Pues una vez llega el poeta, incluso después de viaje feliz y aún lleno de esperanzas, al lugar de la antigua diosa del destino y pide el nombre de la joya, rica y delicada, que tiene en la mano. No es ni «prodigio de la lejanía» ni «sueño». La diosa busca largamente pero en vano. Le hace saber: «Sobre el profundo fondo nada así descansa» Heideggeriana: EssenciaLinguagem
Así aprendí triste la renuncia: Ninguna cosa sea donde falta la palabra. Volvemos a escribir de nuevo el verso de modo que suene como una enunciación, incluso como una tesis doctrinal: Ninguna cosa es donde carece de palabra. Una cosa es solamente cuando no falta la palabra, cuando la palabra es. Con todo, si la palabra es; ella misma debe también ser una cosa; porque «cosa» indica aquí cualquier cosa que de algún modo es: «Sueño o prodigio de la lejanía». ¿U acaso podría ser que la palabra, cuando habla, no es, en tanto que palabra, una cosa; en nada parecido a lo que es? ¿Es la palabra una nada? ¿Cómo puede entonces ayudar a la cosa a ser? Lo que otorga ser, ¿no debe él mismo «ser» – tanto más y antes que nada – más que todas las cosas que son? En esta perspectiva debe presentársenos la cuestión mientras calculemos, esto es, mientras computemos el fundamento suficiente para algo que es, que dé razón del ente como consecuencia del fundamento, como su efecto, y que satisfaga así nuestra modalidad de la representación. De este modo, si la palabra debe conferir el «es» a la cosa, debe ella misma ser anterior a toda cosa; o sea, ser ella misma inevitablemente una cosa. Nos encontraríamos entonces en la situación en que una cosa, la palabra, confiere ser a otra cosa. Pero, dice el poeta: «Ninguna cosa sea donde falta la palabra». Palabra y cosa son diferentes, incluso están separadas. Creemos entender al poeta a la primera audición, pero, por así decirlo, no hemos rozado apenas reflexivamente el verso cuando lo dicho por él se diluye en la oscuridad. La palabra, que no es en sí misma cosa alguna, ningún algo que «es», se nos escapa. Parece que aquí sucede lo mismo que con la joya en el poema. ¿Se refiere, acaso, el poeta con la «rica y delicada joya» a la palabra misma? En este caso, Stefan George, con la intuición poética de que la palabra misma no es una cosa, le habría pedido a la Norna que le diera la palabra para la joya, es decir, para la palabra. Pero la diosa del destino le hace saber: «Sobre el fondo profundo nada así descansa». La palabra para la palabra no puede encontrarse en ningún lugar donde el destino (Geschick) obsequia con el habla que nombra e instituye lo existente para que lo sea y como tal ente brille y florezca. La palabra para la palabra – un tesoro, en verdad – sin embargo, no puede ser ganada para el país del poeta: pero ¿y para el pensamiento? Cuando éste intenta seguir reflexivamente tras de la palabra poética se hace patente esto: la palabra, el decir, no tiene ser. Pero nuestro acostumbrado modo de representarnos las cosas se resiste a semejante noción. Después de todo, cada cual ve y oye palabras en escritura y en sonido. Las palabras son: pueden ser como cosas, asequibles a nuestros sentidos. Para ofrecer el ejemplo más crudo, basta con abrir un diccionario. Está lleno de cosas impresas. En efecto, lleno de términos pero de ninguna palabra. Pues la palabra por la que las palabras advienen a la palabra, ningún diccionario puede asirla ni cobijarla. ¿Adónde pertenece la palabra y adónde el decir? Heideggeriana: EssenciaLinguagem
Pensemos hacia atrás hasta Hómero, quien asimismo ya había mostrado la presencia de un algo presente, casi como desde sí mismo, en relación con la luz. Y esto sucede en una escena que recuerda el regreso de Odiseo. En la marcha por el camino de Eumaios aparece Atenea en forma de una bella y joven mujer. El hijo de Telémaco, no obstante, no la vé, y el poeta dice: “Ou gár pos pántessi theoì phaínontai enargeîs” (Od. XVI, 161). “No a todos, pues, se les aparecen los dioses enargeîs – se suele traducir esta palabra por “visible”. Sólo que, argós quiere decir, brillante. Lo que brilla, que ilumina desde sí mismo. Lo que ilumina de ese modo, se hace presente desde sí mismo. Odiseo y Telémaco ven a la misma mujer. Sin embargo, Odiseo percibe el hacerse presente de la diosa. Los romanos han traducido más tarde enárgeia, en tanto lo-que – ilumina-desde-sí-mismo, con el término evidentia; evideri quiere decir, tornarse visible. La evidencia es pensada por los hombres hasta aquí como lo que puede verse. La enárgeia, frente a esto, es un carácter de las cosas mismas que están presentes. Heideggeriana: AssuntoPensar
En todo caso, ya que lo que queremos es evitar la arbitrariedad del pensamiento en nuestra reflexión, pedimos aquí, en Atenas, el consejo y la guía de la antigua protectora de la ciudad y del país ático, de la diosa Atenea. La plenitud de su divinidad nos parece impenetrable. Sólo daremos noticias de lo que Atenea nos ha dicho acerca de la proveniencia del arte. Heideggeriana: ArtePensar
Homero llama a Atenea polýmetis, la múltiple consejera. Y ¿qué significa aconsejar? Significa: anticipar, prever y, por tanto, dejar que algo resulte, que se logre. Es por eso que, Atenea impera siempre allí donde los hombres producen algo, traen a la luz, encaminan algo, ponen algo en obra, actúan y hacen. De ese modo, Atenea es la amiga consejera y ayuda de Hércules en sus proezas. La métopa de Atlas del Templo de Zeus en Olimpia muestra a la diosa aún invisible en su asistencia y a la vez lejana, desde la elevada distancia de su divinidad. Atenea da especialmente consejo a los hombres que producen aparatos, vasijas, adornos. Todo aquel que es hábil en el producir [Herstellen], que conoce su oficio, que puede dirigir su manejo, es un technítes. Captamos muy estrechamente el sentido de este nombre, cuando lo traducimos por el de “artesano”. También aquellos que levantan obras arquitectónicas y producen obras plásticas se llaman tecnitas. Se llaman de ese modo, porque su hacer determinante está guiado por un comprender, que lleva el nombre de techne. La palabra nombra un tipo de saber. No mienta el hacer ni el elaborar. Pues, saber significa: tener previamente en la mirada aquello, que es importante al sacar afuera, producir [Hervorbringen] una imagen y una obra. La obra también puede ser una tal de la ciencia y de la filosofía, de la poesía y del discurso público. El arte es techne, pero no técnica. El artista es technítes, pero no técnico, ni artesano. Heideggeriana: ArtePensar
El mirar previo que lleva el arte necesita de la iluminación. ¿Desde qué otro lugar puede ofrecérsele ésta al arte más que desde la diosa, que como polýmetis, la de múltiples consejos, es, a su vez, glaukôpis? El adjetivo glaukós nombra el radiante refulgir del mar, de los astros y de la luna, pero también el fulgor del olivo. El ojo de Atenea es el que brilla y refulge. Por eso le pertenece a ella como símbolo de su naturaleza, la lechuza, he glaúx. Cuyo ojo no sólo es ardiente y fulgente, sino que también ve a través de la noche y hace visible lo que de lo contrario sería invisible. Heideggeriana: ArtePensar
A pesar de ello, tenemos que preguntar aún más exactamente: ¿Hacia dónde se dirige la mirada aconsejadora e iluminadora de la diosa Atenea? Heideggeriana: ArtePensar
Para hallar la respuesta, tengamos presente el relieve consagrado a la diosa Atenea, en el museo de la Acrópolis. Desde él, Atenea se presenta como la skeptoméne, la meditabunda. ¿Hacia dónde se dirige la mirada meditabunda de la diosa? Hacia el monolito fronterizo, hacia el límite. El límite, sin embargo, no es sólo contorno y marco, ni solamente aquello en lo que algo termina. Límite mienta aquello mediante lo cual algo se halla reunido en lo suyo propio, para aparecer desde allí en su plenitud, hacerse presente. Al meditar el límite, Atenea ya tiene en la mirada aquello, hacia donde tiene que mirar previamente el actuar humano, para hacer aparecer lo así divisado en la visibilidad de una obra. Más aún: la mirada meditabunda de la diosa no sólo contempla la figura invisible de posibles obras humanas. La mirada de Atenea descansa ante todo, ya, sobre aquello que deja que las cosas, que no necesitan primeramente de la producción humana, surjan desde sí mismas en la moldura de su presencia. A esto lo llamaron los griegos desde antaño la phýsis. La traducción romana de la palabra phýsis por natura y, finalmente, el concepto de naturaleza, que desde aquí se hizo rector en el pensamiento occidental – europeo, encubren el sentido de aquello que phýsis mienta: lo que surge por sí mismo en su respectivo límite y permanece en él. Heideggeriana: ArtePensar
A raíz de este saber, Atenea como hija de Zeus, es la de los múltiples consejos, polýmetis, la que ve claramente, glaukôpis y skeptoméne, la diosa meditadora del límite. Heideggeriana: ArtePensar
Habría que pensar allá afuera, en la remota proximidad del dominio de la diosa Atenea, para presentir siquiera algo del misterio de la proveniencia del arte en la Hélade. Heideggeriana: ArtePensar
Es necesario el paso atrás. Atrás ¿hacia dónde? Atrás hacia el inicio que se nos insinuaba con la referencia a la diosa Atenea. Sólo que este paso atrás no significa que el mundo griego antiguo tenga que ser reactualizado de alguna manera, y que el pensar deba buscar su refugio en los filósofos presocráticos. Heideggeriana: ArtePensar