Por muy claramente trazada que pueda estar la parábola, por muy simple y clara que se evidencie incluso la interpretación platónica, ¿entendemos mucho o siquiera sólo un poco de ella? Tampoco sirve la salida de preguntar cómo interpreta la parábola el propio Platón. Entonces sólo hallamos que Platón hace una perífrasis de las circunstancias y que aclara la situación del liberado diciendo que el lugar del liberado está por encima del cielo, pero que en este lugar hay ideas, y entre ellas, una idea suprema. Qué significa todo eso, no lo llegamos a saber. En un primer momento no entendemos nada, sobre todo si pensamos que se trata de una historia que sucede con el hombre. ¿Con el hombre? ¿Quién es ése? Nosotros mismos, y sólo nosotros. Cada uno mismo, en la medida en que es ahora, es decir, en la medida en que es puesto por Platón ante esta parábola, y que se deja poner ante este suceso. Es decir, no aquellos que escuchan ahora unas lecciones de Heidegger: ésos tendrán ya bastante al cabo de unas semanas, y desaparecerán igual que han venido. Pero que uno esté sentado ahí regularmente hasta la última clase del semestre, ¿es eso una prueba de que se ha dejado poner ante esta parábola? No, y lo menos que puede probarlo es un examen, es decir, no puede probarse en absoluto. Pero confirmarse como verdadero: ¡eso sí! Cómo y ante quién y cuándo y dónde y en qué medida, eso sólo lo sabe cada uno. Únicamente en ello consiste la misteriosa «eficiencia» de una filosofía, si es que la tiene. §5
En un primer momento, no entendemos nada, y por eso preguntamos. Preguntamos provisionalmente (no sólo en consideración del tercer estadio, sino también de los recorridos hasta ahora): ¿qué dice en realidad todo lo que ha aparecido hasta ahora en la parábola? ¿Qué significa para el hombre, es decir, para nuestra existencia y su relación con la verdad como no-ocultamiento? ¿No-ocultamiento en relación con la libertad, la luz, lo ente, las ideas, la idea suprema del bien? ¡Tantas palabras como preguntas! §5
1. ¿Cuál es la conexión entre idea y luz? (§ 6) §5
Sobre la primera pregunta: ¿cuál es la conexión entre idea y luz? Antes que nada: ¿qué significa «idea»? §6
Ver la idea, es decir, entender el ser-qué y el ser-cómo, dicho brevemente, el ser, nos permite conocer por vez primera lo ente en tanto que el ente respectivo que es: con los ojos corporales jamás vemos lo ente, a no ser que ya estemos viendo «ideas». Los prisioneros en la caverna ven sólo lo ente, sombras, y opinan que sólo hay lo ente. No saben nada del ser, de entender el ser. Por eso tienen que ser conducidos lejos de lo ente –lejos de lo único que para ellos es lo ente: las sombras–, y ser subidos al exterior de la caverna. Tienen que hacer un ascenso y alejarse subiendo por encima de lo inferior, subir alejándose también del fuego en la caverna (del sol real, que, al fin y al cabo, es sólo la imagen de un ente), hacia la claridad del día, hacia la luz, hacia las «ideas». ¿Pero qué tiene que ver la idea y la esencia de la idea con la luz? Sólo así llegamos propiamente a nuestra primera pregunta. §6
c) La realización fundamental de la idea: dejar pasar el ser de lo ente §6
Nuestra pregunta conductora es: ¿qué conexión existe entre la idea y la luz? ¿Por qué las ideas son simbolizadas por la claridad? Hemos tratado ahora de explicar ambas cosas: la esencia de la idea y la esencia de luz. ¿Qué resulta ahora para la determinación de la conexión entre ambas? §6
Así es clara la conexión entre luz e idea. Un ente-libro lo vemos sólo si entendemos el sentido de su ser a la luz del ser-qué, de la «idea»: lo visto a través de la idea. Empezamos a intuir por qué, en la parábola, en el comportamiento del hombre respecto de lo ente están implicados la luz y el fuego. Al fin y al cabo, por eso decimos también: «se me hace la luz». Con ello no queremos decir que llegamos a conocer algo por vez primera, sino que, precisamente eso que conocemos ya desde hace tiempo, lo reconocemos propiamente: en aquello que es. §6
Hacerse libre significa vincularse a lo propiamente iluminador y aclarante, lo que permite pasar haciendo libre, «la luz». Pero la luz es la imagen simbólica de la idea. La idea contiene y da el ser. Vislumbrar las ideas significa: entender el ser-qué y el ser-cómo, el ser de lo ente. Hacerse libre para la luz significa: dejar que se haga una luz, entender el ser y la esencia y, de este modo, experimentar por vez primera lo ente en cuanto tal. Entender el ser desbloquea lo ente en cuanto tal. Sólo en este entender puede lo ente ser un ente. En todo posible ámbito, lo ente sólo puede salirnos al paso, aproximársenos y alejársenos con base en la libertad que desbloquea. La esencia de la libertad es entonces, dicho brevemente, el rayo de luz: dejar de entrada que se haga una luz y vincularse a la luz. Sólo desde y en la libertad (tomando su esencia tal como se ha desarrollado antes) lo ente se hace más ente, porque es en general de tal o cual modo. Hacerse libre significa entender el ser en cuanto tal, entender que deja ser por vez primera a lo ente en cuanto ente. Es decir, que lo ente se haga más o menos ente, eso depende de la libertad del hombre, y la libertad mide su grandeza conforme a la originalidad y el alcance y la resolución de la vinculación, concibiéndose esto individualmente como ser-ahí: vuelto a desplazar al aislamiento y al estar arrojado propios de su procedencia y su futuro históricos. Cuanto más original es la vinculación, tanto mayor es la cercanía a lo ente. §8
Si sucede el no-ocultamiento, entonces el ocultamiento y el ocultar son subsanados y eliminados. Al eliminar el ocultamiento, a eso que actúa contra el ocultar, en adelante lo llamamos el des-encubrir. Este peculiar engendrar vislumbrando la idea, este proyecto, es desencubridor. Aparentemente, eso es inicialmente sólo otra palabra. Este vislumbrar como vincularse preconfigurando al ser entendido, la liberación bien entendida, es desencubridora no sólo incidentalmente, sino que este mirar a la luz tiene el carácter del desencubrir, de suyo no es otra cosa que desencubrir. Ser desencubridor es la realización más interna de la liberación. Ella es el cuidado por antonomasia: hacerse libre como vincularse a las ideas, encomendar la guía al ser. Por eso decimos: el hacerse libre, este vislumbrar las ideas, este entender de entrada el ser y la esencia de las cosas, es desencubridor, es decir, eso (el desencubrir) forma parte de la tendencia interna de este ver. El desencubrir es la naturaleza más interna del mirar a la luz. §9
Lo que llamamos brevemente desencubrimiento, es lo que porta y despliega originalmente los fenómenos a menudo comentados del engendrar vislumbrando y la visión (idea), de la luz y la libertad, como aquello que confluye en esta realización fundamental. Designamos así la unidad del vislumbrar, que en cierta manera crea a lo vislumbrable por vez primera, su conexión más interna. El no-ocultamiento de lo ente sucede en y mediante el desencubrimiento. Es un encargo proyectante e inaugurante que pone en la decisión. La esencia del no-ocultamiento es el desencubrimiento. §9
¿Qué sucede, pues? El que se ha hecho libre regresa a la caverna con la mirada para el ser. Debe estar en la caverna, es decir, el hombre, el colmado del rayo de luz para el ser de lo ente, debe pronunciar junto con los habitantes de la caverna y para ellos sus opiniones acerca de lo no-oculto ahí y para éstos, es decir, acerca de lo que para éstos es lo ente. Eso sólo puede hacerlo si se mantiene fiel a sí mismo, es decir, desde la postura del libre. Dirá qué ve en la caverna con su mirada esencial. ¿Qué vislumbra en general de antemano gracias a la mirada esencial? Entiende el ser de lo ente. Es decir, vislumbrando la idea, sabe qué forma parte de un ente y de su no-ocultamiento. Por eso puede decidir si algo es un ente, por ejemplo el sol, o sólo su imagen reflejada en el agua. Puede decidir si algo es sólo una sombra o una cosa real. Gracias a la mirada esencial, sabe ahora de antemano, antes de regresar a la caverna, qué significa en general «sombra», en qué se basa tal cosa en su posibilidad. Sólo porque ahora lo sabe de antemano, regresando a la caverna, puede constatar desde ahora que lo no-oculto que se muestra en la pared, es co-engendrado por el fuego en la caverna, que es una sombra. Con su mirada esencial, tiene ahora por vez primera la mirada para lo que sucede en la caverna. Sólo ahora comprenderá la situación de los encadenados. Comprenderá por qué no pueden conocer las sombras como sombras, sino que, lo que se les muestra, tienen que considerarlo el ser y atenerse a él. Por eso, tampoco se intranquilizará si los habitantes de la caverna se ríen de él y de sus discursos, y si tratan de hacerse los superiores con fáciles objeciones en un mero hablar opinando sin ton ni son. Al contrario: se mantendrá firme y para él será importante que los encadenados le odien. Incluso pasará al ataque, se dispondrá a liberar a uno y a familiarizarlo primero con la luz en la caverna. No les discutirá a los habitantes de la caverna que ellos se comportan respecto de algo no-oculto, pero tratará de mostrarles que esto no-oculto es algo que, justamente en tanto que se muestra, es decir, en tanto que no está oculto, no muestra lo ente, sino que lo esconde, lo oculta. Tratará de hacerles comprensible que, aunque en la pared se muestra algo que tiene una apariencia, sin embargo sólo aparenta ser como lo ente, pero no lo es; que, más bien, en la pared acontece un constante ocultar lo ente, y que ellos mismos, los encadenados, están arrebatados y anulados por este ocultamiento que acontece constantemente. §11
¿Cómo podemos osar una afirmación tan grave? Pero antes de que podamos tomar una decisión sobre esta sospecha, se nos requiere llevar primero el conjunto de nuestra interpretación de la parábola de la caverna a la finalización que exige el contenido de la parábola, es decir, tomar la pregunta de qué significa la idea del bien en conexión con la esencia de la verdad, y para Platón en general. §11
«En el campo de lo propiamente y en verdad así cognoscible, lo último que puede vislumbrarse es la idea del bien, y apenas se la puede vislumbrar, sólo con fatiga, con un gran esfuerzo.» §12
Después de todo lo dicho, hay que pensar si estamos preguntando legítimamente en el sentido platónico cuando exigimos saber directamente por medio de una frase qué sea, pues, esta idea suprema del bien. Cuando preguntamos así, ya nos hemos desviado de la dirección del auténtico comprender. Pero el preguntar por la idea del bien casi siempre está orientado en tal dirección. Uno querría saber en un santiamén para el uso doméstico qué sea, pues, lo bueno, como cuando preguntamos cuál es el camino más próximo para la plaza del mercado. En este sentido no debe preguntarse en modo alguno por la idea del bien. Tal preguntar es ya confuso. Esto significa ya que no ha de extrañarnos si no obtenemos ninguna respuesta a preguntas tales, es decir, si nuestra pretensión –que con tanta obviedad llevamos con nosotros y planteamos– de una comprensibilidad de esta idea del bien según las medidas de lo obvio que nos gobierna, aquí es rechazada de entrada y resueltamente. Aquí advertimos –como sucede a menudo– que también el preguntar tiene su jerarquía. §12
Lo que decimos aquí sobre la «idea suprema», está desarrollado –atiendan a esto– puramente a partir de lo que reside en la esencia universal de la idea anteriormente explicada, y que puede resultar aún en un ir más allá de ella. Enfaticémoslo de nuevo: tenemos que apartarnos de entrada de toda noción sentimental de esta idea del bien, pero también de todas las perspectivas, concepciones y determinaciones tal como las ofrecen la moral cristiana y sus variaciones secularizadas (o, por lo demás, alguna ética), donde el bien se concibe como opuesto al mal y el mal como lo pecaminoso. No se trata en modo alguno de algo ético o moral, en la misma medida en que tampoco se trata de un principio lógico ni menos aún gnoseológico. Todo esto son diferenciaciones para eruditos de la filosofía, de los que ya hubo también en la Antigüedad, pero no para la filosofía. §12
«Así pues, esto que concede a lo ente cognoscible el no-ocultamiento y que otorga al cognoscente la facultad de conocer, eso, dí, es la idea del bien» [el bien como idea suprema]. §13
Esto capacitante es la idea suprema. La idea, como sabemos, es algo vislumbrable, y en concreto no es algo que subsista por sí mismo, sino que ella misma es el ente que es en un engendrar vislumbrando, en un preconfigurarse formando. La idea está esencialmente sujeta al vislumbrar, y no es nada fuera de este vislumbrar. §13
Según la caracterización de la idea del bien, Platón vuelve a insistir sobre ello (509 a 9- b 10): §14
«Pero hazte aún más presente su imagen, en el mismo modo de antes [apura más la esencia del sol, en el que se simboliza la idea del bien]. §14
Exactamente esta misma caracterización de la idea suprema da Platón en el segundo pasaje principal, al final de la exposición de la parábola de la caverna (517 c 3 s.): §14
Más no dice Platón sobre la idea suprema. Pero es suficiente, incluso más que suficiente para quien comprende este poco. Comprender lo poco significa nada menos que preguntar realmente la pregunta por la esencia del ser y de la verdad, concebir y aprehender la tarea que reside encerrada en tal preguntar, acompañar hacia el lugar adonde conduce tal preguntar, aguantar esta pregunta y no evadirse en informaciones superficiales. Tenemos que concebir en su sojuzgamiento unitariamente único la esencia desplegada del ser (comparecencia) y la esencia desplegada de la verdad (manifestabilidad), lo que gobierna, lo que se impone en su esencia (y esto significa: en la unidad de su esencia); en primer lugar, que hay en general un imponerse, un aguantar que resiste. §14
Pero si «el bien», es decir, lo que importa en el preguntar por el ser y la verdad, es todavía él mismo, y precisamente él, «idea», entonces, esta idea suprema rige en una medida suprema lo que ya hemos dicho de la idea en general. Idea es lo avistado, lo visible, lo referido esencialmente a un ver, no algo que está en suspenso en sí mismo, sino que es visible y vislumbrable sólo en aquel ver y mirar que, en cuanto tal, engendra lo visible vislumbrándolo, que configura a la idea misma, que se pre-configura. Lo que hay que engendrar vislumbrando en un sentido supremo, exige el más profundo engendrar vislumbrando. Lo supremo y lo más profundo: ninguno sin el otro. La idea, y sobre todo la idea suprema, no es ni algo objetivamente presente ni algo sólo subjetivamente ideado. Por otra parte, es justamente lo que capacita a toda objetividad y a toda subjetividad para lo que ellas son, tensando el yugo entre sujeto y objeto, yugo bajo el cual se constituyen por vez primera en general en sujeto y objeto; pues sujeto es sólo aquello que se refiere a un objeto. Este yugo es lo decisivo, y por consiguiente la primera determinación de lo que está sojuzgado y va bajo el yugo. Al cabo, justamente la definición insuficiente, es más, errónea, de lo que está bajo el yugo, es lo que impide captar el yugo y determinar lo uncido (como se dice usualmente: «objeto» – «sujeto»; como se dice propiamente: manifestabilidad, comprensión del ser). §14
Así pues, si vislumbrar las ideas constituye el fundamento para que el hombre, en tanto que ente, se relacione con lo ente, entonces con la idea suprema tiene que corresponderse un vislumbrar que suceda en lo más profundo de la esencia del hombre. El llegar preguntando hasta la idea suprema es entonces, al mismo tiempo, un descender preguntando hasta el más profundo vislumbrar que le sea posible a la esencia del hombre como un existente, es decir, el preguntar por la historia esencial del hombre con vistas a entender qué es lo que capacita al ser y al no-ocultamiento del ente para aquello que son. Esta pregunta por la historia esencial del hombre la hemos preguntado junto con Platón, a lo largo de un trecho, al ir comprendiendo por nuestra parte la parábola de la caverna, y vimos que es un suceso enteramente determinado, con estadios y con tránsitos de un estadio a otro enteramente determinados. §15
Por consiguiente, ¿qué nos dice ahora el esclarecimiento de la idea del bien para la determinación de la esencia de la verdad? Cuatro cosas: §15
¿Qué significa «idea»? Con esta pregunta tocamos el terreno y la constitución fundamental de la existencia espiritual occidental. Pues con ayuda de la doctrina platónica de las ideas se desarrolló el concepto cristiano de Dios, y con él se formó el criterio para la concepción rectora de todo otro ente (no divino). Con ayuda de la doctrina de las ideas se desarrolla el concepto moderno de razón, la época de la Ilustración y el dominio de la racionalidad, y por tanto también el contramovimiento del clasicismo y romanticismo alemán. La fusión de ambos poderes, consumada en Hegel, es la consumación cristiana del platonismo (configurado cristianamente) de la Antigüedad y un contragolpe con sus propios medios y fuerzas, la doctrina de la ideología y toda la sistemática del pensamiento de Marx y del marxismo, pero también, en otra dirección, Kierkegaard; el debilitamiento y la mezcla y el volver inofensivos todos estos poderes del siglo xix y de comienzos del siglo XX; a fines del siglo XIX, Nietzsche contra los tres frentes (humanidad, cristianismo, Ilustración). Desde entonces no hay ninguna posición ni postura del hombre clara, original, resuelta y creadora, espiritual, histórica. Y sobre todo: pese a todo «análisis» y «tipología», ninguna visión ni experiencia de la situación y de la posición. Ésta sólo la hay en cada caso en la confrontación que actúa y que se preocupa dentro de una necesidad de decisión. Por eso también ha quedado totalmente oculto de qué modo está totalmente dominada por la «doctrina de las ideas», aunque una doctrina trivializada y falseada. APÉNDICE