Por tanto, la analogía ofrece una salida de la primera dificultad, la de las múltiples significaciones, la cual se objetó contra el uso de la palabra «ser» en la filosofía. Queda la segunda dificultad, la de su uso substantivo. Dos objeciones sobre todo se alzan contra ello: si se quiere hablar con sentido del ser de los entes, hay que suponer primero que existe este ser; entonces habría este ser mismo, un ser del ser, un ser del ser del ser, etc. Además, puesto que, según se dice, todo ente tiene ser, ya que de otro modo no sería ningún ente, en consecuencia todas las afirmaciones positivas de existencia serían tautológicas, y todas las afirmaciones negativas serían contradictorias, lo cual es abiertamente absurdo.
Frente a la primera objeción cabría replicar brevemente con Tomás de Aquino «que propiamente no decimos que el ser sea, sino que por el ser algo es» (quia non sic proprie dicitur quod esse sit, sed quod per esse aliquid sit)3. El juego lingüístico del «ser del ser» no sólo es supérfluo, sino también peligroso, pues, seducidos por el genitivo gramatical, de la duplicación lingüística deducimos con demasiada facilidad una diversidad en la realidad.
Por tanto, primero hemos de mostrar brevemente su diferencia. Sin duda la palabra «existencia» no tiene aquí el sentido que le atribuyen la diversas direcciones filosóficas resumidas bajo el nombre de «existencialismo» o «filosofía existencial»; no designa, pues, una forma de existencia específicamente humana, ni la autoposición (Sartre) que precede a la esencia, ni el «estar trascendente en la verdad del ser», «ex-sistencia» (Heidegger), o comoquiera que ello se interprete; significa simplemente el hecho que nosotros indicamos en el lenguaje usual cuando acerca de algo decimos que «existe». En una descripción negativa llamamos existente lo que no se da como mero deseo de la fantasía, como plan pretendido, como contenido o forma apriorística del pensamiento y de la representación, o como lo opinado en nuestro hablar, sino que existe realmente. Existencia en este sentido no se identifica sin más con lo que en la lógica moderna se describe mediante el operador existencial, pues éste se usa también para expresar el estado de cosas de que existe o no existe un número, cuando en verdad es problemático si se puede atribuir existencia a un número bajo la significación indicada por nosotros.
Que la existencia en este sentido no puede equipararse simplemente con el ser, se desprende ya de la objeción formulada contra el uso substantivo de la palabra «ser»; esta objeción se basa en la suposición absurda de que todos los enunciados positivos de existencia son tautológicos y todos los enunciados negativos son contradictorios. Esa suposición es absurda puesto que yo puedo afirmar, p. ej., sin género de contradicción: «No existe un caballo en esta habitación», con lo cual se formula una afirmación negativa de existencia. Por tanto, el enunciado: «Existe un ente» no ha de llamarse tautológico, ni siquiera bajo la forma: «Corresponde la existencia a un ente.» En cambio es tautológico el enunciado: «Corresponde ser a un ente», pues si no le correspondiera ser, sin duda no debería designarse como ente.
Si usamos la palabra ser como verbo y decimos: «Algo es», cierto que por lo regular significamos lo mismo que con el enunciado «algo existe», pero este caso no puede inducir a equiparar en general el ser y la existencia, según ha mostrado la diferencia entre la atribución tautológica de ser y la afirmación no necesariamente tautológica de existencia. La diferencia descansa en que el concepto de ser, como el más universal, es más amplio que el concepto de «existencia», puesto que puede aplicarse también a lo no existente. Puedo reflexionar, p. ej., sobre si existe un unicornio; y en ello sé lo que ha de entenderse por «unicornio», lo pienso, me lo represento. Entonces puedo decir con verdad: «El unicornio es pensado» o, en forma más complicada, «le corresponde ser pensado». De acuerdo con ello corresponde el ser enunciado o ser pensado a todo aquello de lo que hablo o en lo que puedo pensar. Cierto que esto no justifica la afirmación de que existe algo enun-ciable o pensable en tal manera, pero sí posibilita la formación de enunciados verdaderos sobre ello (los cuales significan: «es así») y su distinción de los falsos (que afirman algo, aunque no es así).
Con la distinción entre ser y existencia caen por su base las objeciones contra el uso substantivo de la palabra «ser». La segunda objeción incitaba precisamente a mostrar esta distinción. Pero también la primera argumentaba eludiendo esta distinción, pues opinaba que ha de partirse de que hay ser (es decir, existe el ser), si se quiere hablar del ser del ente. Es cierto que no puede hablarse de algo a lo que no corresponde ningún ser. Pero el ser puede predicarse de doble manera: o bien de un sujeto que tiene ser, o bien de una forma de ser (p. ej., una propiedad) que es (una clase de) ser. En la primera manera atribuimos ser a un ente; en la segunda manera, puede decirse de este ser que él es ser, aunque ello es supérfluo, pero de semejante tautología no puede deducirse ninguna duplicación objetiva, por lo cual es mejor omitir la expresión «ser del ser», la cual insinuaría tal duplicación, tanto más por el hecho de que no hay un fundamento ni lingüístico ni objetivo para ello.
Y según nuestra exposición ese fundamento falta también para una prohibición del uso substantivo de la palabra «ser». Sin embargo no ha de pasar desapercibido — y por ello es fértil Ja crítica analítico-lingüística de la ontologia, a la cual nos hemos referido — que ni puede ignorarse la inequivocidad del concepto de ser, ni de la mera forma de hablar substantiva puede inferirse un ser delimitable frente al ente y que incluso haya de considerarse como existente. (excertos de H. Krings, H.M. Baumgartner, C. Wild et all., Conceptos Fundamentales de Filosofía)