(Patocka2015)
El mecanicismo moderno no puede considerarse, naturalmente, una pura teoría científica, marcado como lo estaba por rasgos metafísicos. Con todo, el surgimiento de esta metafísica se encuentra estrechamente relacionado con el método de la ciencia matemática de la naturaleza tal como, tras la primera campaña victoriosa de la ciencia natural, la del heliocentrismo de Copérnico a Kepler, fue elaborado en la siguiente oleada de teóricos de la mecánica de Galileo a Newton. El proceso de surgimiento de esta metafísica, que durante largo tiempo pasó por ser lisa y llanamente la «imagen científica del mundo», no se ha investigado hasta hoy por completo ni se ha clarificado desde una perspectiva filosófica. Es seguro que con este proceso no sólo guarda relación el surgimiento de la ciencia moderna, sino también los destinos de eso que llamamos psicología y de las investigaciones sociológicas y de ciencias humanas que se basan en ella. No menos seguro es que el proceso mecanicista ha promovido, como una contestación a la audacia y sutileza de su construcción metafísica, el surgimiento de las modernas tendencias escépticas del empirismo, así como los intentos de respuesta desde el criticismo y las filosofías idealistas de la época poskantiana.
Todos los críticos de la metafísica mecanicista señalan su carácter artificioso. Lo que existe en rigor no es para ella algo que simplemente esté dado, en lo que vivamos de manera natural y en cuyo ámbito nos movamos gracias a los automatismos instintivos que hemos recibido de la naturaleza, sino que lo que existe en rigor es algo construido por el pensamiento. El instrumento intelectual para pensar lo que existe en rigor es la matemática, o sea, esa disciplina de las entidades que nuestro espíritu puede «abrir» con su sola y propia espontaneidad. La matemática nos enseña a formular las verdaderas conexiones objetivas, las leyes estructurales de la naturaleza; entre éstas se cuentan también las leyes que nos permitirán un día expresar la regularidad que rige los fenómenos subjetivos, los sucesos que nos vienen dados instintivamente. La propia subjetividad se volverá así un anexo, una expresión de la objetividad.
La condición artificiosa de la metafísica mecanicista se observa en un rasgo adicional. Pues el método matemático-causal determina que, al seguirlo, nos traslademos de golpe a un mundo de cosas en sí respecto del cual nuestro mundo inmediato se comporta como un mero «reflejo» subjetivo. De este modo, por una parte, nos abrimos paso con seguridad hacia las «cosas en sí», mientras que, por otra, estas cosas son algo de lo que por principio no cabe tener experiencia. Estamos en dos mundos: en uno por nuestro pensamiento, en otro por nuestra vida. Y esta escisión es definitiva, no hay puente que pueda mediarla.
Lo más importante en términos subjetivos de semejante artificiosidad estriba en que esta concepción no sólo excluye toda participación directa del sujeto a la hora de comprender el mundo, sino también toda participación del sujeto en la acción en el mundo. Pues quien toma parte en esta acción no es el sujeto viviente y vivido, sino su sustrato material, del que no se tiene vivencia.
Pero conviene reparar en que el tránsito al mundo fisicalista de las «cosas en sí» tiene lugar a partir de lo inmediatamente dado, y lo inmediatamente dado es lo subjetivo, garantizado por la autocerteza de la conciencia que Descartes descubrió. La solidez de esta transición depende de la confianza que tengamos en nuestros conceptos y métodos objetivo-racionales —sobre todo, en los matemáticos y los metafísicos (sustancia, causalidad)—. Pero contra estos tres frentes se alza el escepticismo del empirismo moderno. Con ello pone en cuestión, problematiza, el tránsito a las «cosas en sí», y a primera vista atenúa la dicotomía del mundo. También las construcciones fisicalistas se reducen a estructuras de la experiencia subjetiva y son en el fondo subjetivas y empíricas. Por tanto, nosotros vivimos en un único mundo y no vamos más allá de él siquiera cuando pensamos. «Ese otro mundo» y toda la ciencia matemática de la naturaleza es, en cambio, lo que ahora se vuelve problemático.
El positivismo representa entonces un intento de vincular este mundo unitario, pero también subjetivo y relativo (referido al sujeto) en que vivimos, y los métodos de la ciencia matemática de la naturaleza. El vínculo se ha de alcanzar abandonando los conceptos «metafísicos» de sustancia y causalidad, que deben ser sustituidos por los más productivos de relación y función. Y el empleo de métodos matemáticos se interpreta de manera distinta a como se hace en la visión mecanicista del mundo. Ya no se trata de que nos franqueen el acceso a un mundo distinto, sino de que constituyen un discurso acerca del mundo vivido que es distinto del lenguaje de uso corriente: el suyo es el lenguaje de la predicción exacta. El mundo de la ciencia de la naturaleza y el mundo científico se depuran así de todo lo no relativo o no práctico que los trascienda. Se llega con ello a una «depuración de la experiencia» y, en notable medida, también a un retorno a la «visión natural del mundo».[2]
Así es como ha surgido el problema de la visión «natural» del mundo, y correlativamente el problema del mundo «natural». En problema se convierte por el hecho de que ni el diagnóstico de la enfermedad ni la terapia propuesta resultan convincentes para todos los que se ocupan de la imagen científica del mundo. Permítasenos, en prueba de ello, alegar una serie de voces que han tratado de avanzar un diagnóstico más profundo.