche en toda la historia de las economías epocales y principiales en su conjunto: «Esta palabra de Nietzsche nombra el destino de veinte siglos de historia occidental ».

Original

  1. «Notre héritage n’est précédé d’aucun testament», Fureur et Mystère, op.cit., p. 106.[↩]
Excertos de

Heidegger – Fenomenologia e Hermenêutica

Responsáveis: João e Murilo Cardoso de Castro

Twenty Twenty-Five

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