Was-seins
Algo nos es «comprensible» cuando lo comprendemos, es decir, cuando podemos presidir una cosa, cuando estamos a la altura de ella, la abarcamos de un vistazo y la captamos a fondo en su estructura. Eso «obvio» que hemos mencionado (verdad como coincidencia y rectitud, esencia como lo universal, el ser-qué), ¿nos es realmente comprensible? §1
3. La esencia de la verdad, decíamos, es lo que determina universalmente a las verdades particulares en aquello que son. «Esencia» llamábamos a lo universal, al ser-qué. Hemos procedido aclarándonos este concepto de esencia con el ejemplo de lo que queremos decir con la esencia de mesa. Ahora bien, evidentemente, la esencia de «mesa» en cuanto tal y de la «verdad» en cuanto tal son, en cuanto al contenido, totalmente inconmensurables. Pero la esencialidad de estas esencias, ¿es también distinta? ¿O el carácter de esencia de la esencia de la mesa y el carácter de esencia de la esencia de verdad es el mismo? Las verdades, ¿son algo así como mesas que están por ahí puestas, de modo que pueda preguntarse por ellas del mismo modo? ¿Es sin más legítimo y esclarecedor el modo como hemos procedido, a saber, transferir por las buenas la manera de captar la esencia de la mesa, la silla y el buzón (la pregunta por la esencia que dirigimos a las cosas) a la captación de la esencia de la verdad? §1
Aun concediendo que la esencialidad de la esencia es en ambos casos la misma y que significa el ser-qué universal de una cosa: ¿qué entendemos por ser-qué, qué significa ahí ser? ¿Lo entendemos realmente? No. Hablamos tan obviamente de esencia, de pregunta por la esencia, de captación de la esencia, y así también de la esencia de la verdad, y en el fondo sigue siendo incomprensible aquello por lo que estamos preguntando cuando preguntamos por la esencia. §1
5. Pero aun suponiendo por un momento que lo que expusimos como esencia de la verdad, la coincidencia de un enunciado con la cosa, y además el modo como en ello concebimos la «esencia» (el ser-qué como lo mismo, lo general para muchos), suponiendo que todo eso nos resulte realmente comprensible de suyo, sin ningún resto de incomprensibilidad, entonces, esto que nos resulta evidente de suyo, ¿podemos tomarlo, pues, sin más como fundamento de nuestras consideraciones, para que de hecho se garantice luego por sí mismo y nosotros podamos apelar a ello como algo asegurado y verdadero? ¿De dónde sabemos, pues, que lo así entendido está asegurado? ¿Que lo que de este modo es obvio también es así y es verdadero? ¿Que la obviedad de algo –suponiendo que la haya– es la garantía de la verdad de la cosa respectiva o de una proposición? ¿Es eso, por su parte, tan obvio? ¡Cuántas cosas no nos habrán sido ya a nosotros, es decir, a los hombres, obvias e inmediatamente evidentes, y luego resultaron ser una apariencia, lo contrario de la verdad y del saber asegurado! Así pues, que nosotros apelemos a la obviedad como garantía de verdad, es algo incomprensible, porque no está fundamentado. §1
¡Pero concedamos por un momento el deseo de orientación histórica! ¿Cómo se concibió anteriormente lo que hemos aducido con toda obviedad como esencia de la verdad y como esencia de la esencia? En la Edad Media y más tarde se definía: veritas est adaequatio rei et intellectus sive enuntiationis, la verdad es la adecuación del pensamiento o del enunciado a la cosa, es decir, la coincidencia con ella, o también commensuratio, con-mensurar, un medirse con arreglo a algo. ¿Y cómo se concebía la esencia? Como quidditas, como «quididad», el ser-qué de una cosa, su género: lo universal de la especie. §2
a) Ver el ser-qué §6
En sentido estricto, tampoco el ojo siente el color. También en la sensación el ojo es sólo órgano, incorporado a la facultad de sensación, pero no ésta misma. En sentido estricto, lo que ve no es el ojo como herramienta, sino, como mucho, el sentido de la vista con ayuda de los ojos. En el modo del sentir, el sentido de la vista «ve» colores, pero jamás ve tal cosa como un «libro»; y, a su vez, sólo a través de él «vemos» un libro. Pero, ahora, «ver» significa una percepción de algo en la que está implicado el sentido de la vista, pero no sólo él, y ni siquiera es propiamente él el percipiente. Cuando decimos, «vemos el libro», estamos empleando «ver» en una acepción que todavía va más allá de un percibir el objeto por medio del sentido de la vista con la asistencia de los ojos. Aunque podamos tener herramientas de visión todo lo nítidas y sumamente formadas que se quiera, por muy predominante, es más, excelente que pueda ser nuestro sentido de la vista, con el sentido de la vista jamás vemos un libro. Jamás veríamos algo como un libro si no, sí, si no fuéramos capaces de ver ya en un sentido más amplio y más original. En cualquier caso, de este «ver» forma parte un comprender qué es eso que sale al paso: libro, puerta, casa, árbol. Observamos de la cosa que es un libro. Este observar llega a contemplar la visión que ofrece lo que sale al encuentro: libro, mesa, puerta. De lo que sale al encuentro, observamos qué aspecto tiene, qué es. Vemos su ser-qué. «Ver» es ahora un percibir: algo (a saber, esto como libro), pero ya no por medio de los ojos y del sentido de la vista. Un mirar cuya visión no tiene nada de color, que jamás es alcanzable por medio de la mera composición de colores, que ya no tiene nada sensible; y, pese a todo, estamos viendo (percibiendo), en el sentido de que nos comportamos respecto de algo que se nos ofrece y entrega. §6
Ver la idea, es decir, entender el ser-qué y el ser-cómo, dicho brevemente, el ser, nos permite conocer por vez primera lo ente en tanto que el ente respectivo que es: con los ojos corporales jamás vemos lo ente, a no ser que ya estemos viendo «ideas». Los prisioneros en la caverna ven sólo lo ente, sombras, y opinan que sólo hay lo ente. No saben nada del ser, de entender el ser. Por eso tienen que ser conducidos lejos de lo ente –lejos de lo único que para ellos es lo ente: las sombras–, y ser subidos al exterior de la caverna. Tienen que hacer un ascenso y alejarse subiendo por encima de lo inferior, subir alejándose también del fuego en la caverna (del sol real, que, al fin y al cabo, es sólo la imagen de un ente), hacia la claridad del día, hacia la luz, hacia las «ideas». ¿Pero qué tiene que ver la idea y la esencia de la idea con la luz? Sólo así llegamos propiamente a nuestra primera pregunta. §6
Así es clara la conexión entre luz e idea. Un ente-libro lo vemos sólo si entendemos el sentido de su ser a la luz del ser-qué, de la «idea»: lo visto a través de la idea. Empezamos a intuir por qué, en la parábola, en el comportamiento del hombre respecto de lo ente están implicados la luz y el fuego. Al fin y al cabo, por eso decimos también: «se me hace la luz». Con ello no queremos decir que llegamos a conocer algo por vez primera, sino que, precisamente eso que conocemos ya desde hace tiempo, lo reconocemos propiamente: en aquello que es. §6
Hacerse libre significa vincularse a lo propiamente iluminador y aclarante, lo que permite pasar haciendo libre, «la luz». Pero la luz es la imagen simbólica de la idea. La idea contiene y da el ser. Vislumbrar las ideas significa: entender el ser-qué y el ser-cómo, el ser de lo ente. Hacerse libre para la luz significa: dejar que se haga una luz, entender el ser y la esencia y, de este modo, experimentar por vez primera lo ente en cuanto tal. Entender el ser desbloquea lo ente en cuanto tal. Sólo en este entender puede lo ente ser un ente. En todo posible ámbito, lo ente sólo puede salirnos al paso, aproximársenos y alejársenos con base en la libertad que desbloquea. La esencia de la libertad es entonces, dicho brevemente, el rayo de luz: dejar de entrada que se haga una luz y vincularse a la luz. Sólo desde y en la libertad (tomando su esencia tal como se ha desarrollado antes) lo ente se hace más ente, porque es en general de tal o cual modo. Hacerse libre significa entender el ser en cuanto tal, entender que deja ser por vez primera a lo ente en cuanto ente. Es decir, que lo ente se haga más o menos ente, eso depende de la libertad del hombre, y la libertad mide su grandeza conforme a la originalidad y el alcance y la resolución de la vinculación, concibiéndose esto individualmente como ser-ahí: vuelto a desplazar al aislamiento y al estar arrojado propios de su procedencia y su futuro históricos. Cuanto más original es la vinculación, tanto mayor es la cercanía a lo ente. §8
1. Originalmente verdadero, es decir, no-oculto, no es precisamente el enunciado sobre un ente, sino el ente mismo, una cosa, un objeto. Un ente es verdadero, entendiéndolo en el sentido griego, cuando se muestra a sí mismo como aquello y en aquello que es: oro verdadero. Por el contrario, el oro aparente se muestra como algo que no es. Esconde, oculta su ser-qué, se esconde como el ente que es propiamente. Es decir, verdadero es primariamente un carácter del ente mismo. §16
–Pero el ser, el ser-qué y el ser-que, y el ser-así y el ser opuestos, y también a su vez el ser-qué del ser opuesto, el alma misma trata de destacarlos distinguiéndonoslos, yendo por sí misma de un lado a otro, y juntándoselos en ello. §33
Con ello está por otro lado (lo que ya conocemos) la posibilidad de tener en la mirada el ser, el ser-qué de lo percibido (es decir, de lo duro, de lo coloro), es decir, la dureza y la coloreidad. Asimismo, el hecho de que lo percibido en cada caso sea así y así (su ser-que, etc.). Es más: la propia alma, por sí misma, no sólo tiene ya a la vista todas esas cosas, sino que también puede incluso orientarse específicamente a ellas, por ejemplo en el sentido de que el ser diverso, el ser opuesto de uno respecto del otro, a la luz de lo cual experimenta dos cosas (color y sonido), en cada caso los toma específicamente en su mirada, y pregunta acaso por el ser-qué del propio «ser opuesto» y destaca la esencia de la opositoriedad en general. Así sucede con cualquiera de los caracteres del ser que se encuentran en el círculo de visión de su aspiración al ser. §33
Sólo con ello llegamos al resultado decisivo del tercer paso. Consiste en una revisión de la conexión entre lo percibido con los sentidos y lo que inicialmente captamos como «sobreexcedente». Lo percibido en la percepción, esto y aquello que en cada caso está determinado de tal y cual modo (lo coloro, lo sonoro), sólo lo podemos tener ante nosotros sobre la base de la aspiración al ser. Sólo porque el alma aspira al ser, puede a la luz de lo aspirado tener ante sí, es decir, percibir, es decir, tomar como verdadero, en cada caso esto o aquello dado como algo conseguido y tenido. Todo «tener ante sí» y tener en general lo ente, se funda en una aspiración al ser. Es decir, el ser (ser-qué, ser otro, etc., pero también la coloreidad, la dureza), está siempre ya vislumbrado y en juego en una percepción de lo ente. Está contenido ahí en la aspiración, aunque no se lo perciba, y lo pretendido en la tendencia está orientado rumbo a nosotros, para que nos haga poseíble esto y aquello como coloro y sonoro. Por eso, el ser en la unidad de todos los caracteres correspondientes se lo caracteriza de forma totalmente inadecuada cuando, como hasta ahora, lo tomábamos meramente como el «sobreexcedente» que cabe mostrar además de lo sentido y percibido (lo coloro, lo sonoro) dentro del círculo de lo percibido. ¿Por qué Sócrates designa estos caracteres como sobreexcedente? Sólo cuando, en la investigación de lo percibido, partimos inicialmente del color y el sonido, etc., y luego constatamos que, en ello, todavía se percibe más, topamos también con el ser, ser diferente, etc. Es decir, en el orden de la investigación, en la prosecución hacia lo que todavía vendrá, podemos decir: este más es un añadido a lo sentido. Pero lo que luego encontramos también ahí posteriormente, en cuanto al asunto y en cuanto a su esencia, no es el «más», el añadido, sino, a la inversa, lo que está dado previamente: el dato previo (pero no reconocido ni mucho menos concebido o cuestionado en cuanto tal). Más exactamente: en la medida en que no está dado ya expresamente en la atención a algo, es lo que, en el vislumbrar tendente, nos es puesto delante, lo tenido previamente (a priori) a la vista, eso que ya tiene que estar entendido para que, en general, algo perceptible podamos percibirlo como un ente, es más, justamente como no otra cosa que lo que constituye conjuntamente el ámbito que nos es puesto delante de posible perceptibilidad. §33