GA20:§5 – La intencionalidad en cuanto estructura de las vivencias

Vamos a tratar de mostrar que la intencionalidad es una estructura de las vivencias en cuanto tales y no algo que se añada a las vivencias -o estados psíquicos- para relacionarlas con otras realidades. Hay que advertir antes de nada que al tratar de poner en claro, esto es, de hacer ver y -viendo- aprehender lo que sea la intencionalidad, no se puede esperar que eso suceda de un golpe. Hemos de liberarnos del prejuicio de que, como la fenomenología exige que se capten las cosas mismas, las cosas deberían poder aprehenderse de un solo golpe, sin tener que hacer uno nada. Más bien, es largo y difícil el camino que penetra en las cosas mismas, y ante todo supone desmontar los prejuicios que impiden el acceso a ellas.

Intentio significa literalmente dirigir-se-a. Toda vivencia, toda actuación psíquica se refiere a algo. Representar es representar algo, recordar es recordar algo, juzgar es juzgar algo, suponer, esperar, confiar, amar, odiar -algo. Se dirá que eso es una trivialidad, y que subrayarlo expresamente no es ningún logro especial que merezca la calificación de descubrimiento. Sigamos, no obstante, un poco más adelante con esa trivialidad y tratemos de descubrir qué es lo que quiere decir para la fenomenología.

Las consideraciones siguientes no requieren especial agudeza de ingenio; basta con que se dejen de lado ciertos prejuicios, se aprenda a ver directa y simplemente y a recordar lo visto sin entregarse a la curiosidad de preguntarse a qué viene todo esto. Frente a lo que se da más por supuesto, lo que más difícil nos puede resultar lograr es el atender a las cosas, puesto que el elemento de la existencia [Existenz] del hombre lo constituye lo artificial, lo falso, lo que los demás ya siempre nos han llevado a creer. Es un error pensar que los fenomenólogos serían niños modelo a los que lo único que les caracteriza es la resolución para ponerse a luchar contra ello y la voluntad efectiva de indagar, y nada más.

Imaginémonos una «actuación psíquica», un caso ejemplar, sencillo de seguir: una percepción natural concreta -la percepción de una silla que nos encontramos al entrar en una habitación y que, como nos molesta, retiramos del paso. Insisto en esto último para dejar claro que se trata de una percepción de lo más cotidiana, y no de percepción en el sentido enfático de quedarnos mirando algo contemplativamente. La percepción natural, tal como vivo en ella mientras me muevo en mi mundo, la mayoría de las veces no es un quedarse contemplando y estudiando las cosas, sino que se diluye en el trato práctico concreto con las cosas. No es algo autónomo, no percibo por percibir, sino para orientarme, para abrirme camino, para hacer algo. Se trata de una contemplación totalmente natural en la que de continuo vivo. Una interpretación un tanto burda describiría la percepción de la silla del siguiente modo: en mi interior tiene lugar un determinado acontecimiento psíquico; este acontecer psíquico «interior», «en la conciencia», se corresponde «fuera» con una cosa física real. Surge, por lo tanto, una correspondencia entre la realidad de la conciencia (el sujeto) y cierta realidad de fuera de la conciencia (el objeto). El acontecer psíquico entra en relación con otra cosa que está fuera de él. En sí no es necesario que dicha relación se establezca de hecho, puesto que la percepción puede ser engañosa, o ser una alucinación. Es un hecho psicológico probado que se presentan a veces procesos psíquicos en los que se percibe -supuestamente- algo que ni siquiera existe. Puede suceder que mi acontecer psíquico se vea afectado por una alucinación, de tal manera que yo perciba, por ejemplo, cómo pasa ahora por encima de sus cabezas, atravesando el aula, un automóvil. En este caso no se corresponde el proceso psíquico del sujeto con ningún objeto real. Tenemos ahí una percepción en la que no se establece relación alguna con nada que esté fuera de ella. Es el caso también de las percepciones engañosas: voy por el bosque a oscuras y veo a un hombre que se acerca hacia mí; mirado más de cerca, es un árbol. También aquí, en esa percepción engañosa, falta el objeto que supuestamente se había percibido. Si tenemos en cuenta ese hecho indiscutible de que el objeto real puede justamente faltar en las percepciones, no podremos seguir diciendo que la percepción es siempre percepción de algo; es decir, la intencionalidad, dirigir-se-a algo no es una característica necesaria de toda percepción. Y aun cuando todo acontecer psíquico que yo denominara percepción se correspondiera con un objeto físico, no dejaría ésa de ser una afirmación dogmática, puesto que no está convenido de ninguna manera que yo alcance una realidad que esté más allá de mi conciencia.

Se sabe desde Descartes -y toda filosofía crítica se aferra a ello- que lo que yo verdaderamente aprehendo siempre son sólo «contenidos de conciencia». En el empleo del concepto de intencionalidad subyace, por lo tanto -en el caso, por ejemplo, de la percepción-, un doble presupuesto: por un lado, el presupuesto metafísico de que lo psíquico sale de sí mismo para llegar a lo físico, cosa que desde Descartes se sabe que está prohibida. En segundo lugar, subyace en la intencionalidad el presupuesto de que a todo proceso psíquico siempre corresponde un objeto real; los hechos probados de la percepción engañosa y de la alucinación hablan en su contra. Eso es lo que piensan Rickert y muchos otros cuando dicen que en el concepto de intencionalidad se esconden dogmas metafísicos soterrados. Pero con esa interpretación de la percepción en cuanto alucinación o percepción engañosa, ¿hemos puesto verdaderamente a la vista la intencionalidad? ¿Hemos hablado de lo que la fenomenología quiere decir con ese rótulo? ¡Para nada! Y hasta tal punto que si tomáramos la recién citada interpretación como punto de partida para elucidar lo que sea la intencionalidad, nos resultaría imposible llegar a entender lo que fenomenológicamente quiere decir. Para aclarar cómo pueda ser esto vamos a repetir la interpretación observándola con mayor detenimiento. Pues esta presunta trivialidad no es para nada algo que se capte sin más; antes hay que dejar de lado la trivialidad perversa de las cuestiones ilegítimas, si bien habituales, de la teoría del conocimiento.

Imaginémonos la alucinación: diríamos que el automóvil realiter no existe en absoluto, que no hay, por lo tanto, correspondencia alguna entre lo físico y lo psíquico, sino sólo algo psíquico. Y, sin embargo, ¿no es la alucinación según su sentido alucinación, es decir, supuesta percepción de un automóvil? ¿No es, además, ese supuesto percibir, que se da sin relación real alguna con objeto real alguno, justamente en cuanto tal un dirigir-se-a un supuesto objeto de percepción? ¿No es el engaño, la ilusión en cuanto tal, un dirigir-se-a, aun cuando el objeto real no esté de hecho allí?

No se trata de que la percepción llegue a ser intencional sólo cuando algo físico entra en relación con algo psíquico, y que dejaría de ser intencional si eso real no existe, sino de que la percepción es en sí misma intencional, sea auténtica o engañosa. La intencionalidad no es una propiedad que se atribuya a la percepción y que en algunos casos le toque en suerte, sino que la percepción es de suyo intencional, con absoluta independencia de que lo percibido exista o no de hecho. Precisamente por eso, sólo por eso, porque la percepción en cuanto tal es un dirigir-se-a algo, porque la intencionalidad constituye la estructura de la propia actuación, es por lo que pueden darse cosas como la percepción engañosa o la alucinación.

Así, cuando se dejan de lado todos los prejuicios de la teoría del conocimiento, queda claro que la actuación misma -dejando aparte la cuestión de su validez o no validez-, por lo que hace a su estructura, es un dirigir-se-a. No se trata de que primero tenga lugar un proceso sólo psíquico, esto es, un estado no intencional (un complejo de sensaciones, relaciones de la memoria, una imagen representativa y procesos del pensamiento a través de los cuales se formaría una imagen, de la cual luego uno se pregunta si le corresponde algo o no), que posteriormente en algunos casos resultará ser intencional, sino de que el ser del propio actuar es un dirigir-se-a.

La intencionalidad no es una relación con lo no vivencial que se atribuya a las vivencias, una relación que en ocasiones les afecte, sino que las propias vivencias en cuanto tales son intencionales. Ésta es la primera característica, acaso todavía un tanto vacía, pero suficientemente importante como para servir de apoyo a la hora de evitar prejuicios metafísicos.