La apuesta hermenéutica – aquello sobre lo que, por así decir, se pone todo como sobre una carta -, es decir, el “como qué” en el que, por así decir, se aprehende la facticidad de antemano, es decir, el decisivo carácter de ser, en términos del cual empieza entendiéndose la facticidad (es decir, el carácter de ser por el que se empieza apostando), no es un inventum, es decir, no es algo que se pueda inventar o encontrar; pero tampoco es algo que tengamos de antemano, sino que ese “como qué” es algo que brota (algo que surge de) una experiencia fundamental, es decir, algo que en este caso surge de un filosófico estar atenta y despierta, en el que la exsistencia se topa consigo misma. Hemos llamado a tal estar-atenta la exsistencia filosófico, y eso quiere decir: se trata de un ser-ésta-despierta que permanece vívido en (o que vive y se nutre de) una autointerpretación original que la propia filosofía se ha dado de sí misma, de suerte que esa autointerpretación constituye [en esa su originalidad y radicalidad] una posibilidad decisiva y una forma decisiva de toparse la exsistencia consigo misma. Heideggeriana: GA63
Además, para la fe, el hombre, tal como ahora nos (lo) encontramos y tal como ahora es, es una creatura “caída”, o dicho de otro modo: una creatura redimida por Cristo, y restaurada y restablecida así en su ser. Estar-caído, ser-pecador, es un estado que no proviene de Dios, sino un estado en que el hombre se ha puesto a sí mismo; en tanto que creado por Dios hubo alguna vez de ser bueno (bonum), pero de suerte que en ese ser así, en ese ser bueno, venía simultáneamente dada la posibilidad de la caída. Esta introducción y este poner por delante el estado actual viene motivado por la experiencia (original en cada caso) del ser-pecador, es decir, por la experiencia (original en cada caso) de ser un pecador, y ésta viene a su vez motivada por la originalidad o no originalidad (en cada caso) de la relación con Dios. Heideggeriana: GA63
En enfoque que la interpretación se da, es decir, el planteamiento mismo de la interpretación, se ve así remitido al determinado “hoy” desde el propio objeto temático de la interpretación. Y este quedar-remitido, no solamente no hay que debilitarlo ni aguarlo, sino que la propia posibilidad de agarrar la facticidad, de aprehenderla, depende de la originalidad con que esa remisión o ese quedar remitido se lo capte y se lo lleve hasta el fin. En el público quedar-interpretado ese hoy, hemos de poner a la vista categorías específicas de la exsistencia para las que hay que mantenerse vigilantes y despiertos. El hoy ontológicamente, es decir: presencia o actualidad del Zunächst, del “primariamente” (es decir, de cómo la exsistencia primariamente se es o se entiende), el Se (el Man, ,el impersonal), el ser-unos-con-otros, “nuestro tiempo”. Heideggeriana: GA63
La proposición nietzscheana según la cual la verdad es ya la consecuencia de una ilusión, así como la que se encuentra a su base y que afirma que la verdad es una ilusión, o incluso la ilusión, suenan ciertamente arbitrarias y extrañas. Y no sólo deben sonar así, sino que tienen que ser extrañas y terribles, porque en cuanto proposiciones pensantes hablan de aquello que acontece oculto, siempre sustraído al dominio de lo público. Por eso será necesario aún otorgarle su peso justo a esta primera referencia al pensamiento fundamental de Nietzsche sobre la esencia del conocimiento y de la verdad. Esto ocurrirá mostrando que la determinación nietzscheana de la esencia de la verdad no es la afirmación extravagante y sin fundamento de una persona que se desvive por mostrar su originalidad a cualquier precio, sino que la determinación de la esencia de la verdad como “ilusión” está en una conexión esencial con la interpretación metafísica del ente y es, por lo tanto, tan antigua e inicial como la metafísica misma. Heideggeriana: VontadePoder
El primer recuerdo se remonta al mes de agosto de 1951. Nos encontramos en la ciudad alemana de Darmstadt, donde en bien ceñido marco se celebran anualmente conferencias sobre un tema determinado. Aquel año versaban sobre el tema “El hombre y el espacio”. Entre los hombres de ciencia y arquitectos que habían sido requeridos a hablar, nos contábamos Ortega y yo. Después de mi conferencia, que llevaba el título “Edificar, habitar, pensar”, un orador empezó a disparar violentos ataques contra lo que yo había dicho y afirmó que mi conferencia no había resuelto las cuestiones esenciales, que más bien las había “despensado”, es decir, disuelto en nada por medio del pensamiento. En este momento pidió la palabra Ortega y Gasset, cogió el micrófono del orador que tenía a su lado y dijo al público lo siguiente: “El buen Dios necesita de los “despensadores” para que los demás animales no se duerman”. La ingeniosa salida hizo cambiar de golpe la situación. Pero no era sólo una salida ingeniosa, era sobre todo caballeresca. Este espíritu caballeresco de Ortega, manifestado también en otras ocasiones frente a mis escritos y discursos, ha sido tanto más admirado y estimado por mí pues me consta que Ortega ha negado a muchos su asentimiento y sentía cierto desasosiego por alguna parte de mi pensamiento que parecía amenazar su originalidad. Una de las noches siguientes volví a encontrarle con ocasión de una fiesta en el jardín de la casa del arquitecto municipal. En hora avanzada iba yo dando una vuelta por el jardín, cuando topé a Ortega solo, con su gran sombrero puesto, sentado en el césped con un vaso de vino en la mano. Parecía hallarse deprimido. Me hizo una seña y me senté junto a él, no sólo por cortesía, sino porque me cautivaba también la gran tristeza que emanaba de su figura espiritual. Pronto se hizo patente el motivo de su tristeza. Ortega estaba desesperado por la impotencia del pensar frente a los poderes del mundo contemporáneo. Pero se desprendía también de él al mismo tiempo una sensación de aislamiento que no podía ser producida por circunstancias externas. Al principio sólo acertamos a hablar entrecortadamente; muy pronto el coloquio se centró en la relación entre el pensamiento y la lengua materna. Los rasgos de Ortega se iluminaron súbitamente; se encontraba en sus dominios y por los ejemplos lingüísticos que puso, adiviné cuán intensa e inmediatamente pensaba desde su lengua materna. A la hidalguía se unió en mi imagen de Ortega la soledad de su busca y al mismo tiempo una ingenuidad que estaba ciertamente a mil leguas de la candidez, porque Ortega era un observador penetrante que sabía muy bien medir el efecto que su aparición quería lograr en cada caso. Heideggeriana: OrtegaEncontros