- García-Baró y Huarte
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García-Baró y Huarte
El ser no es un fenómeno más que si está a distancia de sí mismo 1. La obra de la distancia fenomenológica comprendida como un poder ontológico, como una distancia naturante y no simplemente naturada, es justamente instituir el intervalo gracias al cual el ser podrá aparecerse a sí mismo. La aparición, sobre el fondo de la distancia fenomenológica, del ser que aparece, la manifestación de este ser es idéntica con su existencia. Porque se funda en la distancia, la existencia del ser es diferente del ser mismo. Se distingue de él justamente como lo que está a distancia de sí mismo; es el ser mismo, si se quiere, pero a distancia de sí, en su no-coincidencia consigo ; es el ser en la diferencia. Consideremos con Fichte la pared de la que decimos que «es». Lo que se mienta en el «es», a saber, el ser de la pared, «no es idéntico a ella … pero se distingue de esta pared como de algo independiente» 2. Lo que distingue el ser de la pared misma, lo que los diferencia de una manera fundamental, es justamente la diferencia comprendida como la esencia que permite a la pared ser. El ser de la pared es la pared misma en la infinitud de la distancia que le confiere, con la condición fenoménica, la existencia misma. La existencia de la pared es el ser de la pared en tanto que este ser es puesto en una exterioridad radical respecto de sí mismo ; es, para retomar la fuerte expresión de Fichte, «su ser fuera de su ser». Es cierto que la conciencia natural no tiene «tiempo de contemplar el ‘es’, que se le escapa por completo»; por el contrario , mentar éste de una manera temática en la conciencia filosófica, es verse llevado a establecer que «el ‘es’, respecto del ser, es inmediatamente la existencia» (VB, 142). El ser debe existir, existe necesariamente. El argumento ontológico no es una prueba en el sentido corriente del término: consiste en la lectura de la condición fenoménica del ser. Esta condición fenoménica es justamente la existencia del ser; es, en tanto que ser fuera de su ser, el ser mismo del ser.
La existencia, que constituye de este modo el ser mismo del ser, no se solapa con el ser puro y simple, con el ser estable y absoluto. Se solapa tan poco con él que, antes bien, se distingue de él: está respecto a él en una exterioridad absoluta y, al haberse retirado de él en esta exterioridad, lo pone frente a ella como un ser estable. La existencia no es nada por sí misma, sino el acto de retirarse del ser y, nadificándose ante él, ponerlo frente a ella como otra existencia absoluta. «La existencia, dice Fichte, debe captarse, reconocerse y formarse como mera existencia y poner y formar frente a ella un ser absoluto del que ella misma no es más que la mera existencia: debe por su propio ser nadificarse frente a otra existencia absoluta; lo cual le proporciona precisamente el carácter de mera imagen, de representación … del ser» (VB, 143). De este modo, la existencia es pensada como la mera imagen del ser o, si se prefiere, como su concepto; pues lo que se designa con el título de imagen no es, en lo que concierne al ser, más que su propia exterioridad respecto de sí. La imagen es el nombre de la existencia considerada como la manifestación del ser; es la forma del ser: lo que Fichte llama también el saber. La quinta Conferencia considera el «carácter del saber en general, que es sólo una mera imagen de un ser dado y que subsiste con independencia de aquél» (VB, 166). Ya en la tercera Conferencia, Fichte había caracterizado al saber como «la existencia absoluta o … la manifestación y la revelación del ser en su única forma posible» 3.
El dualismo del ser y de su propia imagen, que acaba de ser pensado como la condición fenoménica del ser, no puede limitarse en su alcance; pertenece, por el contrario, a la propia definición de la estructura interna de la fenomenalidad y aparece, por tanto, como una prescripción de orden eidético, como una condición absolutamente universal, idéntica a la esencia de la manifestación como tal. A esta condición está sometido, por consiguiente, no sólo la pared del ejemplo, sino todo lo que aspira al título de fenómeno, todo lo que puede y quiere manifestarse: el ser mismo en tanto que su vocación más íntima es justamente la revelación de sí. El ser de Dios sería únicamente el Ungrund 4 no sólo más oscuro sino más abstracto, y, como tal, algo completamente irreal, si no se sometiera a su vez a las condiciones que abren y definen el campo de la existencia fenoménica y de la espiritualidad verdadera.
Ahora bien, para ser más exactos, Dios mismo no es algo que se someta a tales condiciones; si es la esencia misma de la espiritualidad, Él es lo mismo que estas condiciones, se confunde con ellas; Él es no sólo esta vocación de manifestarse y de realizarse en esta manifestación, sino el movimiento mismo que actualiza esta vocación, el poder que hace de ella algo real. La esencia de la divinidad es idéntica, por consiguiente, con la de este poder; lo pensado en los dos casos es la estructura interna de lo absoluto, es la esencia de la manifestación como tal. De este modo, las condiciones de la fenomenalidad encuentran en la descripción de la esencia divina, no el ejemplo particular aunque privilegiado de una realidad a la que ellas someterían y que estaría subsumida bajo ellas como bajo una regla general, sino su propia realidad, en tanto precisamente que ellas no son unas condiciones abstractas, sino las condiciones mismas de la realidad y, como tales, la propia realidad ontológica absoluta.
Original
- Hay que tomar de nuevo la precaución de saber que Henry se limita aquí a reproducir la doctrina de otros, el monismo, que será luego objeto capital de su crítica (N. del T.).[
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- Fichte, Initiation à la vie bienheureuse, trad. M. Rouché, Aubier, Paris 1944. (VB), 141[
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- VB, 143-144; el subrayado es nuestro[
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- Literalmente, el In-fundamento, pero, más bien, el Fundamento sin fundamento o el Abismo. Se trata de una expresión frecuente en Schelling y en Hegel, que la toman de Jakob Boehme ( quien seguramente se inspiró en las especulaciones gnósticas del siglo 11 sobre el bythos divino, como se presentan, sobre todo, en el libro I adversus haereses de san lreneo) (N. del T.).[
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