- Javier Bassas Vila
- Original
Javier Bassas Vila
A tanta más reducción, tanta más donación — este principio también permite aclarar y rebasar las aporias que afectan a los tres otros principios, a) Si se admite, siguiendo el último principio, que el fenómeno aparece tanto más en la medida en que se da perfectamente a ver y a recibir; y si se admite también que sólo puede darse de tal manera dándose al Yo de la conciencia, dejándose pues reconducir — lo cual equivale a reducirlo-, entonces la aparición no se da perfectamente por el mero hecho de aparecer, sino en la medida en que se reduce a su donación a la conciencia19. Sólo la reducción permite reconducir a la instancia que recibe la donación. Así, la ambigüedad del segundo principio — “¡A las cosas mismas! — puede suprimirse: volver a las cosas no implica ningún realismo precrítico, sino la reducción de lo trascendente a las vivencias tal y como se dan a la conciencia, tal y como en éstas el fenómeno se da en persona. b) La reducción — reconduciendo la aparición al destinatario, a quien su aparecer sólo puede darse, y sometiéndose a la donación — suspende y pone entre paréntesis todo lo que, en la apariencia, no consigue de hecho darse o se añade solamente a lo dado como un parásito; la reducción separa lo que aparece de lo que, de hecho, no aparece, de lo que aumenta su aparición, de lo que imita el aparecer incorporándole fraudulentamente una oscuridad fundamental; en definitiva, de lo que conduce hacia la fenomenicidad lo que le es ajeno — la objetivación no controlada, las “teorías absurdas”. Por tanto, este principio excluye también la asunción de toda trascendencia real, lejos de restablecer algún tipo de dogmatismo, ya que la reducción sólo conduce el aparecer mismo limitándolo siempre estrictamente a lo que da a ver. Así, desaparece la ambivalencia del primer principio — “A tanto aparecer, tanto ser”: parecer sólo equivale a ser en tanto que ese aparecer se reduce precisamente a él mismo, así pues, en tanto que, como aparecer pleno, efectúa ya una donación, c) Finalmente, la reducción, reconduciendo la aparición al Yo de la conciencia y al aparecer mismo, lo conduce a lo dado puro; ahora bien, eso que se da se define sin necesariamente recurrir a un intermediario cualquiera que difiera de él; en particular, lo dado puro, dándose, no depende, una vez (52) reducido, más que de sí: la intuición en particular, y también entonces la trascendencia de la intencionalidad que esa intuición cumple, puede intervenir a veces, pero no define lo dado puro, ya que ciertas apariciones se dan sin intencionalidad de objeto20, sin intuición pues impletiva. E incluso, las apariciones que pasan por esos intermediarios no se reducen tampoco a ella. En efecto, si la intuición merece un privilegio, ello no lo debe al éxtasis del cumplimiento de la intención, sino a su carácter de intuición donadora’, sólo la vigilancia de la donación permite a la intuición ejercer una regencia de la verdad; en cuanto tal, la intuición no podría hacer ver (voir) nada, ni percibir (percevoir), ni tampoco decepcionar (décevoir), si no se impusiera en virtud de la donación que ella emprende; ¿qué nos importaría una intuición y qué autoridad le reconoceríamos, si no nos diera nada — aunque no fuera más que la nada? Aquí puede verse el límite del “principio de principios”: de igual manera que hay que reconocer que la intuición en tanto que donadora funciona como “fuente de derecho” de la fenomenicidad en todos aquellos casos en los que los fenómenos dependen del éxtasis y de la trascendencia, así también, para todos aquellos fenómenos que no dependieran del éxtasis ni de la trascendencia (si es que los hay), la intuición en cuanto tal no aportaría nada y la donación podría o debería incluso ejercerse sin la intuición, sin el cumplimiento de la intención y, así pues, sin su éxtasis trascendente; la donación saldría entonces fuera de la intuición, porque en tales casos esta última no podría asegurar la función donadora que es indispensable. La donación sólo se mide por su propio rasero y no por el de la intuición. La restricción final de la tercera formulación sin rebasar tampoco los límites en los que se da” — denuncia de hecho una ambigüedad y una contradicción; una ambigüedad, porque Husserl no invoca los límites de la donación, sino los de la intuición: la aparición debe ser admitida en los límites estrictos de su intuición; de ahí resulta una contradicción: si la intuición (53) soporta límites (se trata incluso de uno de los rasgos constitutivos de toda filosofía), la donación, empero, no tiene ninguno: lo que se da, en tanto que dado por donación reducida, se da por definición absolutamente. Darse no admite ningún compromiso, incluso si, en lo que se da, se distinguen grados y modos: todo lo dado reducido se da o no se da. Al contrario de la intuición, la donación no se reduce más que a ella misma y se ejerce pues absolutamente21. Reducir la donación significa liberarla de los límites de cualquier otra instancia, incluida la de la intuición. La cuarta formulación se erige finalmente en principio porque asienta que la donación se cumple por la reducción: la operación fenomenológica esencial de la reducción desemboca esta vez — más allá de la objetidad y de la enticidad — en la pura donación.
Original
- Voir déjà Réduction et donation, op. cit., p. 303.[
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- C’est-à-dire sans extase, au sens où M. Henry écrit : « Ce n’est donc pas le voir étalé en sa structure extatique – l’œil et son miroir – qui constitue l’effectivité première de la phénoménalité et son surgissement. Bien au contraire le voir ne peut voir ce qui est vu que s’il est d’abord possible comme voir, c’est-à-dire aperçu en lui-même, de telle manière que cette aperception interne de l’ekstasis la précède et n’est pas constituée par elle » (Généalogie de la psychanalyse. Le commencement perdu, Paris, 1985, p. 33).[
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- M. Henry : « … la réduction ouvre et donne. Et que donne-t-elle ? La donation » (« Quatre principes de la phénoménologie », op. cit., p. 13).[
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