Safranski: As Esferas de Sloterdijk

Su obra más reciente, aguardada con gran expectación, verdaderamente un opus magnum, es el proyecto Esferas en tres volúmenes, el primero de los cuales es éste en traducción castellana.

Sloterdijk convoca los sentidos, las sensaciones y el entendimiento para conseguir claridad sobre lo cercano. ¿Lo cercano? Lo cercano es aquello que la filosofía pasa a menudo por alto: el espacio vivido y vivenciado. Vivimos siempre «en» espacios, esferas, [13] atmósferas; la experiencia del espacio es la experiencia primaria del existir. En este libro la filosofía recupera el rastro y el lenguaje de lo primario. Por supuesto que Sloterdijk no es el primero que intenta pensar al ser humano desde la experiencia espacial. El citado Oswald Spengler ya había emprendido la tarea de distinguir tipos de cultura según sus conceptos de espacio: la cultura árabe con su obsesión por la caverna, la cultura occidental fáustica con su fantasma del espacio infinito. Los fenomenólogos, sobre todo Martin Heidegger, habían comenzado en el siglo XX la búsqueda de un lenguaje para el espacio vivido y para el hombre como ser compartidor de espacio, coexistente. No es exagerado decir, sin embargo, que Sloterdijk ha elevado a un nivel completamente nuevo la filosofía de la coexistencia en el espacio común.

Esferas reza, pues, el título de esta obra en tres volúmenes. Una filosofía no es sólo original cuando acuña nuevos conceptos, sino también cuando descubre algo sorprendentemente significativo en expresiones bien conocidas. La de «esferas» recuerda, efectivamente, el mundo desaparecido de la vieja metafísica, ese país encantado de certezas e inquietudes, consolador y angustioso. «Esferas» significa, en cualquier caso, no un espacio neutro, sino uno animado y vivido; un receptáculo en el que estamos inmersos. No hay vida sin esferas. Necesitamos esferas como el aire para respirar; nos han sido dadas, surgen siempre de nuevo donde hay seres humanos juntos y se extienden desde lo íntimo hasta lo cósmico, pasando por lo global. Sería hermoso que dominara la armonía de esferas, pero, de hecho, y éste es el gran tema de Sloterdijk, aparecen conflictos, crisis y catástrofes en el traslado de una esfera a otra. No en último término la fecundidad de una cultura se mide por su capacidad de solucionar este problema del paso de una esfera más pequeña a la siguiente en magnitud.

Sloterdijk comienza con la primera esfera en que estamos inmersos, con la «clausura en la madre». Pertenece al drama de la vida el que siempre haya que abandonar espacios animados, en los que uno está inmerso, sin saber si se va a encontrar en los nuevos un recambio habitable. El primer traslado, el primer acto del drama, pues, sucede con el nacimiento. ¿Dónde venimos cuando venimos «al mundo»?, pregunta Sloterdijk. El modo de afrontar el mundo [14] fuera del seno materno viene determinado de manera difícilmente analizable por los restos de memoria prenatales. Todos hemos habitado en el seno materno un continente desaparecido, una «íntima Atlántida» que se sumergió con el nacimiento, no en el espacio, desde luego, sino en el tiempo; por eso se necesita una arqueología de los niveles emocionales profundos. Pero ¿es posible? Sloterdijk se aventura a la empresa de perfilar con delicada empiria los contornos de las vivencias en la caverna en la que todos estuvimos. Desarrolla un tipo nuevo de fenomenología de exquisita sensibilidad e incrementa para ello el acervo lingüístico dado que el lenguaje habitual de la teoría no hace justicia a la constitución esférica, de tonalidades íntimas, de la existencia humana. Que el primer tomo de Esferas se lea a trechos como una narración poética no depende sólo del talento de Sloterdijk, también viene justificado hasta cierto punto «por el asunto mismo». Los juegos de lenguaje habituales fracasan ante las experiencias del origen. Quien desea avanzar en este punto entra necesariamente en el terreno fronterizo entre descubrimiento e invención. Por eso en Sloterdijk lo discursivo se convierte en literario; la consecuencia es que las ideas se conectan más íntimamente de lo acostumbrado con el cuerpo de lenguaje en que reposan. Siempre importan, también, los tonos intermedios, las imágenes y asociaciones. Para quien no se deje limitar por el common sense, la lectura de este libro ha de significar un regalo enorme. «Si el despliegue teórico ha de ser efectivo», escribe Sloterdijk, «hay que oír crujir el papel de regalo en el que se presenta una vez más al propietario, como algo nuevo, algo casi conocido y también casi olvidado». El lector benévolo, que gusta de que le regalen, se transforma en una caja de resonancia. Todo concuerda, así pudo ser, lo noto aún, piensa uno al leer estas seductoras narraciones de nuestro antiguo flotar en el líquido amniótico, de la elástica y suave angostura allí dentro, del espacio interior acústico, de la escucha fetal y del primer vínculo, del ahogo al nacer cuando falta el aire precisamente porque se accede de improviso a él. Se trata de sucesos extraños, de situaciones mediales tempranas que dejan huellas, ecos, resonancias que ni siquiera desaparecen cuando comenzamos a establecernos y delimitarnos como sujetos. Lo medial pervive en los [15] estados de intensidad, en la entrega y admiración, la angustia y la compasión, la simpatía y antipatía. De ahí se sigue la idea, por supuesto que no nueva pero sí nuevamente sopesada, de que la coexistencia precede a la existencia y de que vivir significa dejarse implicar en las pasiones y obsesiones de esa coexistencia. Sloterdijk esboza una especie de teoría medial de la coexistencia. ¿Qué es un medio? Un algo que es inspirado, sonorizado, iluminado, tomado, atravesado, disuelto, envuelto por otro; un calentador continuo de agua o un grupo frigorífico; en palabras de Robert Musil: «Ya no hay un ser humano entero frente a un mundo entero, sino un algo humano que se mueve en un líquido nutricio universal». En este sentido, cada uno es un medio: un ser de alta permeabilidad.

Puesto que el ser humano mediado es un ser que viene en principio de un espacio interior íntimo, arropado, busca también cobijo más tarde y, si no lo encuentra, intenta crear espacios de refugio. Eso no se consigue siempre. Sloterdijk analiza la conexión entre crisis vitales e intentos fracasados de conformación de espacio, esbozando, al hacerlo, una onto — y filogénesis de los espacios de vida humanos: de las conformaciones tanto individuales como histórico-colectivas de esferas en círculos ampliados, en relaciones de pareja, familias, amistades, asociaciones, partidos, estados, iglesias, reinos, naciones. En cada una de esas esferas hay «fuertes motivos» para estar juntos. También entran dentro de esa perspectiva las catástrofes que suceden cuando estallan las esferas. Con el desmoronamiento de las cubiertas imaginarias del cielo, por ejemplo, el giro copernicano disolvió toda una atmósfera espiritual en la que habían vivido durante siglos los seres humanos. La Modernidad comienza con el shock de una nueva experiencia del espacio, cuya formulación clásica ofrece Blaise Pascal cuando escribe: «El silencio eterno de los espacios infinitos me produce espanto». Perdido el antiguo albergue, en la era de la falta de techo metafisico el ser humano tiene que aprender un nuevo modo de vida y las fuerzas de conformación social se enfrentan a tareas inmensas ante una esfera humana sin la bendición divina. No sólo existen los peligrosos agujeros de ozono en la atmósfera, también en la esfera social puede suceder que el aire para respirar se vuelva escaso o esté emponzoñado; que se produzca una [16] congelación o un resfriado por falta de relaciones; que los seres humanos se acerquen sin vincularse unos a otros. Las consecuencias son psicosis individuales y pánicos sociales. Con sus excesos totalitarios, el siglo XX ofrece horribles ejemplos de revueltas aterradas de desarraigados que intentan violentamente nuevas conformaciones de esferas transformando una sociedad fría en una comunidad candente. Cuando los espacios ya no son habitables puede suceder que una política de añoranza del útero desbroce con violencia su camino. Por eso, el mantenimiento de las esferas de vida es también una difícil tarea política que habría de ser filosóficamente asesorada. Pero para ello se necesita una filosofía que entienda de espacios animados, de «esferas» precisamente, y que sea capaz de ver en conjunto, y de aunar, lo próximo y lo lejano, lo muy grande y lo pequeño. Esto consigue Peter Sloterdijk. Nadie todavía ha explorado filosóficamente de este modo lo íntimo, lo global y la conexión entre ambos.

Este primer volumen está dedicado sobre todo a los aspectos íntimos de la conformación de esferas dentro del ser humano y entre los seres humanos. El segundo rastrea la historia de las grandes esferas, desde los imaginarios globos celeste y terráqueo hasta las reales cicunvalaciones terrestres y conquistas del mundo, y hasta lo que hoy llamamos «globalización». Muestra cómo el gran formato social ha de aprovechar el fundus de modos de experiencia en pequeñas esferas, primero, y cómo, luego, ha de destruirlo. El tercer volumen analiza los indicios que, poco a poco, van apareciendo de nuevas conformaciones de esferas en el espacio social. Las estructuras de la vida en común se transforman: interconexiones horizontales con poca fijación al suelo que cambian rápidamente. Policentrismo, movilidad. Ha pasado el tiempo en el que se necesitaban y exigían aún sólidos fundamentos. Uno se va acostumbrando a formas de vida fluctuantes, suspensas; por eso Sloterdijk pone al tercer volumen el título de «Espumas».