Oscar Portela: El ser de las cosas

Nos preguntamos: “¿Hay cosas cuyo valor y virtud no sean consecuencias de aquel poner por nosotros o por el Diablo? ¿Hay cosas cuyo viso no nos engañe y nos conduzca a la nada?” La respuesta es afirmativa: los objetos configurados por el arte no son resultado de poner alguno; en sí mismos, ellos tienen. ¿Y qué tienen? Tienen ser y realidad: son la realidad que tienen, y tienen por el ser que poseen.

Cualquier interpretación de estas pinturas será inferior a ellas mismas, inacabables e inabarcables, y ello por encarnar precisamente la modestia del ser y de la necesidad. La serie de discursos sobre un cuadro, nace interminable, si el cuadro es arte. Quien hable, por consiguiente, de las pinturas que observamos, habrá de comenzar manifestando: “Es mi interpretación”. Esta afirmación no es expresión de la cautela, sino de la necesidad: el arte emana y no se agota.

En estas pinturas que vamos a contemplar, nada hay puesto por nuestra conciencia ni por el Diablo; encierran ser y realidad, son esto que está ahí, lo enteramente particular, la sintaxis de las apariencias, el hermoso fuera de las acaecencias, la figura irrepetible que existe bajo la forma canónica: la forma habita nuestro espíritu, pero la figura ocurre descubierta y mostrada por el pintor. Lo que vemos aquí resulta, pues, arte: reiteración de las esencias y mediación de unas con otras: el mundo.

Volvemos a preguntar: “Amén de los objetos de arte, ¿hay algunos otros que no devengan efecto de aquel poner de que hemos hablado?” La respuesta también resulta afirmativa: se trata de las cosas que son vida o que son muerte. La vida posee su realidad y su ser, y la muerte, los suyos: no hay mímica ni oquedad en ellas. ¿A quién se le ocurriría sostener que la vida y la muerte han sido puestas por nosotros o por el Diablo?

He aquí, por tanto, que la vida, la muerte y el arte son la única realidad y el único reino del ser. Sobre ellos, el Diablo no tiene jurisdicción; tampoco nuestra vanidad ni nuestro temor. Ser vida es lo más profundo; después, ser arte; de la muerte no sabemos, sino su contundencia.

El cursi, el vulgar, el trivial, ponen realidad y ser en cosas que son nada, como aquella botella lujosa que hemos mencionado; de ahí la angustia que sus manifestaciones o exhibiciones nos producen: viven, en efecto, un mundo de mentirijillas: lo que no es.

Nosotros sentimos santo temor del ser y de la realidad; por eso amamos la vida y el arte, y pensamos, constante, en la muerte: son el misterio.

Miguel Espinosa.