En la interpretación que sigue, dejamos intencionadamente sin considerar el contexto inmediato en que la parábola está dentro del diálogo. Tanto más pasamos por alto todas las explicaciones que conciernen al diálogo en su conjunto. Es determinante y significativo de la parábola de la caverna que pueda considerarse enteramente por sí misma, que podamos tomarla aisladamente sin tocar ni reducir en lo más mínimo su contenido y su significado. §2
Pero habríamos entendido mal toda la interpretación anterior de la parábola de la caverna si no hubiéramos aprendido ya de dónde debemos dejarnos dar el concepto de hombre. Pues, al fin y al cabo, esta parábola narra justamente la historia en la que el hombre toma conciencia de sí como un ser existente en medio de lo ente. Y en esta historia esencial del hombre, lo decisivo es justamente el suceder el no-ocultamiento, es decir, el desencubrimiento. Así pues, justo al revés, llegamos a saber qué es el hombre sólo a partir de la esencia del no-ocultamiento. Sólo la esencia de la verdad nos permite comprender la esencia del hombre. Cuando dijimos que justamente esta esencia de la verdad (el desencubrimiento) es el suceder que sucede con el hombre, entonces eso significa que el hombre, tal como lo vemos ahí, en la parábola, en su liberación, está trans-puesto en la verdad. Éste es el modo de su existencia, el suceso fundamental del existir. El original no-ocultamiento es el des-encubrir proyectante en cuanto suceso que sucede «en el hombre», es decir, en su historia. La verdad ni está presente en algún lugar por encima del hombre (como validez en sí), ni la verdad está en el hombre como en un sujeto psíquico, sino que el hombre está «en» la verdad. La verdad es más grande que el hombre. Éste está en la verdad sólo si y en la medida en que es dueño de su esencia. Se mantiene en el no-ocultamiento de lo ente y de este modo se comporta respecto de éste. §9
Pues bien, ¿quién es este hombre de la parábola de la caverna? No el hombre en general, sino aquel ente totalmente determinado que se comporta respecto de lo ente en tanto que lo no-oculto, y que en tal comportamiento está no-oculto para sí mismo. Pero este no-ocultamiento de lo ente en el que él está y se mantiene, sucede en el vislumbrar proyectante del ser, o diciéndolo en términos platónicos: en las ideas. Pero este vislumbrar proyectante sucede como la liberación de esta esencia para sí misma. El hombre es aquel ente que entiende el ser y que existe sobre la base de este entender el ser, es decir, entre otras cosas: que se comporta respecto de lo ente como lo no-oculto. «Existir», y menos aún «existencia», no se emplean aquí simplemente en una acepción arbitraria y desgastada, en el sentido de suceder y de estar presente, sino en un sentido del todo determinado y suficientemente fundamentado: ex-sistere, ex-sistens, sacándose al no-ocultamiento de lo ente, expuesto a lo ente en su conjunto y, por tanto, emplazado en la confrontación con lo ente así como consigo mismo; no anulado en sí mismo, como las plantas; no perturbado en sí mismo, como los animales en su medio circundante; no meramente apareciendo ahí, como una piedra. Qué haya que entender más en concreto por ello, se hace lo suficientemente claro en las diversas publicaciones particulares, en todo caso lo suficiente como para que sea posible una confrontación con ello. Que el hombre, conforme a su esencia, se haya sacado por sí al no-ocultamiento de lo ente, sólo es posible en la medida en que ha entrado en la zona de peligro de la filosofía. El hombre fuera de la filosofía es alguien totalmente distinto. §9
La esencia de la verdad como no-ocultamiento de lo ente la buscamos en el desencubrimiento como un suceder desencubridor, sobre cuya base el hombre existe. Aquél es lo que determina por vez primera la esencia del hombre: bien entendido, del hombre del que se trata aquí, en esta parábola de la caverna. El hombre es aquel ente que entiende el ser y que existe sobre la base de esta comprensión del ser. §9
¿Cómo podemos osar una afirmación tan grave? Pero antes de que podamos tomar una decisión sobre esta sospecha, se nos requiere llevar primero el conjunto de nuestra interpretación de la parábola de la caverna a la finalización que exige el contenido de la parábola, es decir, tomar la pregunta de qué significa la idea del bien en conexión con la esencia de la verdad, y para Platón en general. §11
Exactamente esta misma caracterización de la idea suprema da Platón en el segundo pasaje principal, al final de la exposición de la parábola de la caverna (517 c 3 s.): §14
Así pues, si vislumbrar las ideas constituye el fundamento para que el hombre, en tanto que ente, se relacione con lo ente, entonces con la idea suprema tiene que corresponderse un vislumbrar que suceda en lo más profundo de la esencia del hombre. El llegar preguntando hasta la idea suprema es entonces, al mismo tiempo, un descender preguntando hasta el más profundo vislumbrar que le sea posible a la esencia del hombre como un existente, es decir, el preguntar por la historia esencial del hombre con vistas a entender qué es lo que capacita al ser y al no-ocultamiento del ente para aquello que son. Esta pregunta por la historia esencial del hombre la hemos preguntado junto con Platón, a lo largo de un trecho, al ir comprendiendo por nuestra parte la parábola de la caverna, y vimos que es un suceso enteramente determinado, con estadios y con tránsitos de un estadio a otro enteramente determinados. §15
Es decir, la liberación y el despertar del poder más interno de la esencia del hombre es de lo que se trata en esta liberación en la parábola de la caverna. De modo correspondiente, dice Platón en un pasaje que sigue a continuación, donde interpreta prácticamente el suceso expuesto en su sentido (521 c 5 ss.): §15
Todas estas determinaciones acumuladas sólo están diciendo siempre de modo más claro e inequívoco lo que toda la interpretación de la parábola de la caverna debía darnos a conocer. La pregunta por la esencia de la verdad como no-ocultamiento es la pregunta por la historia esencial del hombre. §15
«Después de esto, hazte una imagen [a saber: la imagen siguiente de la parábola de la caverna] de nuestra esencia humana, y después entiende esta esencia nuestra, tanto en cuanto a su posible estar afianzado a algo como en cuanto a la falta de afianzamiento.» §15
Con ello se ha llevado a su final la interpretación de la parábola de la caverna. ¿Con qué fin se emprendió? §16
Pero, pese a todo, ¿no demuestra la parábola de la caverna lo contrario? Después de todo, hemos tratado profusamente de mostrar que en todos los estadios sucede una transición de un elemento no-oculto a otro, y que el no-ocultamiento constituye el suceso fundamental de esta historia. ¿Cómo podemos negar ahora nuestra propia interpretación? §17
Sólo esto es el resultado decisivo de la interpretación de la parábola de la caverna y de toda la observación anterior: la visión de que la pregunta por la esencia de la verdad como no-ocultamiento tiene que transformarse en la pregunta por la no-verdad. Dicho con otras palabras, ahí reside ya una respuesta decisiva a la pregunta por la esencia: una respuesta que no hace más que agudizar y ampliar el preguntar. Pero esta visión la volvemos a perder ya en el momento mismo en que hacemos de ello una opinión y un parloteo y en adelante, en función de lo que hemos oído decir, vamos diciendo que la pregunta por la esencia de la verdad es la pregunta por la esencia de la no-verdad. Para eso habría sido mejor quedarse en la antigua opinión de que la verdad es coincidencia del juicio con el objeto. §17
Pero al mismo tiempo sabemos, igualmente a partir de la parábola de la caverna, que la pregunta por la esencia de la verdad es la pregunta por la esencia del hombre. De este modo, la pregunta por la esencia de la no-verdad, en tanto que pregunta fundamental por la esencia de la verdad, pasará a ser también una pregunta, peculiarmente dirigida, por la esencia del hombre. §17
Pero para andar realmente este camino y para volver a preguntar realmente la pregunta por la esencia de la no-verdad, tenemos que jalonar aún más estricta y determinadamente nuestro propio camino, ajustándolo a las huellas que el trabajo filosófico de Platón ha dejado marcadas en la historia del espíritu. La interpretación de la parábola de la caverna trabajaba todavía con la artimaña de separar esta pequeña parte del gran contexto del diálogo. Para el despliegue sucesivo de la pregunta por la no-verdad, no debemos limitarnos a fragmentos singulares (doctrinas) que se encuentren en Platón, es decir, por ejemplo, recopilando a la manera usual, con ayuda del diccionario, los pasajes en los que Platón habla de la no-verdad. Este procedimiento no es sólo improductivo, sino que simula una fundamentalidad que no la es, sino que es sólo una ocasión para librarse del texto, de la pregunta que él exige. §17
Desarrollamos y despertamos la pregunta por la no-verdad por vía de una interpretación, orientada con toda determinación, del diálogo platónico. En la ejecución práctica, procederemos como hicimos con la interpretación de la parábola de la caverna. No se trata en primera instancia de instruir en el procedimiento general de la interpretación de un texto filosófico (esto sólo colateralmente), sino de despertar la pregunta (previamente determinada) por la no-verdad como la pregunta fundamental, y bien entendida, por la esencia de la verdad. Por eso, para el siguiente propósito de la asignatura, no es necesario que ustedes dominen por sí mismos el texto griego. Es más, ustedes deben poder llevar a cabo el preguntar por sí mismos, también sin el texto. Para su propio provecho, puede ser deseable si ustedes tienen al lado un texto griego o una traducción. Basta con la traducción, preferentemente la de Schleiermacher (fácilmente accesible en Reclam), que hasta hoy no ha sido superada en cuanto a su rigor, y que es la más bella. Ciertamente, para el trabajo autónomo con el diálogo hay que tener como base el texto original, y eso significa al mismo tiempo: una traducción propia. Pues una traducción es sólo el resultado último de una interpretación realmente realizada: el texto ha sido trans-puesto a una comprensión autónomamente inquiriente. Igual que no abogo por el mero trabajo con traducciones, quiero prevenir de pensar que el dominio de la lengua griega asegura ya la comprensión de Platón o de Aristóteles. Eso sería tan necio como si alguien pretendiera decir que, por el hecho de que entendemos el alemán, entendemos ya a Kant o a Hegel, lo que, con toda certeza, no es el caso. §17
La pregunta por la esencia de la verdad se determinó inicialmente como pregunta por la esencia del no-ocultamiento. Qué forma parte de esta pregunta, se puso de relieve mediante una interpretación de la parábola de la caverna. Un carácter fundamental del no-ocultamiento consiste en que es algo que sucede con lo ente mismo. Pero este suceso, sin embargo, forma parte de un modo determinado de la historia de la existencia del hombre en tanto que existente. El no-ocultamiento no existe en sí mismo en alguna parte, y ni siquiera como propiedad de las cosas. El ser sucede como historia del hombre, como historia de un pueblo. A este suceso del no-ocultamiento de lo ente, lo hemos llamado el desen-cubrimiento. §19
Además, esta nueva caracterización doble se realiza en ambos casos mediante la aclaración de una parábola e imagen simbólica. De este modo, llegamos a la misma situación que en la parábola de la caverna: Platón se halla ante una tarea (que a él mismo le resulta inequívoca en cuanto tal, pero también de un género nuevo), en vista de la cual no se atreve en absoluto a tratar de modo inmediato y directo sobre los nuevos fenómenos, ni mucho menos a resolverlos a la primera acometida. §42