Rivera
Lo que en el orden ontológico designamos con el término de disposición afectiva [Befindlichkeit] es ónticamente lo más conocido y cotidiano: el estado de ánimo, el temple anímico. Antes de toda psicología de los estados de ánimo —por lo demás aún sin hacer— será necesario ver este fenómeno como un existencial fundamental y definirlo en su estructura.
La imperturbable serenidad, el reprimido disgusto de la ocupación cotidiana, el alternarse de ambos, y la caída en el mal humor, no son ontológicamente una nada, aunque estos fenómenos suelen pasar inadvertidos como lo presuntamente más indiferente y fugaz en el Dasein. Que los estados de ánimo se estropeen y puedan cambiar sólo prueba que el Dasein ya está siempre anímicamente templado. La indeterminación afectiva, a menudo persistente, monótona y descolorida, que no debe ser confundida con el mal humor, no sólo no es una nada, sino que, por el contrario, precisamente en ella el Dasein se vuelve tedioso a sí mismo. En semejante indeterminación afectiva [Ungestimmtheit], el ser del Ahí se ha manifestado como carga1. ¿Por qué? No se sabe. Y el Dasein no puede saber tales cosas, porque las posibilidades de apertura del conocimiento quedan demasiado cortas frente al originario abrir de los estados de ánimo, en los cuales el Dasein queda puesto ante su ser en cuanto Ahí. Por otra parte, el estado de ánimo alto puede liberar de la carga del ser que se ha manifestado; también esta posibilidad afectiva, aunque liberadora, revela el carácter de carga del Dasein. El estado de ánimo manifiesta el modo “cómo uno está y cómo a uno le va”. En este “cómo uno está”, el temple anímico pone al ser en su “Ahí”.
En el temple de ánimo, el Dasein ya está siempre afectivamente abierto como aquel ente al que la existencia [Dasein] le ha sido confiada en su ser, un ser que él tiene que ser existiendo. Abierto no quiere decir conocido como tal. Y justamente en la más indiferente y anodina cotidianidad el ser del Dasein puede irrumpir como el nudo factum de “que es y tiene que ser”. Lo que se muestra es el puro “que es”; el de‐dónde y el adónde quedan en la oscuridad. Que con pareja cotidianidad el Dasein no “ceda” a tales estados de ánimo, es decir que no sea (SZ:135) dócil a su abrir y que no se deje llevar ante lo abierto, no es una prueba en contra del dato fenoménico de la aperturidad afectiva del ser del Ahí en su “que” [es], sino una confirmación del mismo. Por lo regular, el Dasein esquiva, de un modo óntico‐existentivo, el ser que ha sido abierto en el estado de ánimo; desde un punto de vista ontológico‐existencial esto significa: en eso mismo a lo que semejante estado de ánimo no se vuelve, se desvela el Dasein en su estar entregado al Ahí. En el mismo esquivar, está abierto el Ahí.
Este carácter de ser del Dasein, oculto en su de‐dónde y adónde, pero claramente abierto en sí mismo, es decir, en el “que es”, es lo que llamamos la condición de arrojado [Geworfenheit] de este ente en su Ahí; de modo que, en cuanto estar‐en-el‐mundo, el Dasein es el Ahí. El término “condición de arrojado” mienta la facticidad de la entrega a sí mismo. El factum de “que es y tiene que ser”, abierto en la disposición afectiva del Dasein, no es aquel “que [es]” que ontológico‐categorialmente expresa el carácter de hecho, propio del estar‐ahí. Este carácter sólo es accesible a la constatación que se origina en la mirada contemplativa. En cambio, el “que [es]” abierto en la disposición afectiva debe concebirse como determinación existencial del ente que es en la forma del estar‐en‐el‐mundo. La facticidad no es el carácter de hecho del factum brutum de algo que está‐ahí, sino un carácter de ser del Dasein, asumido en la existencia, aunque, por lo pronto, reprimido. El “que [es]” de la facticidad jamás puede ser hallado en una intuición.
El ente que tiene el carácter de Dasein es su Ahí de un modo tal que, explícitamente o no, se encuentra a sí mismo en su condición de arrojado. En la disposición afectiva, el Dasein ya está siempre puesto ante sí mismo, ya siempre se ha encontrado, no en la forma de una auto‐percepción, sino en la de un encontrarse afectivamente dispuesto. Como ente que está entregado a su ser, el Dasein queda entregado también al factum de que ya siempre ha debido encontrarse —pero en un encontrarse que, más que en un directo buscar, se origina en un huir. El estado de ánimo no abre mirando hacia la condición de arrojado, sino en la forma de una conversión o una aversión. De ordinario, el estado de ánimo no se vuelve hacia el carácter de carga que el Dasein manifiesta en él, y menos aun cuando se encuentra liberado de esa carga en el estado de ánimo elevado. Esta aversión es siempre lo que es, en la forma de la disposición afectiva.
Se desconocería completamente el fenómeno de lo que el estado de ánimo abre y cómo lo hace, si se quisiera poner bajo un mismo denominador con lo (SZ:136) abierto lo que el Dasein templado “a la vez” conoce, sabe o cree. Incluso cuando el Dasein en la fe está “seguro” de su “adónde” o cuando a la luz de la razón cree saber acerca de su de‐dónde, nada de esto puede oponerse al dato fenoménico de que el estado de ánimo pone al Dasein ante el “que [es]” de su Ahí, que con inexorable enigmaticidad fija en él su mirada. Desde un punto de vista ontológico‐existencial no hay el menor derecho para rebajar la “evidencia” de la disposición afectiva, midiéndola por la certeza apodíctica propia del conocimiento teorético de lo que simplemente está‐ahí. Pero no menor es la falsificación de los fenómenos cuando éstos son desplazados al campo de lo irracional. El irracionalismo —como contrapartida del racionalismo— sólo habla como bizco de aquello de lo que éste habla como ciego.
Que un Dasein pueda, deba y tenga que enseñorearse fácticamente con el saber y el querer de su estado de ánimo, puede significar, en ciertas posibilidades de existir, una primacía de la voluntad y el conocimiento. Pero esto no debe inducir a negar, desde un punto de vista ontológico, que el estado de ánimo sea un originario modo de ser del Dasein, en el que éste queda abierto para sí mismo antes de todo conocer y querer, y más allá del alcance de su capacidad de abertura. Y, además, jamás seremos dueños de un estado de ánimo sin otro estado de ánimo, sino siempre desde un estado de ánimo contrario. Alcanzamos así el primer carácter ontológico esencial de la disposición afectiva: la disposición afectiva abre al Dasein en su condición de arrojado, y lo hace inmediata y regularmente en la forma de la aversión esquivadora.
Ya en esto se puede ver que la disposición afectiva es algo muy diferente de la constatación de un estado psicológico. Tan lejos está de poseer el carácter de una aprehensión reflexiva, que toda reflexión inmanente sólo puede constatar las “vivencias” porque el Ahí ya ha sido abierto por la disposición afectiva. El “mero estado de ánimo” abre el Ahí más originariamente; pero también lo cierra más obstinadamente que cualquier no percepción.
Es lo que muestra la indisposición afectiva o mal humor [Verstimmung]. En este estado de ánimo el Dasein se torna ciego para sí mismo, el mundo circundante de la ocupación se nubla, la circunspección del ocuparse se extravía. Tan poco refleja es la disposición afectiva, que sobreviene al Dasein precisamente cuando éste irreflexivamente se abandona y entrega por entero al “mundo” de la ocupación. El estado de ánimo nos sobreviene. No viene ni de “fuera” ni de “dentro”, sino que, co‐mo forma del estar‐en‐el‐mundo, emerge de éste mismo. Pero, con esto pasamos desde una delimitación negativa de la disposición afectiva frente a la aprehensión reflexiva de lo “interior” hacia una intelección positiva de su (SZ:137) carácter aperiente. El estado de ánimo ya ha abierto siempre el estar‐en‐el‐mundo en su totalidad, y hace posible por primera vez un dirigirse hacia … El temple anímico no se relaciona primeramente con lo psíquico, no es un estado interior que luego, en forma enigmática, se exteriorizara para colorear las cosas y las personas. De esta manera se muestra el segundo carácter esencial de la disposición afectiva. La disposición afectiva es un modo existencial fundamental de la aperturidad cooriginaria del mundo, la coexistencia y la existencia, ya que esta misma es esencialmente un estar‐en‐el‐mundo.
Junto a las dos determinaciones esenciales de la disposición afectiva que acabamos de explicitar —la apertura de la condición de arrojado y la apertura del estar‐en‐el‐mundo en su totalidad— es necesario considerar una tercera, que contribuye en forma especial a una comprensión más honda de la mundaneidad del mundo. Como ya dijimos antes 2, el mundo ya previamente abierto deja comparecer al ente intramundano. Esta previa aperturidad del mundo, propia del estar‐en, está con‐constituida por la disposición afectiva. El dejar comparecer es primariamente circunspectivo, y no un puro sentir o un quedarse mirando fijamente. El dejar comparecer de la ocupación circunspectiva tiene el carácter de un ser concernido [Betroffenwerden], como lo podemos ver ahora más claramente a partir de la disposición afectiva. Desde un punto de vista ontológico, la inservibilidad, resistencia y amenaza de lo a la mano sólo nos pueden concernir porque el estar‐en en cuanto tal se halla de tal manera determinado previamente en su estructura existencial que puede ser afectado en esta forma por lo que comparece dentro del mundo. Esta posibilidad de ser afectado se funda en la disposición afectiva y, en cuanto tal, ha abierto el mundo en su carácter, por ejemplo, de amenazante. Sólo lo que está en la disposición afectiva del temor o, correlativamente, de la intrepidez, puede descubrir el ente a la mano del mundo circundante como algo amenazante. El temple de la disposición afectiva es el constitutivo existencial de la apertura del Dasein al mundo.
Y sólo por pertenecer ontológicamente a un ente cuyo modo de ser es el del estar‐en‐el‐mundo en disposición afectiva, pueden los “sentidos” ser “tocados” y “tener sentido para”, de tal manera que lo que los toca se muestre en la afección. Eso que llamamos afección no podría tener lugar ni siquiera como efecto de la máxima presión y resistencia, y la resistencia misma quedaría esencialmente sin descubrir, si el estar‐en‐el‐mundo en disposición afectiva no se encontrase ya consignado a la posibilidad, bosquejada por los estados de ánimo, de ser afectado por el ente intramundano. En la disposición afectiva se da existencialmente un (SZ:138) aperiente estar‐consignado al mundo desde el cual puede comparecer lo que nos concierne. En efecto, desde un punto de vista ontológico fundamental, es necesario confiar el descubrimiento primario del mundo al “mero estado de ánimo”. Una pura intuición, aunque penetrase en las fibras más íntimas del ser de lo que está‐ahí, jamás podría descubrir algo así como lo amenazante.
El hecho de que en virtud del carácter primariamente aperiente de la disposición afectiva, la circunspección cotidiana se equivoque y caiga con frecuencia en la ilusión, es, si se lo mide por la idea de un conocimiento absoluto del “mundo”, un: μὴ ὄν. Pero, el carácter existencial positivo de la posibilidad de ilusión es absolutamente desconocido por estas apreciaciones ontológicamente infundadas. Precisamente en la visión inestable y afectivamente oscilante del “mundo” se muestra lo a la mano en su específica mundaneidad, que es cada día diferente. La mirada teorética ya ha reducido siempre el mundo a la uniformidad de lo puramente presentecxxi, una uniformidad dentro de la cual, sin embargo, se encierra una nueva riqueza de lo que puede ser descubierto en la pura determinación. Pero ni siquiera la más pura θεορία está exenta de tonalidad afectiva; lo que sólo está‐ahí no se le muestra a la mirada contemplativa en su puro aspecto sino cuando ésta lo puede dejar venir hacia sí misma en el apacible demorar junto a [las cosas] en la ῥᾳστώνη y la διαγονή 3. No debe confundirse, claro está, la mostración del constituirse ontológico‐existencial del conocimiento determinativo en la disposición afectiva del estar‐en‐el‐mundo con un intento de abandonar ónticamente la ciencia al “sentimiento”.
En el marco de la problemática de esta investigación no es posible interpretar los diferentes modos de la disposición afectiva ni sus conexiones de fundamentación. Bajo el nombre de “afectos” y “sentimientos”, estos fenómenos son ónticamente conocidos desde antaño, y han sido tratados desde siempre por la filosofía. No es un azar que la primera interpretación de los afectos sistemáticamente realizada que nos ha sido transmitida, no haya sido hecha en el marco de la “psicología”. Aristóteles investiga los πάθη en el segundo libro de su Retórica. Contra el concepto tradicional de la retórica como una especie de “disciplina”, la Retórica de Aristóteles debe ser concebida como la primera hermenéutica sistemática de la cotidianidad del convivir. La publicidad, en cuanto modo de ser del uno (cf. [§ 27->ET27]) no sólo tiene en general su propio temple anímico, sino que necesita estados de ánimo y los “suscita” para sí. Apelando a ellos y desde ellos es como habla el orador. El orador necesita comprender las posibilidades (SZ:139) del estado de ánimo para suscitarlo y dirigirlo en forma adecuada.
Es conocida la manera como la interpretación de los afectos se prolonga en la Stoa, como asimismo su transmisión a la Edad Moderna por medio de la teología patrística y escolástica. Pero lo que no suele advertirse es que la interpretación ontológica fundamental de lo afectivo no ha podido dar un solo paso hacia adelante digno de mención después de Aristóteles. Por el contrario: los afectos y sentimientos quedan sistemáticamente clasificados entre los fenómenos psíquicos, constituyendo de ordinario la tercera clase de ellos, junto a la representación y la voluntad. Y de este modo descienden al nivel de fenómenos concomitantes.
A la investigación fenomenológica se debe el mérito de haber alcanzado una visión más amplia de estos fenómenos. No sólo eso; recogiendo estímulos provenientes sobre todo de San Agustín y Pascal1, Scheler ha orientado la problemática hacia las conexiones de fundamentación entre los actos “representativos” y los de “interés”. Sin embargo, también aquí quedan aún en la oscuridad los fundamentos ontológico‐existenciales del fenómeno de acto en general.
La disposición afectiva no sólo abre al Dasein en su condición de arrojado y en su estar‐consignado al mundo ya abierto siempre con su ser, sino que ella misma es el modo existencial de ser en el que el Dasein se entrega constantemente al “mundo” y se deja afectar de tal modo por él, que en cierta forma se esquiva a sí mismo. La constitución existencial de este esquivamiento será aclarada con el fenómeno de la caída.
La disposición afectiva es un modo existencial fundamental como el Dasein es su Ahí. No sólo caracteriza ontológicamente al Dasein, sino que a la vez, en virtud de su carácter aperiente, tiene una importancia metodológica fundamental para la analítica existencial. Como toda interpretación ontológica en general, la analítica existencial sólo puede pedir cuenta, por así decirlo, acerca de su ser a un ente que ya antes ha sido abierto. Y deberá atenerse a las más destacadas y amplias posibilidades de apertura del Dasein para recibir de ellas la aclaración de (SZ:140) este ente. La interpretación fenomenológica deberá entregar al Dasein mismo la posibilidad de la apertura originaria y dejarlo, en cierto modo, interpretarse a sí mismo. Ella se limita a acompañar esta apertura, con el fin de elevar existencialmente a concepto el contenido fenoménico de lo abierto.
Teniendo en cuenta la interpretación que se hará más adelante de una fundamental disposición afectiva del Dasein, de gran importancia ontológico‐existencial —la angustia (cf. [§ 40->ET40])—, el fenómeno de la disposición afectiva deberá ser ilustrado más concretamente por medio de ese modo determinado que es el miedo.
Ce que nous indiquons ontologiquement sous le titre d’affection est la chose du monde la mieux connue et la plus quotidienne ontiquement : c’est la tonalité, le fait d’être disposé. Avant toute psychologie des tonalités – discipline d’ailleurs encore totalement en friche -, il convient d’apercevoir ce phénomène en tant qu’existential fondamental et de le cerner en sa structure.
L’égalité d’âme sans trouble aussi bien que la mauvaise humeur contenue de la préoccupation quotidienne, le passage de l’une à l’autre et inversement, le glissement dans l’aigreur : ontologiquement, ces phénomènes ne sont pas rien, quand bien même ils sont pris pour ce qu’il y a de plus indifférent et de plus fugitif dans le Dasein, et ainsi passent inaperçus. Que des tonalités puissent s’altérer et virer du tout au tout, cela indique simplement que le Dasein est à chaque fois toujours déjà intoné. L’atonie, c’est-à-dire l’indifférence persistante, plate et terne, que rien n’autorise à confondre avec de l’aigreur, est si peu insignifiante que c’est en elle justement que le Dasein devient à charge pour lui-même. L’être est devenu manifeste comme un poids. Pourquoi, on ne le sait pas. Et si le Dasein ne peut pas savoir ces choses, c’est parce que les possibilités d’ouverture du connaître portent bien trop court par rapport à l’ouvrir originaire propre à ces tonalités mêmes où le Dasein est transporté devant son être comme Là. Derechef, il se peut qu’une tonalité exaltée délivre de la charge manifeste de l’être ; mais justement, même cette possibilité de tonalité ouvre – fût-ce en délivrant de lui – le caractère de fardeau du Dasein. La tonalité manifeste « où l’on en est et où l’on en viendra ». Dans cet « où », l’être-intoné transporte l’être en son « Là ».
Dans l’être-intoné, le Dasein est toujours déjà tonalement ouvert comme cet étant à qui le Dasein a été remis en son être comme être4 qu’il a à être en existant. Mais « ouvert » ne signifie pas connu comme tel, et c’est justement dans la quotidienneté la plus indifférente et la plus anodine que l’être du Dasein peut percer dans la nudité de [cela] « qu’il est et a à être ». Ce pur « qu’il est » se montre, mais son « d’où » et son « vers où » restent dans l’obscurité. Que le Dasein ne « cède » pas si quotidiennement à de telles tonalités, autrement dit qu’il ne [135] suive5 pas leur ouverture et ne se laisse pas transporter devant ce qu’elles ouvrent, cela n’est nullement une preuve contre l’état-de-fait phénoménal de l’ouverture tonale de l’être du Là en son « que », mais au contraire en sa faveur. La plupart du temps, le Dasein esquive ontico-existentiellement l’être ouvert dans la tonalité ; mais ce que cela signifie ontologico-existentialement, c’est ceci : dans ce vers quoi une telle tonalité ne se tourne pas, le Dasein est dévoilé dans son être-remis au Là. Dans l’esquive elle-même, le Là est en tant qu’ouvert.
Ce caractère d’être du Dasein, voilà en son « d’où » et son « vers où », mais en lui-même d’autant plus ouvertement dévoilé, ce « qu’il est », nous le nommons l’être-jeté de cet étant en son Là, de telle sorte qu’en tant qu’être-au-monde il est le Là. L’expression d’être-jeté doit suggérer la facticité de la remise. Le « qu’il est et a à être » ouvert dans l’affection du Dasein n’est pas ce « que » qui exprime de manière ontologico-catégoriale la factualité propre à l’être-sous-la-main. Celle-ci n’est accessible que dans une constatation avisante. Bien plutôt faut-il concevoir le « que » ouvert dans l’affection comme une déterminité existentiale de l’étant qui est en la guise de l’être-au-monde. La facticité n’est pas la factualité du factum brutum d’un sous-la-main, mais un caractère d’être du Dasein, qui, bien que de prime abord refoulé, est repris6 dans l’existence. Le « que » de la facticité n’est jamais trouvable dans un intuitionner.
L’étant qui a le caractère du Dasein est son Là selon une guise telle que, expressément ou non, il se trouve dans son être-jeté. Dans l’affection, le Dasein est toujours déjà transporté devant lui-même, il s’est toujours déjà trouvé – non pas en se « trouvant » là-devant par la perception, mais en « se-trouvant » en une tonalité. En tant qu’étant remis à son être, il demeure également remis à ceci qu’il doit toujours déjà s’être trouvé – trouvé en une trouvaille qui ne résulte pas tant d’une quête directe que d’une fuite. Si la tonalité ouvre, ce n’est pas en tournant ses regards sur l’être-jeté, c’est en se tournant vers lui pour s’en détourner. La plupart du temps, elle ne se tourne pas vers le caractère de charge du Dasein qui est manifesté en elle – et cela est encore plus vrai de la tonalité exaltée en tant que celle-ci en délivre. Ce détournement n’est jamais ce qu’il est que sur le mode de l’affection.
Ce serait totalement méconnaître en son contenu phénoménal ce que la tonalité ouvre, et comment, que de vouloir rapprocher de ce qui est ainsi ouvert ce que le Dasein in-toné connaît, sait ou croit « en même temps ». Même lorsque le Dasein, dans la foi, est « sûr » de [136] sa « destination », ou croit tenir de lumières rationnelles un savoir de son origine, ces certitudes ne changent rien au fait phénoménal que la tonalité met le Dasein devant le « que » de son Là où celui-ci lui fait face en son inexorable énigme. Du point de vue ontologico-existential, il n’y a pas le moindre motif de réduire l’« évidence » de l’affection en la mesurant à la certitude apodictique d’une connaissance théorique du pur sous-la-main. Quant à la falsification des phénomènes qui s’applique à les rejeter dans la région de l’irrationnel, elle n’est en rien moins grave. L’irrationalisme, simple contre-jeu du rationalisme, ne fait que parler en borgne de ce à quoi celui-ci est aveugle.
Qu’un Dasein puisse, doive et même doive nécessairement se rendre facticement maître de la tonalité grâce à son savoir et sa volonté, cela peut bien témoigner d’une primauté du vouloir et de la connaissance dans certaines possibilités de l’exister. Simplement, cela ne doit pas conduire à nier ontologiquement la tonalité considérée comme le mode d’être originaire du Dasein où celui-ci est ouvert à lui-même avant tout connaître et tout vouloir et au-delà de leur portée d’ouverture. De surcroît, nous ne nous rendons jamais maître de la tonalité sans tonalité, mais toujours à partir d’une contre-tonalité. Ainsi avons-nous dégagé ce premier caractère ontologique essentiel de l’affection : l’affection ouvre le Dasein en son être-jeté, et cela de prime abord et le plus souvent selon la guise d’un détournement qui l’esquive.
C’est ce qui suffit déjà à montrer combien l’affection est éloignée de quelque chose comme la trouvaille d’un état psychique. Elle présente si peu le caractère d’une saisie se re-tournant rétrospectivement [sur soi] que toute réflexion immanente ne peut au contraire « trouver » des « vécus » que parce que le Dasein est déjà ouvert en son affection. La « simple tonalité » ouvre le Là plus originairement – mais, corrélativement, elle le referme aussi encore plus obstinément que toute non-perception.
C’est ce que manifeste l’aigreur. Dans l’aigreur, le Dasein devient aveugle à lui-même, le monde ambiant de la préoccupation se voile, la circon-spection de la préoccupation se fourvoie. L’affection est si peu réfléchie qu’elle tombe justement sur le Dasein tandis qu’il est adonné et livré sans réfléchir au « monde » dont il se préoccupe. La tonalité assaille. Elle ne vient ni de l’« extérieur », ni de l’« intérieur », mais, en tant que guise de l’être-au-monde, elle monte de celui-ci même. Or, avec cette détermination, nous sommes en mesure de dépasser une simple délimitation négative de l’affection par rapport à la saisie réflexive de [137] l’« intérieur » et d’accéder à un aperçu positif dans son caractère d’ouverture. La tonalité a à chaque fois déjà ouvert l’être-au-monde en tant que totalité, et c’est elle qui permet pour la première fois de se tourner vers… L’être-intoné ne se rapporte pas de prime abord à du psychique, il n’est pas lui-même un état intérieur qui s’extérioriserait ensuite mystérieusement pour colorer les choses et les personnes. Et c’est en quoi se manifeste le second caractère d’essence de l’affection. Elle est un mode existential fondamental de l’ouverture cooriginaire du monde, de l’être-Là-avec et de l’existence, parce que celle-ci est elle-même essentiellement être-au-monde.
À côté de ces deux déterminations d’essence de l’affection qui viennent d’être explicitées – elle ouvre l’être-jeté, elle ouvre à chaque fois l’être-au-monde total -, une troisième détermination, qui contribue avant tout à une compréhension plus pénétrante de la mondanéité du monde, mérite l’attention. Nous avions dit plus haut7: c’est le monde préalablement ouvert qui laisse de l’intramondain faire encontre. Or cette ouverture préalable, inhérente à l’être-à, du monde est co-constituée par l’affection. Le laisser-faire-encontre est primairement circon-spect, il ne se réduit pas encore à un ressentir ou à un regarder. Le laisser-faire-encontre circon-spect et préoccupé présente – ainsi que nous pouvons maintenant le voir avec plus d’acuité à la lumière de l’affection – le caractère du concernement. Mais le concernement par l’inutilité, la résistance, la menace de l’à-portée-de-la-main n’est possible ontologiquement que pour autant que l’être-à comme tel est d’emblée existentialement déterminé de telle manière qu’il puisse être abordé de cette manière par de l’étant rencontrable à l’intérieur du monde. Cette abordabilité se fonde dans l’affection en laquelle elle a ouvert le monde comme – par exemple – menaçant. Seul ce qui est dans l’affection de la peur, ou de l’impavidité, peut découvrir de l’à-portée-de-la-main du monde ambiant comme menaçant. L’être-intoné de l’affection constitue existentialement l’ouverture-au-monde du Dasein.
Et c’est seulement parce que les « sens » appartiennent ontologiquement à un étant qui a le mode d’être de l’être-au-monde affecté qu’ils peuvent être « touchés » et « avoir du sens pour… » de telle manière que ce qui touche se montre dans l’« affection »8. Quelque chose comme de l’« affection sensible » ne pourrait se produire, même sous l’effet de la pression et de la résistance la plus forte, cette résistance demeurerait essentiellement recouverte si l’être-au-monde affecté ne s’était déjà assigné à une abordabilité – prédessinée par des tonalités – par l’étant intramondain. L’affection inclut existentialement une assignation ouvrante au monde à partir duquel de l’étant abordant peut faire encontre. En fait, nous devons, du point [138] de vue ontologique, confier fondamentalement la découverte primaire du monde à la « simple tonalité ». Un pur intuitionner, quand bien même il pénétrerait jusqu’aux veines les plus profondes de l’être d’un étant sous-la-main, serait incapable de découvrir quelque chose comme une menace.
Que la circon-spection quotidienne, sur la base de l’affection primairement ouvrante, se méprenne, qu’elle succombe largement à l’illusion, ce fait, mesuré à l’idée d’une connaissance absolue du « monde », est un me on. Seulement, la positivité existentiale de cette capacité d’illusion est radicalement méconnue par de telles valorisations ontologiquement arbitraires. Car c’est justement dans la vision inconstante, tonalement fluctuante du « monde » que l’à-portée-de-la-main se montre dans sa mondanéité spécifique, qui jamais n’est tous les jours la même. L’avisement théorique a toujours obnubilé le monde dans l’uniformité du pur sous-la-main, uniformité au sein de laquelle, naturellement, est renfermée une nouvelle richesse de l’étant en tant que découvrable pour le déterminer pur. Et pourtant, même la theoria la plus pure n’a pas laissé toute tonalité derrière elle ; même à son avisement propre, le sans plus sous-la-main ne se montre en son pur aspect que lorsque, dans le séjour calme auprès de…, elle peut le laisser advenir à elle dans la rhastone et la diagoge9. – Cela dit, l’on ne confondra pas notre mise en lumière de la constitution ontologico-existentiale du déterminer cognitif dans l’affection de l’être-au-monde avec une tentative pour livrer ontiquement la science au « sentiment ».
Au sein de la problématique de cette recherche, il n’est pas possible d’interpréter les divers modes de l’affection et les connexions de dérivation qui les relient. Sous le titre d’affects et de sentiments, ces phénomènes sont depuis longtemps bien connus ontiquement, et ils ont toujours déjà été pris en considération par la philosophie. Ce n’est point un hasard si la première interprétation traditionnelle systématique des affects ne s’est pas déployée dans le cadre de la « psychologie ». Aristote étudie les pathe au livre II de sa Rhétorique. Celle-ci doit être envisagée – à l’encontre de l’orientation traditionnelle du concept de rhétorique sur l’idée de « discipline scolaire » – comme la première herméneutique systématique de la quotidienneté de l’être-l’un-avec-l’autre. La publicité, en tant que mode d’être du On (cf. [§27->art34]), n’a pas seulement en général son être-intoné, mais elle a besoin de tonalité et s’y met 10 elle-même. C’est en s’engageant dans la tonalité et à partir d’elle que l’orateur parle. Il a besoin de la compréhension des possibilités de la tonalité afin de l’éveiller et de l’infléchir [139] comme il faut.
On connaît le développement ultérieur de l’interprétation des affects dans le stoïcisme, ainsi que la manière dont la philosophie patristique et scolastique l’a transmise aux temps modernes. On omet seulement de remarquer que l’interprétation ontologique fondamentale de l’affectif en général n’a pratiquement pas réussi à accomplir de progrès notable depuis Aristote. Au contraire : les affects et les sentiments sont intégrés à la catégorie des phénomènes psychiques, dont ils forment le plus souvent la troisième classe après le représenter et le vouloir. Ils sombrent au rang de phénomènes d’accompagnement.
C’est un mérite de la recherche phénoménologique que d’avoir procuré une vue plus dégagée sur ces phénomènes. Plus encore, Scheler surtout, obéissant à des suggestions d’Augustin et de Pascal11, a infléchi cette problématique en direction des connexions de dérivation entre « actes représentants » et « actes d’intéressement ». Bien sûr, les fondements ontologico-existentiaux du phénomène d’acte en général n’en demeurent pas moins dans l’obscurité.
L’affection n’ouvre pas seulement le Dasein en son être-jeté et son assignation au monde à chaque fois déjà ouvert avec son être, elle est elle-même le mode d’être existential où il se livre constamment au « monde » et se laisse aborder par lui de telle manière qu’il s’écarte d’une certaine façon de lui-même. La constitution existentiale de cette esquive se manifestera plus clairement dans le phénomène de l’échéance.
L’affection est un mode existential fondamental où le Dasein est son Là. Elle ne caractérise pas seulement ontologiquement le Dasein, mais en même temps elle présente, en raison de l’ouvrir qui lui est propre, une signification méthodique fondamentale pour l’analytique existentiale. Car celle-ci, comme toute interprétation ontologique en général, ne peut pour ainsi dire ausculter en son être que de l’étant auparavant ouvert. Elle s’en tiendra donc aux possibilités insignes et décisives d’ouverture du Dasein, afin de recueillir d’elles la [140] révélation de cet étant. L’interprétation phénoménologique doit nécessairement donner au Dasein lui-même la possibilité de l’ouvrir originaire, et le laisser pour ainsi dire s’expliciter lui-même. Cet ouvrir, elle ne fait que l’accompagner, afin de porter existentialement au concept la teneur phénoménale de ce qui est ouvert.
Dans la perspective de l’interprétation qui sera proposée ensuite d’une telle affection fondamentale du Dasein significative du point de vue ontologico-existential, à savoir l’angoisse ([§40->art47]), il s’impose d’illustrer encore plus concrètement le phénomène de l’affection en élucidant d’abord le mode déterminé de la peur.
Ce que, sur le plan ontologique, nous affichons sous le titre d’état émotionnel d’arrière-plan, cela est, sur le plan ontique, le mieux connu et le plus quotidien : c’est la disposition d’esprit (ou tonalité) [Stimmung], à savoir le fait, pour le Dasein, d’être plus ou moins bien disposé affectivement [Gestimmtsein]. Avant toute psychologie des états d’âme [Stimmungen], laquelle est en outre encore totalement en friche, il s’agit de regarder ce phénomène comme étant existentialement fondamental et de tracer les contours de sa structure. (al. 1)
L’âme égale et sereine, tout autant que l’humeur chagrine et contenue, lesquelles sont inhérentes à la préoccupation quotidienne, le passage glissé de la seconde à la première, et inversement, le dérapage enfin dans les états dépressifs [Verstimmung] : tous ces phénomènes ne sont ontologiquement pas rien, même s’ils restent inaperçus, étant soi-disant ce qui présente le moins d’intérêt et est le plus fugace [flüchtig] dans le Dasein. Que des états d’âme puissent s’altérer et changer brusquement, cela ne dit qu’une chose, c’est que le Dasein est à chaque fois toujours déjà disposé affectivement [gestimmt]. La pâle langueur [Ungestimmtheit], souvent continuelle, plate et terne, que l’on ne saurait confondre avec l’état dépressif, est si peu rien que c’est en elle précisément que le Dasein se dégoûte de lui-même. Dans un tel cas d’humeur altérée, l’Être du ‘là’ est manifestement devenu un fardeau [Last]. Pourquoi, on ne le sait pas. Et si le Dasein ne peut pas savoir de telles choses, c’est parce que les possibilités d’ouverture [Erschliessung] qu’a l’acte cognitif portent bien trop court face à ce qu’ouvrent-révèlent originellement les états d’âme dans lesquels le Dasein est porté en face de son Être en tant que ‘là’. Et d’autre part, l’humeur exaltée peut décharger du fardeaua manifeste de l’Être ; même cette dernière possibilité, qui est inhérente à la disposition d’esprit (ou tonalité), ouvre-révèle, quand bien même elle le ferait en soulageant, le caractère de fardeau du Dasein. La disposition d’esprit (ou tonalité) rend manifeste « comment l’on est et comment l’on va ». Dans ce « comment l’on est », le fait qu’il soit disposé affectivement porte l’Être dans son « là ». (al. 2)
Dans la disposition affective [Gestimmtheit], le Dasein est toujours déjà ouvert-révélé à l’unisson de la disposition d’esprit (ou tonalité) [stimmungsmässig], et il l’est en tant que l’étant auquel le Dasein a été livré dans son Être, en tant que cet Être, il a, en existant, à l’être. Ouvert-révélé ne veut pas dire connu en tant que tel. Et c’est précisément dans la quotidienneté la plus indifférente et la plus anodine que l’Être du Dasein peut faire irruption dans toute la nudité du fait « qu’il est et qu’il a à être ». Le pur « fait qu’il soit » se manifeste ; le « lieu d’où il vient » [Woher] et son « lieu de destination » restent dans l’obscurité. Que le Dasein, tout aussi quotidiennement, ne « cède » pas à des états d’âme de cette nature, [135] c’est-à-dire qu’il ne creuse pas ce qu’ils ouvrent-révèlent et ne se laisse pas porter en face de ce qu’ils ont ouvert-révélé, cela n’est en rien une preuve contre le constat phénoménal suivant : le « fait qu’il soit », tel est l’‘être-ouvert-révélé’ de l’Être du ‘là’, lequel Être est ouvert-révélé à l’unisson de la disposition d’esprit (ou tonalité) ; mais c’est une preuve documentée [Beleg] en faveur dudit constat. Le plus souvent, et cela de façon à la fois existentielle et ontique [ontisch-existenziell], le Dasein se dérobe [ausweichen] devant l’Être qui est ouvert-révélé dans la disposition d’esprit (ou tonalité) ; sur le plan à la fois existential et ontologique, cela veut dire : c’est dans ce vers quoi une telle disposition d’esprit (ou tonalité) ne se tourne pas, c’est dans cela que se révèle le Dasein, tel qu’il est livré au ‘là’. Dans la dérobade elle-même, le ‘là’ est quelque chose d’ouvert-révélé. (al. 3)
Ce caractère d’être du Dasein, à savoir qu’il est masqué quant au « lieu d’où il vient » [Woher] et quant au « lieu où il va » [Wohin], mais caractère d’être qui est ouvert-révélé à même le Dasein lui-même de façon d’autant moins masquée, autrement dit ce « fait qu’il soit », nous le nommons l’‘être-ayant-été-lancé’ [Geworfenheit] de cet étant dans son ‘là’, et cela de telle sorte que, en tant qu’‘être-au-monde’, il est le ‘là’. L’expression ‘être-ayant-été-lancé’ entend suggérer la facticité de la livraison de son Être au Dasein. Le fait « qu’il soit et qu’il ait à être », lequel fait est ouvert-révélé dans l’état émotionnel d’arrière-plan du Dasein, n’est pas cette « Quoddité » qui exprime de façon à la fois catégoriale et ontologique l’état de fait qui participe de l’‘être-subsistant’. Ce dernier état de fait n’est accessible qu’en tant que constat établi après observation. Plus encore, le fait que le Dasein soit, lequel fait est ouvert-révélé dans l’état émotionnel d’arrière-plan, il faut le concevoir en tant qu’‘être-déterminé’ existential de l’étant qui est dans la guise de l’‘être-au-monde’. La facticité n’est pas l’état de fait du factum brutum [Fait brut] qu’est un étant subsistant, mais elle est un caractère d’être du Dasein, caractère d’être qui, bien que de prime abord repoussé, est réintégré dans l’existence. Le fait que le Dasein soit, fait qui est inhérent à la facticité, jamais on ne pourra le constater dans une intuition. (al. 4)
L’étant ayant le caractère du Dasein est son ‘là’, et ce dans la guise suivant laquelle, explicitement ou pas, il se trouve dans son ‘être-ayant-été-lancé’. Dans l’état émotionnel d’arrière-plan, le Dasein est toujours déjà porté en face de lui-même, il s’est toujours déjà trouvé, et cela non pas du fait qu’il serait présent devant lui-même en tant qu’il se percevrait [Wahrnehmen], mais du fait que, en tant qu’il est disposé affectivement, il se trouve lui-même. En tant qu’étant qui est livré à son Être, il reste également livré à ceci qu’il lui faut toujours déjà s’être trouvé – trouvé en une trouvaille qui ne provient pas tant d’une quête directe que d’une fuite. La disposition d’esprit (ou tonalité), en effet, n’ouvre-révèle pas le Dasein dans la guise suivant laquelle il tient compte de son ‘être-ayant-été-lancé’, mais elle le fait dans la guise suivant laquelle il se tourne vers ledit Être, puis s’en détourne. Le plus souvent, la disposition d’esprit (ou tonalité) tourne le dos au caractère de fardeau du Dasein, caractère qui se manifeste en elle ; elle en est tout au moins débarrassée dans l’humeur exaltée. Cet acte de se détourner de soi [Abkehr], ce qu’il est, il l’est toujours dans la guise de l’état émotionnel d’arrière-plan. (al. 5)
Phénoménalement parlant, ce serait totalement méconnaître ce que la disposition d’esprit (ou tonalité) ouvre-révèle, et comment elle le fait, que de vouloir assortir [zusammenstellen] à ce qui est ouvert-révélé de la sorte ce que, « en même temps », le Dasein, tel qu’il est disposé affectivement, connait, sait [136] et croit. Même lorsque le Dasein, dans la foi, est « sûr » de son « lieu de destination », ou pense tenir d’éclaircissements rationnels le savoir du ‘lieu d’où il vient’, tout cela n’est d’aucun effet à l’encontre du constat phénoménal suivant : la disposition d’esprit (ou tonalité) porte le Dasein devant le fait qu’il est, fait qu’est son ‘là’, autrement dit devant ce qui, dans son inexorable caractère énigmatique, se dresse face à lui. Sur le plan ontologico-existential, il n’existe pas la moindre raison légitime de rabaisser l’« évidence » de l’état émotionnel d’arrière-plan, et cela en la comparant [Messung] à la certitude apodictique d’un acte cognitif théorique portant sur le pur étant subsistant. Toutefois, n’est pas moins illégitime la falsification des phénomènes consistant à les repousser dans le refugium [refuge] de l’irrationnel. En tant qu’il renvoie la balle au rationalisme, l’irrationalisme ne parle qu’en louchant du côté de ce à quoi ce dernier est aveugle. (al. 6)
Qu’un Dasein doué de savoir et de volonté ait effectivement la capacité, le devoir et l’obligation de se rendre maître de la disposition d’esprit (ou tonalité), cela peut signifier que le vouloir et la connaissance ont une primauté quant au choix qu’il fait de certaines de ses possibilités d’exister. La seule chose, sur le plan ontologique, c’est que cela ne doit pas conduire à nier que la disposition d’esprit (ou tonalité) est un mode d’être originel du Dasein, mode dans lequel celui-ci est ouvert-révélé à lui-même, et cela avant tout acte cognitif et toute volition, et bien au-delà de la portée de ce à quoi ceux-ci donnent accès. Et de surcroît, ce n’est jamais sans disposition d’esprit (ou tonalité) que nous nous rendons maître d’une disposition d’esprit (ou tonalité), mais c’est toujours à partir d’une disposition d’esprit (ou tonalité) antagoniste. En tant que premier caractère ontologique de la nature de l’état émotionnel d’arrière-plan, nous avons donc acquis le suivant : l’état émotionnel d’arrière-plan ouvre-révèle le Dasein dans son ‘être-ayant-été-lancé’, et de prime abord et le plus souvent, il l’ouvre-révèle dans la guise suivant laquelle le Dasein, en se dérobant, se détourne de soi. (al. 7)
D’ores et déjà, il devient visible que l’état émotionnel d’arrière-plan est fort éloigné de quelque chose de tel qu’un état psychique que le Dasein constaterait. Cet état se caractérise si peu comme étant une simple saisie procédant d’un retour rétrospectif sur soi, que si toute réflexion immanente peut constater des « vécus », c’est en raison du fait que, dans l’état émotionnel d’arrière-plan, le ‘là’ est déjà ouvert-révélé. La « simple disposition d’esprit (ou tonalité) » ouvre-révèle le ‘là’ de façon plus originelle, mais elle l’enclot [verschliessen] également, et ce d’autant plus obstinément qu’elle ne relève pas d’une perception. (al. 8)
C’est ce que montre l’état dépressif. Dans cet état, le Dasein devient aveugle à l’égard de lui-même, le monde ambiant dont il se préoccupe se voile, la circonspection propre à la préoccupation se fourvoie. L’état émotionnel d’arrière-plan fait si peu l’objet d’une réflexion qu’il envahit précisément le Dasein alors que celui-ci se livre et s’adonne sans réfléchir au « monde » dont il se préoccupe. La disposition d’esprit (ou tonalité) est envahissante. Elle ne vient ni de l’« extérieur », ni de l’« intérieur », mais, en tant que modalité de l’‘être-au-monde’, elle s’élève depuis ce dernier lui-même. Mais, en disant cela, nous allons au-delà d’une délimitation négative de l’état émotionnel d’arrière-plan, laquelle s’opposerait à la saisie réflexive de ce qui est « intérieur », et nous trouvons un accès positif à [137] son caractère déhiscent. À chaque fois déjà, la disposition d’esprit (ou tonalité) a ouvert-révélé l’‘être-au-monde’ en tant que tout, et c’est elle qui rend pour la première fois possible que le Dasein se dirige vers… Être dans telle ou telle disposition affective n’est pas d’emblée en rapport à du psychique ; ce n’est même pas un état intérieur qui s’extérioriserait ensuite, de façon énigmatique, et déteindrait sur les choses et les personnes. Et c’est en cela que se manifeste le second caractère essentiel de l’état émotionnel d’arrière-plan. Il est un mode existential de base de l’‘être-ouvert-révélé’, co-originel du monde, de l’‘être-là-avec’ et de l’existence, et cela parce que cette dernière elle-même est par essence ‘être-au-monde’. (al. 9)
À côté des deux déterminations de la nature de l’état émotionnel d’arrière-plan que l’on vient d’expliquer, à savoir qu’il ouvre-révèle l’‘être-ayant-été-lancé’ et qu’il ouvre-révèle l’‘être-au-monde’ total du moment, une troisième est à considérer, laquelle contribue avant tout à une compréhension plus pénétrante de la mondanéité du monde. Nous avons dit précédemment [früher]1 : c’est le monde, au préalable déjà ouvert-révélé, qui ménage la rencontre de ce qui est intramondain. Cet ‘être-ouvert-révélé’ préalable du monde, lequel participe de l’‘être-à…’, l’état émotionnel d’arrière-plan contribue tout autant à le constituer. C’est primairement le fait de la circonspection que de ménager la rencontre, cela ne résulte pas exclusivement d’une sensation ou d’une fixation du regard. Ainsi que nous pouvons désormais le voir de manière plus précise en partant de l’état émotionnel d’arrière-plan, la rencontre, telle qu’elle est ménagée, par préoccupation, avec circonspection, se caractérise par le fait que le Dasein y est concerné [Betroffenwerden]. Mais le fait d’être concerné par l’inutilité de l’étant disponible, par sa capacité à opposer de la résistance [Widerständigkeit] et par son caractère menaçant, cela ne devient ontologiquement possible que si l’‘être-à…’ en tant que tel est par avance existentialement déterminé, et cela de telle sorte qu’il puisse, de cette manière, être concerné par ce qui vient à rencontre de façon intramondaine. Cette couleur au gré de laquelle le Dasein est concerné [Angänglichkeit] est fondée dans l’état émotionnel d’arrière-plan, et ce en tant qu’elle est celle selon laquelle ce dernier a ouvert-révélé le monde, par exemple comme étant menaçant. Seul ce qui, dans l’état émotionnel d’arrière-plan consistant à avoir peur, ou consistant à ne pas avoir peur, est, seul cela peut dévoiler comme étant menaçant de l’étant disponible comme l’est ce qui relève du monde ambiant. La disposition affective qu’est l’état émotionnel d’arrière-plan constitue existentialement l’apérité [Offenheit] au monde du Dasein. (al. 10)
Et c’est seulement parce que les « sens » font ontologiquement partie d’un étant qui, étant dans un certain état émotionnel [befindlich], a le mode d’être de l’‘être-au-monde’, c’est pour cette raison seulement qu’ils peuvent être « touchés » et « avoir sens pour… », et cela au point que ce qui touche se manifeste dans l’affection [Affektion]. Si fortes que puissent être la pression et la résistance, une chose telle que l’affection ne pourrait se produire, et cette résistance resterait par essence non dévoilée, si l’‘être-au-monde’, qui est dans un certain état émotionnel, ne s’était déjà assigné, et au moyen de l’étant qui est de façon intramondaine, une couleur qu’indiquent des états d’âme, couleur au gré de laquelle il se trouve concerné. Dans l’état émotionnel d’arrière-plan réside existentialement un caractère de dépendance mutelle ouvrant sur le monde et le révélant, monde depuis lequel [138] il devient possible que vienne à rencontre de l’étant qui concerne le Dasein. En fait, ontologiquement, il nous faut radicalement abandonner [überlassen] à la « simple disposition d’esprit (ou tonalité) » l’acte premier de dévoiler le monde. Même si elle pénétrait jusqu’aux veines les plus profondes de l’Être d’un étant subsistant, une intuition pure serait incapable de jamais dévoiler quelque chose de tel qu’un étant menaçant. (al. 11)
Que la circonspection quotidienne, sur la base de l’état émotionnel d’arrière-plan qui ouvre-révèle primairement, se méprenne, qu’elle succombe largement à l’illusion, cela, si on le mesure à l’idée d’une connaissance absolue du « monde », est un μἠ ón [Non étant]. Mais, dès lors que l’on porte de telles appréciations ontologiquement illégitimes, la positivité existentiale de cette disposition à l’illusion en vient à être totalement méconnue. C’est précisément dans la vision versatile du « monde », laquelle fluctue à l’unisson de la disposition d’esprit (ou tonalité), que l’étant disponible se manifeste dans sa mondanéité spécifique, laquelle, pas un jour, n’est la même. L’observation théorique a toujours déjà sous-exposé le monde dans l’uniformité du pur étant subsistant, uniformité au sein de laquelle repose toutefois une nouvelle richesse, celle de l’étant qu’il est possible de dévoiler en le déterminant avec pureté. Pourtant, même la theoria [théorie] la plus pure n’a pas laissé toute disposition d’esprit (ou tonalité) derrière elle ; même lorsqu’il est soumis à son observation, l’étant qui n’est plus que subsistant ne se montre alors exclusivement dans son pur aspect que si, en s’arrêtant paisiblement près de lui, la theoria peut le faire parvenir à [zukommen] elle, et cela dans la ῥᾳστώνη [facilité] et la διαγωγή1 [action de passer le temps, loisir]. La mise en lumière de la constitution ontologico-existentiale de l’acte de déterminer par la connaissance, tel qu’il se déroule dans l’état émotionnel d’arrière-plan inhérent à l’‘être-au-monde’, on se gardera de vouloir la confondre avec une tentative pour livrer, dans l’ordre ontique, la science au « sentiment ». (al. 12)
À l’intérieur de la problématique de la présente investigation, il n’est pas possible d’interpréter les divers modes de l’état émotionnel d’arrière-plan et leurs connexions de fondation et de dérivation avec ce dernier. Sous le titre d’affects et de sentiments, ces phénomènes sont depuis longtemps bien connus sur le plan ontique, et ils ont toujours déjà été considérés par la philosophie. Ce n’est pas un hasard si la première interprétation traditionnelle, exposée systématiquement, des affects n’a pas été traitée dans le cadre de la « psychologie ». Aristote explore les πάθη [passions] au livre II de sa « Rhétorique ». À l’encontre de l’orientation traditionnelle du concept de rhétorique, laquelle en fait quelque chose comme une « discipline à enseigner », il faut interpréter cette exploration d’Aristote comme étant la première herméneutique systématique de la quotidienneté de l’‘être-l’un-avec-l’autre’. En tant que mode d’être du ‘On’ (cf. §27), l’‘être-public’ n’a en général pas seulement sa propre disposition affective, mais il a besoin de l’ambiance [Stimmung] et il la « crée » pour lui-même. C’est en baignant dans cette ambiance, et en tenant compte d’elle, que l’orateur parle. [139] Il a besoin de comprendre les possibilités qu’offre l’ambiance, et ce afin de l’éveiller et de l’infléchir comme il sied à son propos. (al. 13)
On connaît bien le développement ultérieur de l’interprétation des affects dans le stoïcisme, ainsi que la manière dont la théologie patristique et scolastique l’a transmise aux temps modernes. Mais on continue à ne pas prêter attention au fait que l’interprétation ontologique principielle de l’affectif en général n’a pratiquement pas pu progresser de façon notable depuis Aristote. À contrario : en tant que thèmes, les affects et les sentiments sont tombés parmi les phénomènes psychiques, au sein desquels ils font office de troisième classe, aux côtés de la représentation et de la volonté. lls sombrent alors au rang de phénomènes accompagnateurs. (al. 14)
C’est un mérite de la recherche phénoménologique que d’avoir une fois encore procuré [schaffen] une vue plus libre sur ces phénomènes. Mais ce n’est pas tout ; Scheler avant tout, reprenant à son compte l’impulsion donnée par Augustin et Pascal1, a infléchi la problématique en direction des connexions de fondation et de dérivation entre les « actes par lesquels on représente » et les « actes par lesquels on prend intérêt ». À vrai dire, les fondements ontologico-existentiaux du phénomène qu’est l’acte en général n’en restent pas moins dans l’obscurité. (al. 15)
L’état émotionnel d’arrière-plan ne fait pas qu’ouvrir-révéler le Dasein dans son ‘être-ayant-été-lancé’ et dans son caractère de dépendance mutuelle avec le monde qu’il a, à chaque fois déjà, ouvert-révélé en même temps que l’Être du Dasein, l’état émotionnel d’arrière-plan est lui-même le mode d’être existential dans lequel le Dasein se livre en permanence au « monde », le mode d’être dans lequel le Dasein se sent concerné par ce dernier, et ce de telle façon que le Dasein, dans une certaine guise, se dérobe devant lui-même. La constitution existentiale de cette dérobade s’éclairera avec le phénomène de la déchéance. (al. 16)
L’état émotionnel d’arrière-plan est un mode existential de base, mode dans lequel le Dasein est son ‘là’. Il ne fait pas que caractériser ontologiquement le Dasein, mais, en raison de l’‘être-ouvert-révélé’ qui lui est inhérent, il a en même temps, pour l’analytique existentiale, une signification méthodologique principielle. Comme toute interprétation ontologique en général, celle-ci n’est pour ainsi dire capable de se mettre à l’écoute d’un étant, quant à son Être, que pour autant que cet étant ait été auparavant ouvert-révélé. Et elle s’en tiendra à celles des possibilités de déhiscence [Erschliessung] du Dasein qui sont insignes et de la plus grande portée, et ce afin de tirer d’elles les renseignements visés [140] qui concernent cet étant. L’interprétation phénoménologique, il lui faut fournir au Dasein lui-même la possibilité d’ouvrir-révéler de façon originelle, et il lui faut le laisser pour ainsi dire s’expliciter lui-même. L’interprétation phénoménologique ne fait qu’accompagner cet ‘être-ouvert-révélé’, et cela afin d’élever existentialement, jusqu’au concept, la teneur phénoménale de ce qui est ouvert-révélé. (al. 17)
Eu égard à l’interprétation, qui suivra plus tard, d’un état émotionnel d’arrière-plan du Dasein, état fondamental d’une nature telle qu’il est significatif à la fois ontologiquement et existentialement, à savoir celui de l’angoisse (§40), il importe d’illustrer encore plus concrètement le phénomène de l’état émotionnel d’arrière-plan, et cela à partir du mode précis qu’est la peur. (al. 18)
- ’Carga’: lo que hay que cargar; el hombre está entregado, transpropiado al ex‐sistir [Da‐sein]. Car‐gar: tomar a su cargo la pertenencia al ser mismo.[↩]
- Cf. [§ 18->ET18].[↩]
- Cf. Aristóteles, Met. A 2, 982 b 22 ss.[↩]
- NT: als dem Sein, das… : « être » est ici encore au datif, mais, pour éviter le charabia de BW, je traduis quant au sens. De toute façon, lieu et objet de ladite remise sont identiques.[↩]
- NT: En l’occurrence : ne la prenne pas réflexivement en considération (nachgehen)[↩]
- NT: Accueilli, intégré et « assumé »[↩]
- Cf. supra, §18 – EtreTemps18, p. [83] sq.[↩]
- NT: Ici au sens courant d’impression sensible, d’où les guillemets du traducteur.[↩]
- Cf. ARISTOTE, Met., A 2, 982 b 22 sq.[↩]
- NT: L’expression Stimmung machen, veut dire littéralement « mettre de l’ambiance ». La publicité produit la tonalité en s’y mettant.[↩]
- Cf. Pensées, loc. cit. (supra, p. [4]) : « Et de là vient qu’au lieu qu’en parlant des choses humaines on dit qu’il faut les connaître avant que de les aimer, ce qui a passé en proverbe, les saints au contraire disent en parlant des choses divines qu’il faut les aimer pour les connaître, et qu’on n’entre dans la vérité que par la charité, dont ils ont fait une de leurs plus utiles sentences » ; cf. aussi Augustin, Contra Faustum (dans Migne, P.L., t. VIII), XXXII. 18: « Non intratur in veritatem, nisi per charitatem ».[↩]