Ser e Tempo: § 29. O Da-sein [ser-“aí”] como encontrar-se

Rivera

Lo que en el orden ontológico designamos con el término de disposición afectiva (Befindlichkeit) es ónticamente lo más conocido y cotidiano: el estado de ánimo, el temple anímico. Antes de toda psicología de los estados de ánimo —por lo demás aún sin hacer— será necesario ver este fenómeno como un existencial fundamental y definirlo en su estructura.

La imperturbable serenidad, el reprimido disgusto de la ocupación cotidiana, el alternarse de ambos, y la caída en el mal humor, no son ontológicamente una nada, aunque estos fenómenos suelen pasar inadvertidos como lo presuntamente más indiferente y fugaz en el Dasein. Que los estados de ánimo se estropeen y puedan cambiar sólo prueba que el Dasein ya está siempre anímicamente templado. La indeterminación afectiva, a menudo persistente, monótona y descolorida, que no debe ser confundida con el mal humor, no sólo no es una nada, sino que, por el contrario, precisamente en ella el Dasein se vuelve tedioso a sí mismo. En semejante indeterminación afectiva (Ungestimmtheit), el ser del Ahí se ha manifestado como carga1. ¿Por qué? No se sabe. Y el Dasein no puede saber tales cosas, porque las posibilidades de apertura del conocimiento quedan demasiado cortas frente al originario abrir de los estados de ánimo, en los cuales el Dasein queda puesto ante su ser en cuanto Ahí. Por otra parte, el estado de ánimo alto puede liberar de la carga del ser que se ha manifestado; también esta posibilidad afectiva, aunque liberadora, revela el carácter de carga del Dasein. El estado de ánimo manifiesta el modo “cómo uno está y cómo a uno le va”. En este “cómo uno está”, el temple anímico pone al ser en su “Ahí”.

En el temple de ánimo, el Dasein ya está siempre afectivamente abierto como aquel ente al que la existencia (Dasein) le ha sido confiada en su ser, un ser que él tiene que ser existiendo. Abierto no quiere decir conocido como tal. Y justamente en la más indiferente y anodina cotidianidad el ser del Dasein puede irrumpir como el nudo factum de “que es y tiene que ser”. Lo que se muestra es el puro “que es”; el de‐dónde y el adónde quedan en la oscuridad. Que con pareja cotidianidad el Dasein no “ceda” a tales estados de ánimo, es decir que no sea (SZ:135) dócil a su abrir y que no se deje llevar ante lo abierto, no es una prueba en contra del dato fenoménico de la aperturidad afectiva del ser del Ahí en su “que” (es), sino una confirmación del mismo. Por lo regular, el Dasein esquiva, de un modo óntico‐existentivo, el ser que ha sido abierto en el estado de ánimo; desde un punto de vista ontológico‐existencial esto significa: en eso mismo a lo que semejante estado de ánimo no se vuelve, se desvela el Dasein en su estar entregado al Ahí. En el mismo esquivar, está abierto el Ahí.

Este carácter de ser del Dasein, oculto en su de‐dónde y adónde, pero claramente abierto en sí mismo, es decir, en el “que es”, es lo que llamamos la condición de arrojado (Geworfenheit) de este ente en su Ahí; de modo que, en cuanto estar‐en-el‐mundo, el Dasein es el Ahí. El término “condición de arrojado” mienta la facticidad de la entrega a sí mismo. El factum de “que es y tiene que ser”, abierto en la disposición afectiva del Dasein, no es aquel “que (es)” que ontológico‐categorialmente expresa el carácter de hecho, propio del estar‐ahí. Este carácter sólo es accesible a la constatación que se origina en la mirada contemplativa. En cambio, el “que (es)” abierto en la disposición afectiva debe concebirse como determinación existencial del ente que es en la forma del estar‐en‐el‐mundo. La facticidad no es el carácter de hecho del factum brutum de algo que está‐ahí, sino un carácter de ser del Dasein, asumido en la existencia, aunque, por lo pronto, reprimido. El “que (es)” de la facticidad jamás puede ser hallado en una intuición.

El ente que tiene el carácter de Dasein es su Ahí de un modo tal que, explícitamente o no, se encuentra a sí mismo en su condición de arrojado. En la disposición afectiva, el Dasein ya está siempre puesto ante sí mismo, ya siempre se ha encontrado, no en la forma de una auto‐percepción, sino en la de un encontrarse afectivamente dispuesto. Como ente que está entregado a su ser, el Dasein queda entregado también al factum de que ya siempre ha debido encontrarse —pero en un encontrarse que, más que en un directo buscar, se origina en un huir. El estado de ánimo no abre mirando hacia la condición de arrojado, sino en la forma de una conversión o una aversión. De ordinario, el estado de ánimo no se vuelve hacia el carácter de carga que el Dasein manifiesta en él, y menos aun cuando se encuentra liberado de esa carga en el estado de ánimo elevado. Esta aversión es siempre lo que es, en la forma de la disposición afectiva.

Se desconocería completamente el fenómeno de lo que el estado de ánimo abre y cómo lo hace, si se quisiera poner bajo un mismo denominador con lo (SZ:136) abierto lo que el Dasein templado “a la vez” conoce, sabe o cree. Incluso cuando el Dasein en la fe está “seguro” de su “adónde” o cuando a la luz de la razón cree saber acerca de su de‐dónde, nada de esto puede oponerse al dato fenoménico de que el estado de ánimo pone al Dasein ante el “que (es)” de su Ahí, que con inexorable enigmaticidad fija en él su mirada. Desde un punto de vista ontológico‐existencial no hay el menor derecho para rebajar la “evidencia” de la disposición afectiva, midiéndola por la certeza apodíctica propia del conocimiento teorético de lo que simplemente está‐ahí. Pero no menor es la falsificación de los fenómenos cuando éstos son desplazados al campo de lo irracional. El irracionalismo —como contrapartida del racionalismo— sólo habla como bizco de aquello de lo que éste habla como ciego.

Que un Dasein pueda, deba y tenga que enseñorearse fácticamente con el saber y el querer de su estado de ánimo, puede significar, en ciertas posibilidades de existir, una primacía de la voluntad y el conocimiento. Pero esto no debe inducir a negar, desde un punto de vista ontológico, que el estado de ánimo sea un originario modo de ser del Dasein, en el que éste queda abierto para sí mismo antes de todo conocer y querer, y más allá del alcance de su capacidad de abertura. Y, además, jamás seremos dueños de un estado de ánimo sin otro estado de ánimo, sino siempre desde un estado de ánimo contrario. Alcanzamos así el primer carácter ontológico esencial de la disposición afectiva: la disposición afectiva abre al Dasein en su condición de arrojado, y lo hace inmediata y regularmente en la forma de la aversión esquivadora.

Ya en esto se puede ver que la disposición afectiva es algo muy diferente de la constatación de un estado psicológico. Tan lejos está de poseer el carácter de una aprehensión reflexiva, que toda reflexión inmanente sólo puede constatar las “vivencias” porque el Ahí ya ha sido abierto por la disposición afectiva. El “mero estado de ánimo” abre el Ahí más originariamente; pero también lo cierra más obstinadamente que cualquier no percepción.

Es lo que muestra la indisposición afectiva o mal humor (Verstimmung). En este estado de ánimo el Dasein se torna ciego para sí mismo, el mundo circundante de la ocupación se nubla, la circunspección del ocuparse se extravía. Tan poco refleja es la disposición afectiva, que sobreviene al Dasein precisamente cuando éste irreflexivamente se abandona y entrega por entero al “mundo” de la ocupación. El estado de ánimo nos sobreviene. No viene ni de “fuera” ni de “dentro”, sino que, co‐mo forma del estar‐en‐el‐mundo, emerge de éste mismo. Pero, con esto pasamos desde una delimitación negativa de la disposición afectiva frente a la aprehensión reflexiva de lo “interior” hacia una intelección positiva de su (SZ:137) carácter aperiente. El estado de ánimo ya ha abierto siempre el estar‐en‐el‐mundo en su totalidad, y hace posible por primera vez un dirigirse hacia
El temple anímico no se relaciona primeramente con lo psíquico, no es un estado interior que luego, en forma enigmática, se exteriorizara para colorear las cosas y las personas. De esta manera se muestra el segundo carácter esencial de la disposición afectiva. La disposición afectiva es un modo existencial fundamental de la aperturidad cooriginaria del mundo, la coexistencia y la existencia, ya que esta misma es esencialmente un estar‐en‐el‐mundo.

Junto a las dos determinaciones esenciales de la disposición afectiva que acabamos de explicitar —la apertura de la condición de arrojado y la apertura del estar‐en‐el‐mundo en su totalidad— es necesario considerar una tercera, que contribuye en forma especial a una comprensión más honda de la mundaneidad del mundo. Como ya dijimos antes 2, el mundo ya previamente abierto deja comparecer al ente intramundano. Esta previa aperturidad del mundo, propia del estar‐en, está con‐constituida por la disposición afectiva. El dejar comparecer es primariamente circunspectivo, y no un puro sentir o un quedarse mirando fijamente. El dejar comparecer de la ocupación circunspectiva tiene el carácter de un ser concernido (Betroffenwerden), como lo podemos ver ahora más claramente a partir de la disposición afectiva. Desde un punto de vista ontológico, la inservibilidad, resistencia y amenaza de lo a la mano sólo nos pueden concernir porque el estar‐en en cuanto tal se halla de tal manera determinado previamente en su estructura existencial que puede ser afectado en esta forma por lo que comparece dentro del mundo. Esta posibilidad de ser afectado se funda en la disposición afectiva y, en cuanto tal, ha abierto el mundo en su carácter, por ejemplo, de amenazante. Sólo lo que está en la disposición afectiva del temor o, correlativamente, de la intrepidez, puede descubrir el ente a la mano del mundo circundante como algo amenazante. El temple de la disposición afectiva es el constitutivo existencial de la apertura del Dasein al mundo.

Y sólo por pertenecer ontológicamente a un ente cuyo modo de ser es el del estar‐en‐el‐mundo en disposición afectiva, pueden los “sentidos” ser “tocados” y “tener sentido para”, de tal manera que lo que los toca se muestre en la afección. Eso que llamamos afección no podría tener lugar ni siquiera como efecto de la máxima presión y resistencia, y la resistencia misma quedaría esencialmente sin descubrir, si el estar‐en‐el‐mundo en disposición afectiva no se encontrase ya consignado a la posibilidad, bosquejada por los estados de ánimo, de ser afectado por el ente intramundano. En la disposición afectiva se da existencialmente un (SZ:138) aperiente estar‐consignado al mundo desde el cual puede comparecer lo que nos concierne. En efecto, desde un punto de vista ontológico fundamental, es necesario confiar el descubrimiento primario del mundo al “mero estado de ánimo”. Una pura intuición, aunque penetrase en las fibras más íntimas del ser de lo que está‐ahí, jamás podría descubrir algo así como lo amenazante.

El hecho de que en virtud del carácter primariamente aperiente de la disposición afectiva, la circunspección cotidiana se equivoque y caiga con frecuencia en la ilusión, es, si se lo mide por la idea de un conocimiento absoluto del “mundo”, un: μὴ ὄν. Pero, el carácter existencial positivo de la posibilidad de ilusión es absolutamente desconocido por estas apreciaciones ontológicamente infundadas. Precisamente en la visión inestable y afectivamente oscilante del “mundo” se muestra lo a la mano en su específica mundaneidad, que es cada día diferente. La mirada teorética ya ha reducido siempre el mundo a la uniformidad de lo puramente presentecxxi, una uniformidad dentro de la cual, sin embargo, se encierra una nueva riqueza de lo que puede ser descubierto en la pura determinación. Pero ni siquiera la más pura θεορία está exenta de tonalidad afectiva; lo que sólo está‐ahí no se le muestra a la mirada contemplativa en su puro aspecto sino cuando ésta lo puede dejar venir hacia sí misma en el apacible demorar junto a (las cosas) en la ῥᾳστώνη y la διαγονή 3. No debe confundirse, claro está, la mostración del constituirse ontológico‐existencial del conocimiento determinativo en la disposición afectiva del estar‐en‐el‐mundo con un intento de abandonar ónticamente la ciencia al “sentimiento”.

En el marco de la problemática de esta investigación no es posible interpretar los diferentes modos de la disposición afectiva ni sus conexiones de fundamentación. Bajo el nombre de “afectos” y “sentimientos”, estos fenómenos son ónticamente conocidos desde antaño, y han sido tratados desde siempre por la filosofía. No es un azar que la primera interpretación de los afectos sistemáticamente realizada que nos ha sido transmitida, no haya sido hecha en el marco de la “psicología”. Aristóteles investiga los πάθη en el segundo libro de su Retórica. Contra el concepto tradicional de la retórica como una especie de “disciplina”, la Retórica de Aristóteles debe ser concebida como la primera hermenéutica sistemática de la cotidianidad del convivir. La publicidad, en cuanto modo de ser del uno (cf. § 27 (ET27)) no sólo tiene en general su propio temple anímico, sino que necesita estados de ánimo y los “suscita” para sí. Apelando a ellos y desde ellos es como habla el orador. El orador necesita comprender las posibilidades (SZ:139) del estado de ánimo para suscitarlo y dirigirlo en forma adecuada.

Es conocida la manera como la interpretación de los afectos se prolonga en la Stoa, como asimismo su transmisión a la Edad Moderna por medio de la teología patrística y escolástica. Pero lo que no suele advertirse es que la interpretación ontológica fundamental de lo afectivo no ha podido dar un solo paso hacia adelante digno de mención después de Aristóteles. Por el contrario: los afectos y sentimientos quedan sistemáticamente clasificados entre los fenómenos psíquicos, constituyendo de ordinario la tercera clase de ellos, junto a la representación y la voluntad. Y de este modo descienden al nivel de fenómenos concomitantes.

A la investigación fenomenológica se debe el mérito de haber alcanzado una visión más amplia de estos fenómenos. No sólo eso; recogiendo estímulos provenientes sobre todo de San Agustín y Pascal1, Scheler ha orientado la problemática hacia las conexiones de fundamentación entre los actos “representativos” y los de “interés”. Sin embargo, también aquí quedan aún en la oscuridad los fundamentos ontológico‐existenciales del fenómeno de acto en general.

La disposición afectiva no sólo abre al Dasein en su condición de arrojado y en su estar‐consignado al mundo ya abierto siempre con su ser, sino que ella misma es el modo existencial de ser en el que el Dasein se entrega constantemente al “mundo” y se deja afectar de tal modo por él, que en cierta forma se esquiva a sí mismo. La constitución existencial de este esquivamiento será aclarada con el fenómeno de la caída.

La disposición afectiva es un modo existencial fundamental como el Dasein es su Ahí. No sólo caracteriza ontológicamente al Dasein, sino que a la vez, en virtud de su carácter aperiente, tiene una importancia metodológica fundamental para la analítica existencial. Como toda interpretación ontológica en general, la analítica existencial sólo puede pedir cuenta, por así decirlo, acerca de su ser a un ente que ya antes ha sido abierto. Y deberá atenerse a las más destacadas y amplias posibilidades de apertura del Dasein para recibir de ellas la aclaración de (SZ:140) este ente. La interpretación fenomenológica deberá entregar al Dasein mismo la posibilidad de la apertura originaria y dejarlo, en cierto modo, interpretarse a sí mismo. Ella se limita a acompañar esta apertura, con el fin de elevar existencialmente a concepto el contenido fenoménico de lo abierto.

Teniendo en cuenta la interpretación que se hará más adelante de una fundamental disposición afectiva del Dasein, de gran importancia ontológico‐existencial —la angustia (cf. § 40 (ET40))—, el fenómeno de la disposición afectiva deberá ser ilustrado más concretamente por medio de ese modo determinado que es el miedo.

Martineau

Auxenfants

  1. ’Carga’: lo que hay que cargar; el hombre está entregado, transpropiado al ex‐sistir [Da‐sein]. Car‐gar: tomar a su cargo la pertenencia al ser mismo.[↩]
  2. Cf. § 18 (ET18).[↩]
  3. Cf. Aristóteles, Met. A 2, 982 b 22 ss.[↩]
  4. NT: als dem Sein, das… : « être » est ici encore au datif, mais, pour éviter le charabia de BW, je traduis quant au sens. De toute façon, lieu et objet de ladite remise sont identiques.[↩]
  5. NT: En l’occurrence : ne la prenne pas réflexivement en considération (nachgehen)[↩]
  6. NT: Accueilli, intégré et « assumé »[↩]
  7. Cf. supra, §18 – EtreTemps18, p. (83) sq.[↩]
  8. NT: Ici au sens courant d’impression sensible, d’où les guillemets du traducteur.[↩]
  9. Cf. ARISTOTE, Met., A 2, 982 b 22 sq.[↩]
  10. NT: L’expression Stimmung machen, veut dire littéralement « mettre de l’ambiance ». La publicité produit la tonalité en s’y mettant.[↩]
  11. Cf. Pensées, loc. cit. (supra, p. (4)) : « Et de là vient qu’au lieu qu’en parlant des choses humaines on dit qu’il faut les connaître avant que de les aimer, ce qui a passé en proverbe, les saints au contraire disent en parlant des choses divines qu’il faut les aimer pour les connaître, et qu’on n’entre dans la vérité que par la charité, dont ils ont fait une de leurs plus utiles sentences » ; cf. aussi Augustin, Contra Faustum (dans Migne, P.L., t. VIII), XXXII. 18: « Non intratur in veritatem, nisi per charitatem ».[↩]

Heidegger – Fenomenologia e Hermenêutica

Responsáveis: João e Murilo Cardoso de Castro

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