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Byung-Chul Han (Zen) – O vazio [Leere] do cântaro

sábado 20 de julho de 2024, por Cardoso de Castro

Martin Heidegger, en la famosa conferencia La cosa, habla también del cántaro de una manera muy poco convencional. Con el ejemplo del cántaro Heidegger aclara allí qué es propiamente la cosa. Primero llama la atención sobre el vacío del cántaro:

¿Cómo aprehende el vacío del cántaro? Aprehende en cuanto toma lo que es vertido. Aprehende en cuanto conserva lo recibido. […] El doble aprehender del vacío descansa en el verter. […] Verter desde el cántaro es escanciar. La esencia del vacío que aprehende está congregada en el escanciar. […] Llamamos el regalo a la congregación del doble aprehender en el verter, que como conjunción constituye por primera vez la esencia plena del escanciar. Lo que hay de cántaro en el cántaro esencia en el regalo de la efusión. También el cántaro vacío conserva la esencia que tiene desde el regalo, por más que el cántaro vacío no permite escanciar. Pero este no permitir es propio del cántaro y solo del cántaro. En cambio, una guadaña o un martillo no tienen capacidad para un no permitir este escanciar [GA7  ].

Hasta aquí Heidegger no va más allá de la posición débil del monje del asiento más alto. Este habría dicho también: el cántaro no es una guadaña. La «esencia» del cántaro, a saber, el don de escanciar, es lo idéntico en el cántaro, que distingue a este de la guadaña y del martillo. Heidegger no abandona aquí el modelo de la substancia. Sin embargo, luego da un paso más, aunque sin derribar el cántaro, sin arrojarlo al campo del vacío:

En el agua del escanciar se demora la fuente. En la fuente se demora la roca, y en ella el oscuro arrullo de la tierra, que recibe la lluvia y el rocío del cielo. En el agua de la fuente se demoran las nupcias del cielo y de la tierra, y estas se demoran en el vino, que da el fruto de la vid, donde se confían el uno al otro lo alimenticio de la tierra y el sol del cielo. En el regalo (escancia) del agua y en el regalo del vino se demoran en cada caso el cielo y la tierra. Pero el regalo de la efusión es lo que hay de cántaro en el cántaro. En la esencia del cántaro se demoran la tierra y el cielo [GA7].

Por tanto, la cosa no es un algo, a la que le son inherentes determinadas «propiedades». Más bien, lo que convierte al cántaro en cántaro está en las referencias mediadas por el «demorar». Junto al cielo y la tierra se demoran en el regalo de la efusión los divinos y los mortales:

El regalo de la efusión es el sorbo para los mortales. El mortal alivia su sed. Recrea su musa. Alegra su sociabilidad. Pero el regalo del cántaro a veces se vierte también para la consagración. Si la efusión es para la consagración, entonces no calma la sed. Sosiega la celebración de la fiesta en la altura. […] La efusión es la bebida que se ofrece a los dioses inmortales. […] La bebida consagrada es lo que la palabra «efusión» propiamente denomina: ofrenda y sacrificio. […] En el regalo de la efusión, que es un sorbo, se demoran a su manera los mortales. En el regalo de la efusión, que es una bebida, se demoran a su manera los divinos, que reciben de nuevo el regalo de la efusión como el don de la ofrenda. En el regalo de la efusión se demoran de manera diferente en cada caso los mortales y los divinos [GA7].

El cántaro «es» en cuanto permite demorarse en sí, en cuanto «congrega» la tierra y el cielo, los divinos y los mortales. A la «congregación» de los «cuatro» Heidegger la llama el «mundo» o el «cuadrado» (Geviert  ). El cántaro «es» el mundo. La «esencia del cántaro» es la relación de tierra y cielo, de los divinos y los mortales. Ciertamente Heidegger piensa la cosa desde esta relación de los «cuatro». Pero a la vez se aferra al modelo de la «esencia». La cosa no está libre del modelo de la substancia. Heidegger esculpe en ella una interioridad que la aísla monádicamente. Así, una cosa no puede comunicar con otras cosas. Cada cosa congrega «solitaria para sí» tierra y cielo, divinos y mortales. No conoce ninguna «vecindad». No hay ninguna cercanía entre las cosas. Las cosas no moran   o habitan las unas dentro de las otras. Cada cosa está aislada para sí misma. La cosa de Heidegger, como la mónada, carece de ventanas. En cambio, el vacío del budismo Zen funda una cercanía de vecindad entre las cosas. Estas hablan entre sí, se reflejan las unas en las otras. La flor del ciruelo habita en el estanque. La luna y la montaña despliegan una recíproca acción conjugada la una dentro de la otra.


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BYUNG-CHUL HAN. Filosofía del budismo Zen. 1.a edición ed. Barcelona: Herder, 2015.