1. Hemos dicho que la esencia de la verdad es la coincidencia. El enunciado coincide con aquello sobre lo cual dice algo. «Aquí en la sala está encendida la luz.» Pero aquello acerca de lo cual se dice algo en este enunciado, aquello conforme a lo cual el enunciado se rige, tiene que estar dado ya como regla para el enunciar, pues ¿cómo si no debería regirse conforme a ello? Es decir, tenemos que saber ya qué y cómo es eso acerca de lo cual enunciamos. Sabemos que aquí está encendida la luz. Pero tal saber sólo lo tenemos a partir de un conocimiento, y el conocimiento capta lo verdadero, pues un conocimiento falso no es conocimiento. ¿Y qué es lo verdadero? Lo conocido es lo verdadero. Precisamente aquello que coincide con la situación. El enunciado coincide con lo conocido en el conocimiento. Es decir, con lo verdadero. ¿Lo verdadero? ¿Así pues, la coincidencia del enunciado es coincidir con algo que coincide? ¡Una definición de esencia ejemplar! La verdad es coincidencia con una coincidencia, y ésta última coincide a su vez con una coincidencia, y así sucesivamente. ¿Y la primera coincidencia a la que nos remontamos? Lo primeramente dado, ¿tiene que ser igual a algo dado, es decir, ser necesariamente ello mismo algo que coincide? ¿Qué es lo que tal vez se desliza en medio, y por qué? Porque todo se está tratando formalmente y sin base, con la concepción de la verdad como coincidencia no obtenemos ni tenemos en absoluto nada comprensible. Lo que se destacaba como algo obvio, es del todo oscuro. §1
Pero aun cuando fuera eso: ¿no es lo presente tan funesto que, al cabo, merece la pena huir de él, huir de verdad, para no sucumbir por completo a él, y para ponerse así en situación de superarlo al cabo de verdad de una vez? Pues, en el auténtico regreso a la historia, tomamos esa distancia frente al presente que nos proporciona, por vez primera, el espacio intermedio para el impulso que es necesario para saltar más allá de nuestro propio presente, es decir, para tomarlo como lo único como lo que merece ser tomado todo presente en cuanto presente: algo que debe ser superado. El verdadero regreso a la historia es el comienzo decisivo de la auténtica futuridad. Jamás hombre alguno ha saltado más allá de sí desde el lugar y en el lugar en el que está en ese momento. Y si no aprendemos a comprenderlo: qué pasará entonces, eso lo sabe cualquiera. §2
La situación del hombre en la caverna subterránea §2
¿Adónde conduce este primer estadio de la parábola, la descripción de la situación de los prisioneros en la caverna? Lo deducimos sin dificultades de la última frase, que debe dar claramente un resumen conclusivo de la descripción anterior: §2
2. Y justamente por eso puede plantearse la pregunta (¿planteada por quién?) de qué sea eso que, en esta situación, está no-oculto para el hombre. Respuesta: eso que él tiene ante sí directa, inmediatamente, sin más intervención suya, tal como justamente se da. Es decir, aquí: las sombras de las cosas, que se proyectan sobre el muro que hay ante él al resplandor del fuego que hay tras él. Pero esta caracterización de lo no-oculto requiere de inmediato una determinación más precisa. §3
3. Los encadenados ven ciertamente las sombras, pero no en tanto que sombras de algo. Si decimos: las sombras son para ellos lo no-oculto, entonces eso es equívoco, y en el fondo estamos diciendo ya demasiado. Sólo nosotros, que abarcamos ya de un vistazo toda la situación, designamos como sombras lo que tienen ante sí. ¿Por qué no pueden hacerlo también los encadenados? Porque no saben nada de un fuego, de algo que dé un resplandor, una luz, en cuya claridad se proyecten por vez primera tales cosas como sombras, en cuya claridad pueda ensombrecerse alguna otra cosa, y porque no saben nada de cosas ni de hombres que, a la luz, puedan proyectar una sombra. Por eso, cuando dijimos (en 2.) que puede preguntarse «qué sea eso» que ahí está no-oculto, eso no es una pregunta que los encadenados puedan plantear, pues en la esencia de su existencia reside que, justamente esto no-oculto que tienen ante sí, les baste, y hasta tal punto que tampoco sepan que eso les basta. Están entregados a eso que les viene al encuentro inmediatamente. §3
6. Por otra parte, ¿qué exige el estar vuelto a las cosas mismas? Liberación de las cadenas. Pero eso es sólo la introducción de la liberación. Deben seguir el girarse, el estar vuelto a la luz. Esta liberación fracasa. No llega a realizarse. Demostración: ¡el desencadenado quiere regresar a su situación anterior! ¿Por qué? ¿A causa de qué fracasa esta liberación intentada? §4
8. Por eso, retirar las cadenas no es ninguna liberación real del hombre. Queda como algo externo, no afecta al hombre en su propio sí mismo. Sólo cambian las circunstancias, pero no se modifica su estado interior, su querer. Ciertamente, el desencadenado quiere algo, pero lo que quiere es regresar a la cadenas. Queriendo de este modo, quiere el no querer: no quiere estar él mismo implicado. Elude y retrocede ante una pretensión en la que se exige de él una renuncia completa a su situación anterior. Además, está muy lejos de entender que el hombre, en cada caso, sólo es aquello a lo cual tiene fuerzas para atreverse, y en la medida en que las tiene. §4
Por muy claramente trazada que pueda estar la parábola, por muy simple y clara que se evidencie incluso la interpretación platónica, ¿entendemos mucho o siquiera sólo un poco de ella? Tampoco sirve la salida de preguntar cómo interpreta la parábola el propio Platón. Entonces sólo hallamos que Platón hace una perífrasis de las circunstancias y que aclara la situación del liberado diciendo que el lugar del liberado está por encima del cielo, pero que en este lugar hay ideas, y entre ellas, una idea suprema. Qué significa todo eso, no lo llegamos a saber. En un primer momento no entendemos nada, sobre todo si pensamos que se trata de una historia que sucede con el hombre. ¿Con el hombre? ¿Quién es ése? Nosotros mismos, y sólo nosotros. Cada uno mismo, en la medida en que es ahora, es decir, en la medida en que es puesto por Platón ante esta parábola, y que se deja poner ante este suceso. Es decir, no aquellos que escuchan ahora unas lecciones de Heidegger: ésos tendrán ya bastante al cabo de unas semanas, y desaparecerán igual que han venido. Pero que uno esté sentado ahí regularmente hasta la última clase del semestre, ¿es eso una prueba de que se ha dejado poner ante esta parábola? No, y lo menos que puede probarlo es un examen, es decir, no puede probarse en absoluto. Pero confirmarse como verdadero: ¡eso sí! Cómo y ante quién y cuándo y dónde y en qué medida, eso sólo lo sabe cada uno. Únicamente en ello consiste la misteriosa «eficiencia» de una filosofía, si es que la tiene. §5
Yendo de la correa de lo cotidiano, de lo de cada día, estamos forzados a lo habitual. En tal situación forzosa, que para nosotros tiene el aspecto de libertad, sólo percibimos lo ente. ¿Cómo podemos decir «sólo»? ¿Qué ha de faltar ahí, cuando, justamente en el negocio de cada día, y en cierta manera como empleados de lo que se da en llamar la situación actual, no nos comportamos de modo fantasioso, tampoco soñamos, no nos movemos en planes quiméricos ni en deseos irrealizables, sino que hacemos justamente lo cotidiano y colaboramos para que esta actividad se mantenga en marcha? ¿Qué más podemos hacer que atenernos a lo ente, a lo real? Sólo que, en la imagen simbólica, Platón designa precisamente este ente, lo cotidiano, como sombra, haciéndonos así la seña de que lo ente en torno a nosotros, por mucho que lo consideremos como tal, no es lo único ni lo verdadero de lo ente, no es lo ente en su no-ocultamiento. Pero, más allá de lo ente, ¿hay, pues, todavía otra cosa? §6
En el origen del no-ocultamiento de las cosas, de lo ente, es decir, en su paso a través del ser, el engendrar vislumbrando que hemos caracterizado no está menos implicado que lo vislumbrado mismo en el mirar: las ideas. Que ellas constituyen conjuntamente el no-ocultamiento significa entonces que no son nada «en sí», nunca son objetos. Es más, las ideas en tanto que lo avistado son sólo (si es que podemos hablar así en general) en este mirar vislumbrando, tienen una referencia esencial con el engendrar vislumbrando. Por eso, las ideas no son objetos presentes, ocultos en alguna parte, que se pudieran hacer salir con un abracadabra. Pero tampoco son algo que los sujetos van llevando consigo, algo subjetivo en el sentido de que son hechas y pergeñadas por sujetos (hombres tal como los conocemos). No son ni cosas, objetivas, ni algo sólo pensado, subjetivo. Qué son ellas, cómo son ellas, es más, si ellas «son» en general, eso no se ha resuelto hasta hoy. A partir de ahí podrían calibrar ustedes aproximadamente el progreso que ha hecho la filosofía. Pero, al fin y al cabo, no hay progreso en la filosofía. Esta pregunta no está irresuelta porque no se haya encontrado la respuesta, sino porque esta pregunta no se ha preguntado seriamente, de modo adecuado a la Antigüedad y a la altura de ella, es decir, no se la ha examinado lo suficiente en su planteamiento. En lugar de ello, la decisión recae precipitadamente sobre una u otra de las dos únicas posibilidades que conocemos: las ideas son o bien algo objetivo (y como no se sabe dónde, se llega finalmente a tal cosa como «validez» y «valor»), o bien algo subjetivo, es decir, quizá sólo una ficción «como si», una mera figuración (fantaseada). Aparte de sujetos y de objetos no se conoce nada, ni mucho menos se sabe que esta diferenciación entre sujeto y objeto es ya y justamente la más cuestionable, por la que, desde hace ya tiempo, la filosofía resulta burlada. En vista de esta situación totalmente confusa dentro del problema más central de la filosofía, el paso filosóficamente más valioso y auténtico sigue siendo hasta hoy cuando las ideas se plantean como los pensamientos creadores del espíritu absoluto, o dicho cristianamente, de Dios, como por ejemplo hizo san Agustín. Ciertamente, esto no es ninguna solución filosófica, sino eliminar el problema, pero una eliminación que tiene un impulso filosófico auténtico, que en la gran filosofía aparece una y otra vez: la última vez, con un estilo grande, en Hegel. §9
¿Qué sucede, pues? El que se ha hecho libre regresa a la caverna con la mirada para el ser. Debe estar en la caverna, es decir, el hombre, el colmado del rayo de luz para el ser de lo ente, debe pronunciar junto con los habitantes de la caverna y para ellos sus opiniones acerca de lo no-oculto ahí y para éstos, es decir, acerca de lo que para éstos es lo ente. Eso sólo puede hacerlo si se mantiene fiel a sí mismo, es decir, desde la postura del libre. Dirá qué ve en la caverna con su mirada esencial. ¿Qué vislumbra en general de antemano gracias a la mirada esencial? Entiende el ser de lo ente. Es decir, vislumbrando la idea, sabe qué forma parte de un ente y de su no-ocultamiento. Por eso puede decidir si algo es un ente, por ejemplo el sol, o sólo su imagen reflejada en el agua. Puede decidir si algo es sólo una sombra o una cosa real. Gracias a la mirada esencial, sabe ahora de antemano, antes de regresar a la caverna, qué significa en general «sombra», en qué se basa tal cosa en su posibilidad. Sólo porque ahora lo sabe de antemano, regresando a la caverna, puede constatar desde ahora que lo no-oculto que se muestra en la pared, es co-engendrado por el fuego en la caverna, que es una sombra. Con su mirada esencial, tiene ahora por vez primera la mirada para lo que sucede en la caverna. Sólo ahora comprenderá la situación de los encadenados. Comprenderá por qué no pueden conocer las sombras como sombras, sino que, lo que se les muestra, tienen que considerarlo el ser y atenerse a él. Por eso, tampoco se intranquilizará si los habitantes de la caverna se ríen de él y de sus discursos, y si tratan de hacerse los superiores con fáciles objeciones en un mero hablar opinando sin ton ni son. Al contrario: se mantendrá firme y para él será importante que los encadenados le odien. Incluso pasará al ataque, se dispondrá a liberar a uno y a familiarizarlo primero con la luz en la caverna. No les discutirá a los habitantes de la caverna que ellos se comportan respecto de algo no-oculto, pero tratará de mostrarles que esto no-oculto es algo que, justamente en tanto que se muestra, es decir, en tanto que no está oculto, no muestra lo ente, sino que lo esconde, lo oculta. Tratará de hacerles comprensible que, aunque en la pared se muestra algo que tiene una apariencia, sin embargo sólo aparenta ser como lo ente, pero no lo es; que, más bien, en la pared acontece un constante ocultar lo ente, y que ellos mismos, los encadenados, están arrebatados y anulados por este ocultamiento que acontece constantemente. §11
Me alegra que se hayan expresado recelos de si todavía nos movemos en el cauce de nuestra pregunta conductora. ¡Pero, después de todo, estamos preguntando por la esencia de la verdad! De hecho, habría que recelar si nos hubiéramos salido de nuestro cauce. Por el contrario, no es relevante la posesión de conocimientos. Si ustedes conocen esto o aquello y si lo «saben» o no (dónde está Megara, cuándo nació Schleiermacher, quién fue Friedrich Schlegel y similares), todo eso no vale mucho. Sólo vale si se da lo esencial: que ustedes, en lugar de conocer esto y aquello, estén en situación y tengan la voluntad de hacer preguntas. §20
Pero hacerse presente esta situación, que nosotros, pese a todos los progresos de la ciencias naturales, tampoco hoy podemos pensar del todo lo bastante a menudo ni con el suficiente rigor, no tiene sólo este resultado negativo. Al mismo tiempo se indica algo positivo, a saber, aquello que tiene que ser manifiesto para que, de hecho, el percibir pueda ser tal como lo conocemos, es decir, como nosotros mismos en tanto que hombres vivimos en él. Esto conduce la mirada a lo que es decisivo para el posibilitamiento del percibir. En la medida en que alguna vez ha existido alguien, es decir, desde que existe la unidad del ser humano, se plantea la pregunta: ¿qué tiene que haber para que esta unidad sea posible? §24
El primer paso llega hasta 185 b 6. Pongámonos en una situación, que en la medida de lo posible no sea artificiosa, en la que acaso nuestra existencia vibra en una percepción inmediata tal que perciba al mismo tiempo color y sonido. Tumbados en el prado, miramos al azul del cielo y a la vez escuchamos el canto de la alondra. Color y sonido se nos muestran. Percibimos ambos. ¿Qué estamos percibiendo en cuanto a ambos? ¿Qué podemos percibir ahí? §26
Así pues, tenemos que volver a mirar, o mejor dicho, tenemos que mirar por vez primera qué es realmente lo que hay aquí y lo que se quiere decir. Hagámonos presente el ejemplo indicado, trasladándonos con nuestra imaginación inmediatamente a la situación: nos mantenemos en un percibir, totalmente perdido en sí mismo, el azul celeste y el canto de la alondra. Ambas cosas nos salen al paso, mostrándosenos en ello como entes. Así pues, percibimos esto ente: el azul que es y el canto que es. En el percibir, ¿es todo un asumir? ¿Qué se asume? ¿Qué significa, pues: percibimos este ente que nos sale al encuentro? ¿Nos ocupamos de ello, en cuanto a que es un ente? No: conforme a nuestra situación, tumbados en la hierba, no nos ponemos a ocuparnos de algo. Al contrario: nos perdemos en el azul, en lo que se ofrece, y seguimos el canto, y, en cierta manera, nos dejamos llevar por este ente, de modo que nos envuelve abarcándonos. Es lo ente lo que nos envuelve abarcándonos, ciertamente, y no acaso la nada o alguna figuración. Pero no nos ocupamos de ello en tanto que un ente. §30
Ciertamente, este estar familiarizados con lo ente en la existencia del hombre tiene en cada caso su propia historia. No se limita simplemente a estar ahí, indiferentemente y por igual a lo largo de la historia de la humanidad, sino que él mismo enraíza en lo que llamamos el arraigamiento del hombre: en lo que, en cada caso, son y en el modo como son para él la naturaleza y la historia y lo ente en su conjunto y en su fundamento. Este arraigamiento de la existencia del hombre puede perderse, y para los hombres actuales no sólo se ha perdido en amplia medida, sino que ya no se lo entiende en absoluto. El propio estar familiarizado con lo ente se ha desenraizado, pero este desarraigo mismo no es algo negativo, sino que, en cierta manera, se ha organizado a sí mismo y ha asumido el gobierno, es decir, la reglamentación y la legislación… de aquello que la relación del hombre con el ser y con lo ente debe ser. Si algo «es algo», si –como decimos– «hay algo en ello», eso ya no lo decide primeramente el ente mismo ni el poder con el que él es capaz de apelar inmediatamente al hombre, sino que algo es algo o no es nada sólo si se habla sobre ello o no, sólo si uno se interesa por ello. Así vive el hombre actual, en lo más elemental y en lo supremo, de aquello y conforme a aquello que el periodismo –en el sentido más amplio– le prescribe en cuanto a intereses. Hay «intereses literarios». Las obras de arte, ya totalmente al margen de su enlazamiento interno con el culto, ya no tienen su ser propio ni su fuerza operativa en medio de lo ente, sino que existen para los intereses de los americanos viajeros, de los visitantes de museos y de los historiadores de arte (que les dicen a aquéllos qué es lo que hay que hacer para que cosas tales les estremezcan). Qué sea la «naturaleza», eso lo decide el periodista, de modo que se da la situación de que unos enanitos berlineses de la literatura pretenden enseñarle a uno qué haya que entender por naturaleza. Cuando el estar familiarizado con lo ente está desarraigado en su fuerza inmediata en una medida tal como hoy sucede, entonces, ciertamente, será difícil despertar un comprensión real para la percepción inmediata de lo ente y de su inmediatez. §30
Así pues, sólo ahora concebimos más claramente la caracterización del alma que Platón dio ya al comienzo, y que nosotros formulamos así: la esencia del alma es ponerse delante un círculo de visión, un ámbito hacia dentro del cual se extiende lo perceptible. No un más ni un añadido, sino la situación por la que estamos rodeados ya de siempre. Este estar rodeados por el ámbito de perceptibilidad, sucede en la aspiración. Sólo la aspiración, únicamente en cuyo ámbito es posible en cada caso todo lo alcanzable y lo alcanzado (lo tenido), sólo la aspiración es también lo que puede poner delante y mantener alrededor un ámbito tal que hay que poner delante y que rodea. Este ámbito está llenado, es constituido por las referencias del ser que hemos encontrado ahora. El modo como el alma se lo pone delante, es la aspiración. Pues la aspiración al ser, qua tendencia, es todavía en el «desde sí» un «lejos de sí» y un «hacia»… Pero en cuanto que aspirar pretendiendo, no se pierde en lo pretendido como algo que meramente se ansía, sino que tendiendo a…, mantiene a lo pretendido apoyándolo, de tal modo que, al mismo tiempo, la tendencia regresa desde lo pretendido hacia sí, a la propia alma tendente. §33
Nosotros, con nuestra tesis de la imposibilidad, tenemos que ceder ante la circunstancia de que, en efecto, la hay. Pero este tener que ceder no es absolutamente evidente, sino sólo bajo el presupuesto de que la tesis misma, es decir, los aspectos con los que trabajaban los intentos, no estaban lo suficientemente fundamentados, y que, por su parte, la situación fenoménica tampoco está captada hasta ahora de modo apropiado. Un hecho en cuanto tal no tiene sin más la prioridad sobre una visión esencial, ya sólo porque para nosotros no hay en absoluto «meros hechos». Todo hecho se lo entiende ya como esto y esto, es decir, queda bajo un conocimiento esencial. Caso de que el conocimiento esencial esté fundamentado, entonces, frente al «hecho», vige la frase de Hegel: «tanto peor para los hechos». En nuestro caso tiene que ceder la tesis, no para dejar valer sin más el hecho, sino para poder preguntar por vez primera libres de carga por éste. Si no queremos cerrar los ojos ante ello, entonces sólo queda salvar al fenómeno a pesar de, es más, justamente a causa de su carácter prodigioso. Si el fenómeno obtiene así la primera palabra, entonces, para esclarecerlo, hay que retirar los aspectos que hasta ahora eran conductores. §40
Además, esta nueva caracterización doble se realiza en ambos casos mediante la aclaración de una parábola e imagen simbólica. De este modo, llegamos a la misma situación que en la parábola de la caverna: Platón se halla ante una tarea (que a él mismo le resulta inequívoca en cuanto tal, pero también de un género nuevo), en vista de la cual no se atreve en absoluto a tratar de modo inmediato y directo sobre los nuevos fenómenos, ni mucho menos a resolverlos a la primera acometida. §42
En tal situación, nuestra conducta es constantemente ésta: el ente que comparece inmediatamente lo tenemos en nuestra presencia. Nuestra conducta es un tener presente, que queremos llamar brevemente: estar presente este ente que sale al encuentro. §42
¿Qué significa «idea»? Con esta pregunta tocamos el terreno y la constitución fundamental de la existencia espiritual occidental. Pues con ayuda de la doctrina platónica de las ideas se desarrolló el concepto cristiano de Dios, y con él se formó el criterio para la concepción rectora de todo otro ente (no divino). Con ayuda de la doctrina de las ideas se desarrolla el concepto moderno de razón, la época de la Ilustración y el dominio de la racionalidad, y por tanto también el contramovimiento del clasicismo y romanticismo alemán. La fusión de ambos poderes, consumada en Hegel, es la consumación cristiana del platonismo (configurado cristianamente) de la Antigüedad y un contragolpe con sus propios medios y fuerzas, la doctrina de la ideología y toda la sistemática del pensamiento de Marx y del marxismo, pero también, en otra dirección, Kierkegaard; el debilitamiento y la mezcla y el volver inofensivos todos estos poderes del siglo xix y de comienzos del siglo XX; a fines del siglo XIX, Nietzsche contra los tres frentes (humanidad, cristianismo, Ilustración). Desde entonces no hay ninguna posición ni postura del hombre clara, original, resuelta y creadora, espiritual, histórica. Y sobre todo: pese a todo «análisis» y «tipología», ninguna visión ni experiencia de la situación y de la posición. Ésta sólo la hay en cada caso en la confrontación que actúa y que se preocupa dentro de una necesidad de decisión. Por eso también ha quedado totalmente oculto de qué modo está totalmente dominada por la «doctrina de las ideas», aunque una doctrina trivializada y falseada. APÉNDICE