¿Cuál es la «esencia» de la verdad? Conocemos verdades particulares: por ejemplo, 2 + 1 = 3, la tierra gira en torno al sol, al otoño le sigue el invierno, a comienzos de agosto de 1914 comenzó la guerra mundial, Kant es un filósofo, fuera en la calle hay ruido, esta aula está caldeada, aquí en la sala está encendida la luz, etcétera. Eso son «verdades particulares». Las llamamos así porque contienen algo «verdadero». ¿Y en qué está contenido esto «verdadero»? ¿Qué es eso que, de alguna manera, «lleva consigo» esto verdadero? Son los enunciados que acabamos de pronunciar. Cada enunciado particular es verdadero, «algo verdadero», «una verdad». Preguntamos ahora: ¿qué es la verdad en general, de modo universal? Según lo que hemos dicho: ¿qué constituye a cada uno de estos enunciados en verdadero? Esto: que en aquello que dice, coincide con las cosas y las situaciones sobre las que dice algo. Es decir, ser verdadero el enunciado significa tal coincidir. ¿Qué es entonces la verdad? La verdad es coincidencia. Tal coincidencia se da porque el enunciado se rige conforme a aquello sobre lo cual dice. Verdad es rectitud.[1] De este modo, la verdad es la coincidencia, fundada en la rectitud, del enunciado con la cosa. §1
Por tanto, conocemos la esencia de la verdad, qué es: coincidencia, rectitud en el sentido del regirse con arreglo a…; también conocemos lo que queremos decir con la «esencia» de una cosa: lo universal; y sabemos qué es la esencia en tanto que esencia: la esencialidad, lo que constituye a la esencia en esencia. ¿A qué viene entonces preguntar aún por la esencia de la verdad y hacer de esta pregunta el asunto de una larga y fatigosa serie de lecciones? ¡Tanto más cuanto que la indicación de la esencia es del todo evidente y comprensible para cualquiera! §1
Algo nos es «comprensible» cuando lo comprendemos,[2] es decir, cuando podemos presidir una cosa, cuando estamos a la altura de ella, la abarcamos de un vistazo y la captamos a fondo en su estructura. Eso «obvio» que hemos mencionado (verdad como coincidencia y rectitud, esencia como lo universal, el ser-qué), ¿nos es realmente comprensible? §1
1. Hemos dicho que la esencia de la verdad es la coincidencia. El enunciado coincide con aquello sobre lo cual dice algo. «Aquí en la sala está encendida la luz.» Pero aquello acerca de lo cual se dice algo en este enunciado, aquello conforme a lo cual el enunciado se rige, tiene que estar dado ya como regla para el enunciar, pues ¿cómo si no debería regirse conforme a ello? Es decir, tenemos que saber ya qué y cómo es eso acerca de lo cual enunciamos. Sabemos que aquí está encendida la luz. Pero tal saber sólo lo tenemos a partir de un conocimiento, y el conocimiento capta lo verdadero, pues un conocimiento falso no es conocimiento. ¿Y qué es lo verdadero? Lo conocido es lo verdadero. Precisamente aquello que coincide con la situación. El enunciado coincide con lo conocido en el conocimiento. Es decir, con lo verdadero. ¿Lo verdadero? ¿Así pues, la coincidencia del enunciado es coincidir con algo que coincide? ¡Una definición de esencia ejemplar! La verdad es coincidencia con una coincidencia, y ésta última coincide a su vez con una coincidencia, y así sucesivamente. ¿Y la primera coincidencia a la que nos remontamos? Lo primeramente dado, ¿tiene que ser igual a algo dado, es decir, ser necesariamente ello mismo algo que coincide? ¿Qué es lo que tal vez se desliza en medio, y por qué? Porque todo se está tratando formalmente y sin base, con la concepción de la verdad como coincidencia no obtenemos ni tenemos en absoluto nada comprensible. Lo que se destacaba como algo obvio, es del todo oscuro. §1
2. Hemos dicho: verdadero es el enunciado. Sólo que «verdadero» llamamos también a una cosa o a un hombre. Decimos: «oro verdadero», «un verdadero amigo». ¿Qué significa aquí «verdadero»? ¿Con qué coincide el oro verdadero, si es que ser verdad significa coincidencia? ¿Acaso con un enunciado? Evidentemente no. «Verdadero» es, en todo caso, equívoco. ¿A qué se debe que llamemos «verdaderos» también a cosas y a hombres, es decir, no sólo a enunciados? En el caso de enunciados y de cosas, ¿significa ahí «verdadero» en cada caso algo distinto? ¿Cuál es entonces el auténtico significado de «verdadero»: el que asignamos a los enunciados, o aquel conforme al cual llamamos «verdaderas» a las cosas? ¿O ninguno de los dos significados tiene prioridad sobre el otro? ¿Pero tienen entonces una ascendencia común, a partir de otro significado de «verdadero» que en la versión de la verdad como coincidencia ya no llega a expresarse? §1
La verdad como coincidencia (carácter del enunciado) es por tanto equívoca, no está suficientemente delimitada en sí ni determinada en su procedencia: es decir, no se la ha comprendido, y lo obvio resulta ser una apariencia. §1
5. Pero aun suponiendo por un momento que lo que expusimos como esencia de la verdad, la coincidencia de un enunciado con la cosa, y además el modo como en ello concebimos la «esencia» (el ser-qué como lo mismo, lo general para muchos), suponiendo que todo eso nos resulte realmente comprensible de suyo, sin ningún resto de incomprensibilidad[3], entonces, esto que nos resulta evidente de suyo, ¿podemos tomarlo, pues, sin más como fundamento de nuestras consideraciones, para que de hecho se garantice luego por sí mismo y nosotros podamos apelar a ello como algo asegurado y verdadero? ¿De dónde sabemos, pues, que lo así entendido está asegurado? ¿Que lo que de este modo es obvio también es así y es verdadero? ¿Que la obviedad de algo –suponiendo que la haya– es la garantía de la verdad de la cosa respectiva o de una proposición? ¿Es eso, por su parte, tan obvio? ¡Cuántas cosas no nos habrán sido ya a nosotros, es decir, a los hombres, obvias e inmediatamente evidentes, y luego resultaron ser una apariencia, lo contrario de la verdad y del saber asegurado! Así pues, que nosotros apelemos a la obviedad como garantía de verdad, es algo incomprensible, porque no está fundamentado. §1
Hemos partido del perfilamiento de la esencia de la verdad como coincidencia y rectitud. Este perfilamiento se las daba de obvio y, por eso, de vinculante. Ahora se ha evidenciado que todo esto obvio, ya tras unos pocos e imprecisos pasos, se ha vuelto totalmente incomprensible: la concepción de la esencia de verdad en doble sentido (1 y 2), la concepción de la esencialidad de la esencia en doble sentido (3 y 4), apelar a la obviedad como regla y garantía de un saber asegurado, a su vez en doble sentido (5 y 6). Lo aparentemente obvio se ha vuelto incomprensible; pero eso significa, mientras queramos seguir deteniéndonos en esto incomprensible y esforzándonos por ello: cuestionable, digno de ser cuestionado. Primeramente tenemos que preguntar: ¿a qué se debe que nos movamos y nos sintamos a gusto, con tanta naturalidad y sin más, en obviedades tales? ¿A qué obedece que lo que en apariencia es obvio, en el fondo, al mirarlo más de cerca, sea lo que menos entendemos? Respuesta: porque nos es demasiado próximo y porque lo tratamos como a todo lo inmediato. Por ejemplo, nos encargamos de que esto y aquello esté en orden, venimos aquí, por ejemplo, con cuaderno y pluma, y asimismo nos encargamos de que nuestros enunciados, a ser posible, coincidan con lo dicho y lo mentado. Eso lo conocemos. La verdad, en cierto sentido, corresponde al uso diario, y de este modo sabemos también, naturalmente, qué significa eso. Nos resulta tan inmediato que no tomamos distancia frente a ello, y por eso tampoco tenemos ninguna posibilidad de abarcarlo de un vistazo ni de captarlo a fondo. §1
¡Pero concedamos por un momento el deseo de orientación histórica! ¿Cómo se concibió anteriormente lo que hemos aducido con toda obviedad como esencia de la verdad y como esencia de la esencia? En la Edad Media y más tarde se definía: veritas est adaequatio rei et intellectus sive enuntiationis, la verdad es la adecuación del pensamiento o del enunciado a la cosa, es decir, la coincidencia con ella, o también commensuratio, con-mensurar, un medirse con arreglo a algo. ¿Y cómo se concebía la esencia? Como quidditas, como «quididad», el ser-qué de una cosa, su género: lo universal de la especie. §2
2. El significado de la palabra griega para verdad, «no-ocultamiento», inicialmente no tiene nada que ver con enunciado ni con el contexto específico al que nos trajo el perfilamiento usual de la esencia de la verdad: coincidencia y rectitud. Estar oculto y desocultado significa algo totalmente distinto que coincidir, adecuarse, regirse por… Verdad como no-ocultamiento y verdad como rectitud son cosas separadas del todo, como si hubieran surgido de experiencias fundamentales totalmente distintas y no se las pudiera juntar en modo alguno.[7] §2
Sólo esto es el resultado decisivo de la interpretación de la parábola de la caverna y de toda la observación anterior: la visión de que la pregunta por la esencia de la verdad como no-ocultamiento tiene que transformarse en la pregunta por la no-verdad. Dicho con otras palabras, ahí reside ya una respuesta decisiva a la pregunta por la esencia: una respuesta que no hace más que agudizar y ampliar el preguntar. Pero esta visión la volvemos a perder ya en el momento mismo en que hacemos de ello una opinión y un parloteo y en adelante, en función de lo que hemos oído decir, vamos diciendo que la pregunta por la esencia de la verdad es la pregunta por la esencia de la no-verdad. Para eso habría sido mejor quedarse en la antigua opinión de que la verdad es coincidencia del juicio con el objeto. §17