No es preciso ser un gran filósofo — son muy escasos en la historia de la humanidad — para haber desempeñado en la historia de las ideas un papel importante. Y Sebastián Franck, sin ser un gran pensador ni un gran erudito, es mucho más que un simple compilador, que un pálido reflejo del humanismo sabio. Supo fundir las opiniones y las doctrinas que tomó en una concepción bastante coherente. Ya lo hemos dicho: amalgama y no sistema. Pero esta amalgama no por ello carece de unidad: un mosaico, concedido, pero este mosaico se ordena en torno a algunas ideas maestras no carentes de interés ni siquiera de valor. Y esas ideas le pertenecen. Su obra lleva el sello de un pensamiento personal, si no muy profundo, de un alma valerosa y sincera. Y no tuvo miedo de las consecuencias a las que le empujaban sus principios.
Cierto que no es humanista. Pero en toda la literatura de su época (en su medio y en su país) quizá no haya ninguna otra obra que esté tan penetrada de un espíriu auténticamente humano. Nadie, quizá, fue tan realmente «imparcial» y honesto. Y fue a imagen de su propia alma — imagen y similitud divina — como Sebastián Franck se «forma» su concepción del Dios «imparcial». Su Dios no es el Dios lejano y terrible de Lutero. Ya hemos dicho que en su religión personal no había lugar para la desesperanza ni para el terror. El Dios de Franck es cercano, amable, dulce. Su concepción se acerca sensiblemente a la de Zwinglio, a la de Erasmo. Como para ellos, para Franck, Dios es ante todo el Bien sustancial (eine wesentliche Güte) es la fuerza infinita del Bien infinito, que ha creado el mundo y el hombre, que los mantiene en el ser, los guía y los conduce. Dios bondad, Dios creador, Dios providencia, he ahí los aspectos en que primeramente se la aparecía esa esencia infinita. Sebastián Franck está tan lleno de esta idea que le parece que pertenece por naturaleza a la conciencia y al pensamiento del hombre; le es innata y por eso, por naturaleza, el hombre es llevado a creer en Dios, es decir, según Franck, no sólo a creer en su existencia, sino también, y sobre todo, a amarle con un amor confiado, con un amor filial, a poner su fe en Dios (confiriere in Deum). Como para Zwinglio, Dios es, ante todo para él, el Padre celeste, der Himmelische Valer.
Pero, ¿qué es ese Bien sustancial, ese Ser supremo? Franck acepta las doctrinas y las afirmaciones tradicionales de los místicos y de los teólogos, las del Pseudo-Denis y de San Agustín, las del Maestro Eckhart y de Santo Tomás: no se puede definir a Dios, ninguno de nuestros conceptos se puede aplicar a él. Es superior a toda noción, a toda definición, a toda determinación. Sólo las negaciones le son aplicables, espersonlos, wirklos, affectlos, Sólo por relación a nosotros es persona, fuerza; sólo por ella adquiere una forma. Se humaniza por y para nosotros. En sí, es, por el contrario, muy superior a los conceptos y a las definiciones; y es así en sí mismo, ontológicamente y no en razón de la debilidad de nuestra razón. No es nada de definido ni de determinado, porque no tiene ni fin ni término. No es nada y es el Ser mismo, el Ser de todo ser, la Esencia de toda esencia, Substancia de toda substancia, Naturaleza de toda naturaleza. Es el fundamento del Universo, la fuente de la naturaleza, porque la naturaleza y el Universo son él; la naturaleza, en tanto que es ser, es su expresión. Por tanto, es él mismo.