Así topamos con lo curioso: no sólo conocemos verdades particulares, sino que también sabemos ya qué es la verdad. Es decir, conocemos ya la esencia de la verdad. Es más, la esencia de la verdad no la conocemos también sólo de modo casual y colateral, aparte de las verdades particulares, sino que, como es evidente, tenemos que conocer ya necesariamente la esencia. Pues ante la exhortación de mencionar verdades, ¿de qué otro modo habríamos de saber lo que debemos presentar? Al fin y al cabo, no podríamos dar a conocer y reivindicar lo dicho como una verdad. §1
Por tanto, conocemos la esencia de la verdad, qué es: coincidencia, rectitud en el sentido del regirse con arreglo a…; también conocemos lo que queremos decir con la «esencia» de una cosa: lo universal; y sabemos qué es la esencia en tanto que esencia: la esencialidad, lo que constituye a la esencia en esencia. ¿A qué viene entonces preguntar aún por la esencia de la verdad y hacer de esta pregunta el asunto de una larga y fatigosa serie de lecciones? ¡Tanto más cuanto que la indicación de la esencia es del todo evidente y comprensible para cualquiera! §1
1. Hemos dicho que la esencia de la verdad es la coincidencia. El enunciado coincide con aquello sobre lo cual dice algo. «Aquí en la sala está encendida la luz.» Pero aquello acerca de lo cual se dice algo en este enunciado, aquello conforme a lo cual el enunciado se rige, tiene que estar dado ya como regla para el enunciar, pues ¿cómo si no debería regirse conforme a ello? Es decir, tenemos que saber ya qué y cómo es eso acerca de lo cual enunciamos. Sabemos que aquí está encendida la luz. Pero tal saber sólo lo tenemos a partir de un conocimiento, y el conocimiento capta lo verdadero, pues un conocimiento falso no es conocimiento. ¿Y qué es lo verdadero? Lo conocido es lo verdadero. Precisamente aquello que coincide con la situación. El enunciado coincide con lo conocido en el conocimiento. Es decir, con lo verdadero. ¿Lo verdadero? ¿Así pues, la coincidencia del enunciado es coincidir con algo que coincide? ¡Una definición de esencia ejemplar! La verdad es coincidencia con una coincidencia, y ésta última coincide a su vez con una coincidencia, y así sucesivamente. ¿Y la primera coincidencia a la que nos remontamos? Lo primeramente dado, ¿tiene que ser igual a algo dado, es decir, ser necesariamente ello mismo algo que coincide? ¿Qué es lo que tal vez se desliza en medio, y por qué? Porque todo se está tratando formalmente y sin base, con la concepción de la verdad como coincidencia no obtenemos ni tenemos en absoluto nada comprensible. Lo que se destacaba como algo obvio, es del todo oscuro. §1
3. La esencia de la verdad, decíamos, es lo que determina universalmente a las verdades particulares en aquello que son. «Esencia» llamábamos a lo universal, al ser-qué. Hemos procedido aclarándonos este concepto de esencia con el ejemplo de lo que queremos decir con la esencia de mesa. Ahora bien, evidentemente, la esencia de «mesa» en cuanto tal y de la «verdad» en cuanto tal son, en cuanto al contenido, totalmente inconmensurables. Pero la esencialidad de estas esencias, ¿es también distinta? ¿O el carácter de esencia de la esencia de la mesa y el carácter de esencia de la esencia de verdad es el mismo? Las verdades, ¿son algo así como mesas que están por ahí puestas, de modo que pueda preguntarse por ellas del mismo modo? ¿Es sin más legítimo y esclarecedor el modo como hemos procedido, a saber, transferir por las buenas la manera de captar la esencia de la mesa, la silla y el buzón (la pregunta por la esencia que dirigimos a las cosas) a la captación de la esencia de la verdad? §1
Aun concediendo que la esencialidad de la esencia es en ambos casos la misma y que significa el ser-qué universal de una cosa: ¿qué entendemos por ser-qué, qué significa ahí ser? ¿Lo entendemos realmente? No. Hablamos tan obviamente de esencia, de pregunta por la esencia, de captación de la esencia, y así también de la esencia de la verdad, y en el fondo sigue siendo incomprensible aquello por lo que estamos preguntando cuando preguntamos por la esencia. §1
5. Pero aun suponiendo por un momento que lo que expusimos como esencia de la verdad, la coincidencia de un enunciado con la cosa, y además el modo como en ello concebimos la «esencia» (el ser-qué como lo mismo, lo general para muchos), suponiendo que todo eso nos resulte realmente comprensible de suyo, sin ningún resto de incomprensibilidad[3], entonces, esto que nos resulta evidente de suyo, ¿podemos tomarlo, pues, sin más como fundamento de nuestras consideraciones, para que de hecho se garantice luego por sí mismo y nosotros podamos apelar a ello como algo asegurado y verdadero? ¿De dónde sabemos, pues, que lo así entendido está asegurado? ¿Que lo que de este modo es obvio también es así y es verdadero? ¿Que la obviedad de algo –suponiendo que la haya– es la garantía de la verdad de la cosa respectiva o de una proposición? ¿Es eso, por su parte, tan obvio? ¡Cuántas cosas no nos habrán sido ya a nosotros, es decir, a los hombres, obvias e inmediatamente evidentes, y luego resultaron ser una apariencia, lo contrario de la verdad y del saber asegurado! Así pues, que nosotros apelemos a la obviedad como garantía de verdad, es algo incomprensible, porque no está fundamentado. §1
6. Lo que es comprensible «de suyo», lo llamamos así porque, sin mayor intervención por parte nuestra, «nos entra en la cabeza». Nos resulta obvio, nosotros lo encontramos así. ¿Quiénes somos, pues, nosotros? ¿Cómo llegamos a erigirnos en Corte Suprema que decide qué es evidente y qué no? Que, como nos parece, no necesitemos intervenir más para que eso nos entre en la cabeza, ¿demuestra eso que no podamos e incluso tengamos que intervenir? Nosotros, tal como somos y llevamos nuestras penas y disfrutes cotidianos, nosotros, que justamente acabamos de llegar a la pregunta por la esencia de la verdad (porque aparece en el programa de asignaturas), ¿somos nosotros, y es lo que nos resulta obvio, sin más la instancia última y primera? ¿Entendemos lo más mínimo por qué eso tiene que ser así, ni mucho menos por qué eso no puede ser? Nosotros los hombres, ¿sabemos, pues, quiénes somos, y quién o qué es el hombre? ¿Sabemos si y en qué límites y con qué desventajas lo obvio puede y le es lícito ser un criterio para el hombre? ¿Quién nos dice, pues, quién es el hombre? Todo esto, ¿no es totalmente incomprensible? §1
Hemos partido del perfilamiento de la esencia de la verdad como coincidencia y rectitud. Este perfilamiento se las daba de obvio y, por eso, de vinculante. Ahora se ha evidenciado que todo esto obvio, ya tras unos pocos e imprecisos pasos, se ha vuelto totalmente incomprensible: la concepción de la esencia de verdad en doble sentido (1 y 2), la concepción de la esencialidad de la esencia en doble sentido (3 y 4), apelar a la obviedad como regla y garantía de un saber asegurado, a su vez en doble sentido (5 y 6). Lo aparentemente obvio se ha vuelto incomprensible; pero eso significa, mientras queramos seguir deteniéndonos en esto incomprensible y esforzándonos por ello: cuestionable, digno de ser cuestionado. Primeramente tenemos que preguntar: ¿a qué se debe que nos movamos y nos sintamos a gusto, con tanta naturalidad y sin más, en obviedades tales? ¿A qué obedece que lo que en apariencia es obvio, en el fondo, al mirarlo más de cerca, sea lo que menos entendemos? Respuesta: porque nos es demasiado próximo y porque lo tratamos como a todo lo inmediato. Por ejemplo, nos encargamos de que esto y aquello esté en orden, venimos aquí, por ejemplo, con cuaderno y pluma, y asimismo nos encargamos de que nuestros enunciados, a ser posible, coincidan con lo dicho y lo mentado. Eso lo conocemos. La verdad, en cierto sentido, corresponde al uso diario, y de este modo sabemos también, naturalmente, qué significa eso. Nos resulta tan inmediato que no tomamos distancia frente a ello, y por eso tampoco tenemos ninguna posibilidad de abarcarlo de un vistazo ni de captarlo a fondo. §1
¡Pero concedamos por un momento el deseo de orientación histórica! ¿Cómo se concibió anteriormente lo que hemos aducido con toda obviedad como esencia de la verdad y como esencia de la esencia? En la Edad Media y más tarde se definía: veritas est adaequatio rei et intellectus sive enuntiationis, la verdad es la adecuación del pensamiento o del enunciado a la cosa, es decir, la coincidencia con ella, o también commensuratio, con-mensurar, un medirse con arreglo a algo. ¿Y cómo se concebía la esencia? Como quidditas, como «quididad», el ser-qué de una cosa, su género: lo universal de la especie. §2
¿Qué pretendíamos con el «regreso a la historia»? Ganar distancia frente a lo que hoy resulta obvio y próximo, demasiado próximo a nosotros. ¡Y ahora, con la demostración de su venerable edad, todavía estamos más obligados a lo obvio! ¡Qué fuerza interna de acreditación y qué validez tiene que llevar en sí, después de todo, esta concepción de la esencia de la verdad, para que haya podido conservarse ya durante más de dos milenios a lo largo de todas las transformaciones de las posiciones y los sistemas filosóficos! §2
2. El significado de la palabra griega para verdad, «no-ocultamiento», inicialmente no tiene nada que ver con enunciado ni con el contexto específico al que nos trajo el perfilamiento usual de la esencia de la verdad: coincidencia y rectitud. Estar oculto y desocultado significa algo totalmente distinto que coincidir, adecuarse, regirse por… Verdad como no-ocultamiento y verdad como rectitud son cosas separadas del todo, como si hubieran surgido de experiencias fundamentales totalmente distintas y no se las pudiera juntar en modo alguno.[7] §2
Con ello queda indicado claramente que la esencia de la verdad como no-ocultamiento hay que situarla en la conexión entre libertad, luz y ente, o dicho más exactamente: el ser-libre del hombre, el «mirar a la luz» y el comportamiento respecto de lo ente. Libertad, luz, ente, no-ocultamiento, no se refieren unos a otros como cosas, fragmentos y momentos individuales. ¿Sino? Es más, volvemos a preguntar: ¿cuál es la conexión que estamos buscando? La que el segundo estadio aún no nos muestra, pero que en el tercer estadio de la parábola nos salta a la vista. ¿Habrá una respuesta? §4
4. ¿Cuál es la esencia de la verdad, en el sentido de no-ocultamiento, que se ilumina de pronto desde la unidad de estas conexiones? (§ 9) §5
Con esto llegamos a la pregunta cuarta y decisiva: en qué medida la unidad de estos tres momentos de una conexión nos posibilita captar la esencia de la verdad como no-ocultamiento. §9
Hemos dicho que queríamos avanzar tanteando hasta la esencia de la verdad como no-ocultamiento.[48] Con ello se quería decir que renunciamos a una definición. Tal vez una definición sea justamente lo más alejado de una percepción de la esencia. Es decir, no se trata de atrapar esta esencia con la que topamos en proposiciones, en una proposición que luego podamos recitar de memoria y repetir. La proposición en cuanto tal es lo que menos dice. Se trata de avanzar tanteando, es decir, de indagar, de consultar si y en qué medida el no-ocultamiento consiste en la unidad de las conexiones aclaradas, y tiene su origen en esta unidad misma. En este indagar, topamos con tres cosas. §9
Cuando decimos que la esencia del no-ocultamiento en tanto que desencubrimiento es un suceder del hombre, que la verdad es en su esencia algo humano, y cuando se lucha con tanta evidencia contra la «humanización» de la esencia de la verdad, entonces todo depende de qué significa aquí «humano». ¿Qué concepto de «humano» se está presuponiendo ahí sin examinarlo más a fondo? ¿Se sabe, pues, sin más lo que el hombre es, para poder decidir que la verdad no puede ser nada humano? Se hace como si fuera la cosa más obvia del mundo: la esencia del hombre. Pero suponiendo que no lo supiéramos así sin más, suponiendo incluso que ya es cuestionable cómo tenemos que preguntar en general por la esencia del hombre, ¿quién nos dice qué y quién es el hombre? La respuesta a la pregunta, ¿queda encomendada a cualquier ocurrencia? No nos referimos al hombre tal como justamente lo conocemos, tal como anda por ahí, como gusta de comportarse ora así, ora de otro modo. ¿De dónde hemos de tomar, pues, ahora el concepto de hombre para justificarnos frente a la objeción de que estamos intentando humanizar la esencia de la verdad? §9
Pero habríamos entendido mal toda la interpretación anterior de la parábola de la caverna si no hubiéramos aprendido ya de dónde debemos dejarnos dar el concepto de hombre. Pues, al fin y al cabo, esta parábola narra justamente la historia en la que el hombre toma conciencia de sí como un ser existente en medio de lo ente. Y en esta historia esencial del hombre, lo decisivo es justamente el suceder el no-ocultamiento, es decir, el desencubrimiento. Así pues, justo al revés, llegamos a saber qué es el hombre sólo a partir de la esencia del no-ocultamiento. Sólo la esencia de la verdad nos permite comprender la esencia del hombre. Cuando dijimos que justamente esta esencia de la verdad (el desencubrimiento) es el suceder que sucede con el hombre, entonces eso significa que el hombre, tal como lo vemos ahí, en la parábola, en su liberación, está trans-puesto en la verdad. Éste es el modo de su existencia, el suceso fundamental del existir. El original no-ocultamiento es el des-encubrir proyectante en cuanto suceso que sucede «en el hombre», es decir, en su historia. La verdad ni está presente en algún lugar por encima del hombre (como validez en sí), ni la verdad está en el hombre como en un sujeto psíquico, sino que el hombre está «en» la verdad. La verdad es más grande que el hombre. Éste está en la verdad sólo si y en la medida en que es dueño de su esencia. Se mantiene en el no-ocultamiento de lo ente y de este modo se comporta respecto de éste. §9
La esencia de la verdad como no-ocultamiento de lo ente la buscamos en el desencubrimiento como un suceder desencubridor, sobre cuya base el hombre existe. Aquél es lo que determina por vez primera la esencia del hombre: bien entendido, del hombre del que se trata aquí, en esta parábola de la caverna. El hombre es aquel ente que entiende el ser y que existe sobre la base de esta comprensión del ser. §9
El desencubrimiento, la superación del encubrimiento, no sucede propiamente si no es en sí una lucha original contra el ocultamiento. Una lucha original (no acaso una polémica): esto se refiere a aquella lucha que sólo por sí misma se proporciona su propio enemigo y adversario, ayudándole a convertirse en su más aguda enemistad. No-ocultamiento no es simplemente una orilla, y ocultamiento la otra, sino que la esencia de la verdad como desencubrimiento es el puente, o mejor dicho: tender el puente a uno frente al otro. §11
¿Cómo podemos osar una afirmación tan grave? Pero antes de que podamos tomar una decisión sobre esta sospecha, se nos requiere llevar primero el conjunto de nuestra interpretación de la parábola de la caverna a la finalización que exige el contenido de la parábola, es decir, tomar la pregunta de qué significa la idea del bien en conexión con la esencia de la verdad, y para Platón en general. §11
Por consiguiente, ¿qué nos dice ahora el esclarecimiento de la idea del bien para la determinación de la esencia de la verdad? Cuatro cosas: §15
Todas estas determinaciones acumuladas sólo están diciendo siempre de modo más claro e inequívoco lo que toda la interpretación de la parábola de la caverna debía darnos a conocer. La pregunta por la esencia de la verdad como no-ocultamiento es la pregunta por la historia esencial del hombre. §15
A causa del doble concepto de no-verdad, la tarea de preguntar por la esencia de la verdad, se nos ha transformado. No-verdad no es un opuesto que aparezca al lado (junto a la verdad), y que posteriormente hubiera que tomar también en consideración, sino que la pregunta única por la esencia de la verdad es, en sí misma, la pregunta por la esencia de la no-verdad, porque ésta forma parte de la esencia de la verdad. §17
Sólo esto es el resultado decisivo de la interpretación de la parábola de la caverna y de toda la observación anterior: la visión de que la pregunta por la esencia de la verdad como no-ocultamiento tiene que transformarse en la pregunta por la no-verdad. Dicho con otras palabras, ahí reside ya una respuesta decisiva a la pregunta por la esencia: una respuesta que no hace más que agudizar y ampliar el preguntar. Pero esta visión la volvemos a perder ya en el momento mismo en que hacemos de ello una opinión y un parloteo y en adelante, en función de lo que hemos oído decir, vamos diciendo que la pregunta por la esencia de la verdad es la pregunta por la esencia de la no-verdad. Para eso habría sido mejor quedarse en la antigua opinión de que la verdad es coincidencia del juicio con el objeto. §17
Pero al mismo tiempo sabemos, igualmente a partir de la parábola de la caverna, que la pregunta por la esencia de la verdad es la pregunta por la esencia del hombre. De este modo, la pregunta por la esencia de la no-verdad, en tanto que pregunta fundamental por la esencia de la verdad, pasará a ser también una pregunta, peculiarmente dirigida, por la esencia del hombre. §17
Pero la pregunta por la no-verdad al servicio de la pregunta por la esencia de la verdad, ¿no es eso un rodeo, y quizá uno bastante largo y costoso? ¿Para qué este rodeo, si, después de todo, queremos saber la esencia de la verdad? Ahora no nos tomaremos en serio estos reparos. La pregunta por la no-verdad no es un rodeo, sino el único camino posible, el camino recto a la esencia de la verdad. Pero quizá este camino de la pregunta por la esencia de la no-verdad sea muy fatigoso, es más, quizá las huellas de este camino sean muy difíciles de hallar. Eso es incluso cierto. La prueba de ello es el hecho de que el camino de esta pregunta apenas se ha recorrido, y hoy es totalmente desconocido. Incluso en la parte corta, estrecha y empinada que hasta ahora se ha recorrido y abierto de este camino, hoy hace ya tiempo que han crecido los hierbajos de las meras opiniones y que está escombrada por los sedimentos de las doctrinas y las visiones que se han hecho obvias. El preguntar, mejor dicho, el no preguntar por la esencia de la no-verdad, queda bajo un dogma obvio: la no-verdad se puede concebir fácilmente sólo con que se sepa qué es la verdad, basta con pensar ésta en su negación. Y qué es la verdad, después de todo, ya se sabe: una propiedad del enunciado (del juicio). Pero si ya nos han despertado con un susto de la indecible placidez de esta forma de hablar, entonces, ciertamente, no tendremos la pretensión de hacerlo todo mejor en un santiamén, sino que con prudencia y paciencia aprenderemos a comprender que, por encima de todo, se trata de una cosa: reencontrar aquella parte del camino de la pregunta por la esencia de la no-verdad que una vez fue ya recorrida y transitada. No pensamos en hacer de esta parte corta, estrecha y empinada del camino una amplia y cómoda avenida para cualquiera. Nos esforzamos sólo por esta parte pequeña, sólo para reencontrarla y para volver a andarla realmente. Es aquella parte del camino de la pregunta por la no-verdad que Platón, por primera y última vez en la historia de la filosofía, recorrió realmente… en su diálogo Teeteto, que también lleva por título: la conversación sobre el saber. §17
Desarrollamos y despertamos la pregunta por la no-verdad por vía de una interpretación, orientada con toda determinación, del diálogo platónico. En la ejecución práctica, procederemos como hicimos con la interpretación de la parábola de la caverna. No se trata en primera instancia de instruir en el procedimiento general de la interpretación de un texto filosófico (esto sólo colateralmente), sino de despertar la pregunta (previamente determinada) por la no-verdad como la pregunta fundamental, y bien entendida, por la esencia de la verdad. Por eso, para el siguiente propósito de la asignatura, no es necesario que ustedes dominen por sí mismos el texto griego. Es más, ustedes deben poder llevar a cabo el preguntar por sí mismos, también sin el texto. Para su propio provecho, puede ser deseable si ustedes tienen al lado un texto griego o una traducción. Basta con la traducción, preferentemente la de Schleiermacher (fácilmente accesible en Reclam),[69] que hasta hoy no ha sido superada en cuanto a su rigor, y que es la más bella. Ciertamente, para el trabajo autónomo con el diálogo hay que tener como base el texto original, y eso significa al mismo tiempo: una traducción propia. Pues una traducción es sólo el resultado último de una interpretación realmente realizada: el texto ha sido trans-puesto[70] a una comprensión autónomamente inquiriente. Igual que no abogo por el mero trabajo con traducciones, quiero prevenir de pensar que el dominio de la lengua griega asegura ya la comprensión de Platón o de Aristóteles. Eso sería tan necio como si alguien pretendiera decir que, por el hecho de que entendemos el alemán, entendemos ya a Kant o a Hegel, lo que, con toda certeza, no es el caso. §17
Así pues, ahora preguntamos de modo totalmente unilateral por la esencia de la no-verdad. Pero una nueva reflexión sobre este propósito tiene que hacernos desconfiar. Es evidente que nuestro hacer no tiene ninguna salida. Aun concediendo que, en la pregunta por la esencia de la verdad, no sea un rodeo preguntar inicialmente por la esencia de la no-verdad, sin embargo, pese a todo, la esencia de la no-verdad sólo podemos captarla si previamente hemos asegurado suficientemente la esencia de la verdad. Pues, después de todo, la verdad es lo que en la no-verdad meramente se niega. Es una antigua doctrina de la lógica que la negación presupone algo negable, es decir, algo ya afirmado, afirmable, y por tanto afirmación. Por eso, tanto si es rodeo como si no, infringe la ley más simple de la lógica el pretender empezar con la negación. §18
Así pues, nos mantenemos en el camino emprendido y preguntamos por la no-verdad. No confiamos en haber determinado la verdad, y no sostenemos la opinión de que la esencia de la verdad puede hacerse surgir por arte de magia mediante una mera negación (es decir, sin preguntar por ella). §18
Habiendo eliminado los reparos metódicos mencionados, no hemos avanzado en la comprensión específica de la esencia de la verdad y la no-verdad. Y sin embargo, en ello ha resultado una importante indicación: la verdad y la no-verdad, el no-ocultamiento y el ocultamiento, no son simplemente oposiciones, negaciones recíprocas en el sentido de que, recurriendo a añadir el «no», hayamos concebido ya lo respectivamente otro, sino que el «no» y lo negativo, evidentemente, forman parte de la esencia de ambas: de la verdad como no-ocultamiento, pero al mismo tiempo también, de otra forma, de la no-verdad qua falsedad en tanto que algo nulo (algo que está contra la verdad). Al cabo, es justamente este «no» lo que otorga tanto a la verdad como a la no-verdad, en un sentido respectivamente distinto, el poder y la impotencia peculiares, pero también lo que hace tan difícil de captar la esencia de ambas y la esencia de su conexión que, ya al preguntar, la mayoría de las veces nos equivocamos en la dirección y en el planteamiento. Dicho brevemente: el no-ocultamiento y el ocultamiento, en sí mismos y no a sólo a causa de un diferenciar formal y extrínseco a ambos, están entrelazados con lo vano y lo nulo. En la pregunta por la esencia de la verdad tiene que desempeñar una función especial la pregunta por el «no» y la negación. §18
La pregunta por la esencia de la verdad se determinó inicialmente como pregunta por la esencia del no-ocultamiento. Qué forma parte de esta pregunta, se puso de relieve mediante una interpretación de la parábola de la caverna. Un carácter fundamental del no-ocultamiento consiste en que es algo que sucede con lo ente mismo. Pero este suceso, sin embargo, forma parte de un modo determinado de la historia de la existencia del hombre en tanto que existente. El no-ocultamiento no existe en sí mismo en alguna parte, y ni siquiera como propiedad de las cosas. El ser sucede como historia del hombre, como historia de un pueblo. A este suceso del no-ocultamiento de lo ente, lo hemos llamado el desen-cubrimiento. §19
Desencubrir es, en sí mismo, confrontación con y lucha contra el ocultar. El ocultamiento se da conjuntamente, siempre y de modo necesario, en el suceder el no-ocultamiento: se hace valer ineludiblemente en el no-ocultamiento, y ayuda a que éste llegue a ser por vez primera tal no-ocultamiento. Por eso, preguntar realmente por la esencia del no-ocultamiento significa tomarse en serio la pregunta por la esencia del ocultamiento. Pero éste es, en la relación con la verdad, el no-desocultamiento, la no-verdad, es decir, no-verdad en sentido abarcante. La pregunta por la esencia de la verdad se transforma por tanto en la pregunta por la no-verdad. §19
Volvamos a resumir en cinco puntos cómo tenemos ahora la pregunta por la esencia de la verdad: §19
1. La pregunta por la esencia de la verdad en el sentido de no-ocultamiento de lo ente es una pregunta por la historia esencial del hombre como un existente. §19
3. La pregunta por la esencia de la verdad como pregunta por la historia esencial del hombre es en sí una pregunta por el ser en cuanto tal, que, siendo comprendido, posibilita el existir. §19
4. La pregunta por la esencia de la verdad como no-ocultamiento es en sí la pregunta por el ocultamiento, es decir, por la no-verdad en el sentido más amplio. §19
Ahora tratamos de poner en marcha la pregunta que acabamos de obtener por la esencia de la verdad en la forma de la pregunta por la esencia de la no-verdad. §19
Me alegra que se hayan expresado recelos de si todavía nos movemos en el cauce de nuestra pregunta conductora. ¡Pero, después de todo, estamos preguntando por la esencia de la verdad! De hecho, habría que recelar si nos hubiéramos salido de nuestro cauce. Por el contrario, no es relevante la posesión de conocimientos. Si ustedes conocen esto o aquello y si lo «saben» o no (dónde está Megara, cuándo nació Schleiermacher, quién fue Friedrich Schlegel y similares), todo eso no vale mucho. Sólo vale si se da lo esencial: que ustedes, en lugar de conocer esto y aquello, estén en situación y tengan la voluntad de hacer preguntas. §20
¿Qué es lo que sucede ahí como aspiración al ser? Esta aspiración, ¿es por sí misma al mismo tiempo el poder que un desencubrir tiene que ser, y es por tanto desencubriente? Esta pregunta sólo podemos plantearla porque sabemos qué poco cerca está de nosotros la esencia de la verdad y menos aún la esencia del ser; qué poco cerca, mientras no entendamos nada de la no-verdad y menos aún de lo no-ente. §36
La pregunta por la esencia de la verdad hemos tratado de responderla echando un vistazo a un fragmento de la historia del concepto de verdad y a un fragmento de la historia del concepto de no-verdad. Pero quizá hayamos aprendido a entender que justamente ahí, y sólo ahí, en tal historia, llegamos a aprender cómo campa la verdad. Con mera curiosidad indiscreta y con un puntillismo vacío jamás llevaremos ninguna cosa a la manifestación de su esencia. Por eso, qué sea la verdad, cómo campa, sólo lo alcanzamos si tratamos de averiguarlo preguntando en cuanto a su suceder propio, si preguntamos sobre todo por aquello que en esta historia quedó sin suceder y que en adelante se cerró… se cerró hasta el punto de que, desde entonces, parece que en su originalidad nunca lo hubiera habido. §46
La pregunta por la esencia de la verdad despierta fácilmente la apariencia de ser una pregunta añadida posteriormente. Al fin y al cabo, trata de establecer en qué coinciden, justamente en tanto que verdades, las verdades particulares en los dominios de conocimiento particulares y en los ámbitos de acción particulares: la constatación rezagada de algo que en el fondo es irrelevante, puesto que justamente nos atenemos a las verdades particulares y sólo a ellas. APÉNDICE
Esta apariencia existe. Y sin embargo, esta opinión sobre el carácter de nuestra pregunta es un error. Pues si a nosotros nos importan ya sólo las verdades particulares, eso se debe sólo a que, en ello, estamos rindiendo tributo a una concepción fundamental de la verdad muy determinada y muy habitual desde hace tiempo. Y precisamente esta concepción, es decir, la base y el suelo sobre los que trata de orientarse nuestra tendencia a la verdad, comienza a vacilar. La esencia de la verdad se transformará, y nuestro preguntar tiene que poner en marcha esta transformación y proporcionarle una fuerza de eficacia radical. Pues a partir de la esencia transformada de la verdad, y sólo a partir de ella, se configurarán de otro modo nuestras pretensiones de verdades, nuestras exigencias de demostraciones y modos de demostración, el reparto de las obligaciones de demostrar. APÉNDICE
Nuestro preguntar por la esencia de la verdad no es un añadido superficial, sino la exposición de nuestro querer y existir por cauces y ámbitos totalmente distintos. Pero esta transformación de la esencia de la verdad no es la mera variación de una definición conceptual, es decir, asunto de una reconfiguración erudita y extravagante de alguna teoría, sino que esta transformación de la esencia de la verdad es la revolución del ser humano entero, en cuyos comienzos nos hallamos. Aunque hoy sólo unos pocos son capaces de intuir y de calcular ya las dimensiones y las inapelabilidad de esta revolución del ser del hombre y del mundo, sin embargo, al fin y al cabo, eso no demuestra que esa transformación no esté sucediendo, que con cada hora y con cada día no nos estemos metiendo en una historia totalmente nueva de la existencia humana. Pero una transformación íntima tal no es un mero desprenderse de lo anterior, sino que es la más aguda y amplia confrontación de las fuerzas de la existencia y de los poderes del ser. APÉNDICE