Patocka (1988:257-261) – le monde

Teresa Padilla et alii

Nosotros querríamos además plantear esta pregunta: ¿qué sucedería si la epojé no tuviera que detenerse ante la tesis del sí mismo propio, sino que fuese comprendida de modo por completo universal? En una epojé que procede así yo no dudo, ciertamente, de lo indudable, el cogito que se pone a sí mismo. Yo sólo dejo de servirme de esta tesis «automática», por decirlo así; no hago de ella ningún uso. Pero quizás es entonces, en virtud del hacerse atrás ante esta tesis, cuando en general se vuelve primeramente accesible para mí la tesis-del-yo en ese a priori suyo que la hace posible. Quizás la inmediatez del darse del yo es un «prejuicio» y la experiencia de sí tiene, exactamente igual que la experiencia de cosas, su a priori, un a priori que posibilita el aparecer del yo.

Entendida así, la epojé no es un acceso a ningún ente o pre-ente, sea mundano o no-mundano, pero justamente por ello es quizás el acceso al aparecer en lugar de a lo que aparece, esto es, al aparecer como tal. En vez de atenernos a lo manifiesto, lo suspendemos en la epojé para sólo entonces llegar a ver lo que manifiesta. Llegamos así hasta las condiciones de posibilidad del aparecer de lo que aparece; no permanecemos ante lo que aparece, sino que hacemos que aparezca el propio aparecer. Pero gracias a la universalidad de la epojé también resulta entonces claro que, así como el sí mismo es la condición de posibilidad del aparecer de lo mundano, el mundo como protohorizonte (y no como totalidad de realidades) representa la condición de posibilidad del aparecer del sí mismo. Ciertamente lo yoico no es nunca percibido en y por él mismo, o experimentado inmediatamente como quiera que sea, sino sólo como centro de organización de una estructura universal de aparición que no es reductible a lo que aparece como tal en su ser singular. Nosotros la llamamos mundo, y tenemos derecho a llamarla así, porque ella es lo que se encuentra en la epojé y, sin embargo, no se niega o pone en duda, sino que sólo entonces se saca de su anonimato originario a la luz. El sí mismo es lo que es sólo en la confrontación con el mundo. Preguntas como la de si hay un yo «puro», o si puede concebirse la conciencia como carente originariamente de un yo, son desde este punto de vista preguntas secundarias, meramente psicológicas y en absoluto filosóficas en el sentido pleno de la palabra. Quien muestra su sorpresa por el hecho de «que Husserl nunca haya sentido como enigmático el modo en que las cogitationes están dadas a sí mismas, el modo en que tienen, por tanto, que entenderse la autoconciencia y la reflexión», nos parece que está plenamente justificado por las razones arriba aducidas: una percepción de las cogitationes con ayuda de una «mirada interna», que corresponde a la externa como su correlato invertido, es un mito. El sí mismo se experimenta en el mundo y contra el fondo del mundo exactamente igual que las cosas, aunque, como de suyo se comprende, no es por esencia una cosa y no puede considerarse nunca una cosa. Pues ninguna cosa puede llevar a término el rendimiento que es inherente a la dualidad de la vivencia y lo real en la ontología husserliana.

El mundo no es sólo la condición de posibilidad del aparecer de lo real, sino también la condición de posibilidad de un ente que vive en relación consigo mismo y de este modo posibilita el aparecer como tal. La epojé conduce así de golpe a un a priori universal que abre el lugar del aparecer tanto para lo real como para el sujeto que vive. Pero no constituye un acceso a un suelo de ser absoluto; la epojé no sirve para revivir el intento hegeliano de reflexión absoluta. La epojé realizada de manera universal no conduce a un ente o pre-ente de tipo individual que se pueda encontrar en una experiencia cualquiera. Precisamente por ello sobra la pregunta de si en virtud de la reducción fenomenológica se da con un absoluto y se descubre un suelo de ser en el que toda finitud esté eliminada. La epojé llevada a término de manera consecuente no conduce a un ente infinito, sino a un a priori que de ninguna manera puede considerarse como existente, sino que desarrolla su función haciendo posible una relación consigo mismo, una estructura de ser sin la que no es posible ningún aparecer. Así, la alternativa finitud o infinitud de la conciencia trascendental, la cuestión de si pertenece a ésta un carácter «creativo» o «figurativo» está resuelta por la consumación de la epojé, y la fenomenología ya no necesita considerarla.

Edmund Husserl intentó fundar en la «reducción fenomenológica» la fenomenología pura como filosofía primera. La dificultad mencionada hace un momento (la teoría no aclarada de la reflexión, lo insostenible de la diferencia fundamental del ser como vivencia y el ser como realidad en virtud de su perceptibilidad) nos lleva a dudar de si puede efectivamente recorrerse este camino sin correcciones básicas y de si puede en él lograrse el objetivo del gran pensador, esto es: fundar la filosofía como ciencia estricta. Por el contrario, el propio ejemplo de Husserl atestigua que, sin una cierta ontología, no es posible una fenomenología como teoría del aparecer como tal (un problema que no puede siquiera plantearse en la actitud natural y en la ciencia natural, menos aún resolverse, y que, por ello, pese a la disolución de la ciencia total en ciencias particulares, no puede nunca disputársele a la filosofía como propiedad suya). La teoría del aparecer como tal no es posible de otro modo que convirtiendo en fenómeno el a priori del mundo que opera originariamente de manera anónima. Pero este a priori del mundo es a la vez lo que hace posible la relación consigo mismo y, de este modo, el sí mismo en su constitución ontológica. ¿Se convierte por ello el mundo en algo, con todo, subjetivo? Sólo en cierto sentido, pues lo «subjetivo» es ambiguo y significa, por un lado, lo que pertenece al contenido estructural del sujeto y constituye una vertiente de él; pero, por otro, significa aquello relativamente a lo cual se conduce el sujeto como horizonte de su comprensión. Pero el mundo es subjetivo en este segundo sentido, y el acceso a esto subjetivo se abre a través de la epojé. Quizás sea posible, por tanto, una fenomenología sin reducción, pero no una fenomenología sin epojé.

Tal ontología fenomenológica lograría quizás el propósito husserliano de afirmar, de hacer efectiva la autonomía, con respecto a la realidad, de lo que se llama convencionalmente centro de las vivencias, pero no por ello lo sobreinterpretaría como un absoluto, como un infinito. La inserción en el mundo y, con ello, en el ente mundano pertenecería más bien a la constitución ontológica del vivir comprensor, y sólo ella abriría la posibilidad de una antropología filosófica. Pues mientras que el ente que pertenece a la constitución ontológica «realidad» es algo real, cósico y finalmente material, al ser de la comprensión no le corresponde ningún ser «espiritual» puro, sino el hombre.

Erika Adams

  1. Ernst Tugendhat, Der Wahrheitsbegriff bei Husserl und Heidegger, Berlin, Walter de Gruyter, 1967, p. 208.[↩]
Excertos de

Heidegger – Fenomenologia e Hermenêutica

Responsáveis: João e Murilo Cardoso de Castro

Twenty Twenty-Five

Designed with WordPress