GA34 – transparência

Durchsichtigkeit / Durchsichtig

Helle (hell), «claridad» («claro»), viene de hallen, «resonar», y originalmente es una designación del sonido (de la emisión), y es lo contrario de dumpf, «sordo», «apagado». Es decir, hell, «claro», no es originalmente un carácter de lo visible, sino que, en el lenguaje, fue previamente transferido a lo visible, al campo en el que la luz juega un papel. Así hablamos ahora de «día claro, luminoso». Pero estas transferencias que lleva a cabo el lenguaje, aquí desde el campo de lo audible al campo de lo visible, nunca son casuales, y, la mayoría de las veces, en ellas se manifiesta incluso una fuerza y una sabiduría primitivas del lenguaje, aunque ahora confesamos con toda libertad que de la esencia del lenguaje sólo sabemos poco y sólo aspectos externos. Si el significado de hell, «claro», se puede transferir a lo visible y equiparar con el «aclarar», «iluminar», su claridad con la luz, entonces esto sólo puede suceder por referencia a una afinidad esencial de ambos fenómenos, a un momento que la claridad en tanto que resonante tiene esencialmente en común con la luz como iluminante. El sonido y la emisión claros («resonantes»), que aún tienen su incremento en lo gellend, lo «estridente», lo «chillón» (Nachtigall, «ruiseñor»), son lo penetrante: se difunden, más aún, penetran. El sonido sordo, apagado, por así decirlo, más inerte, en cierta medida se rezaga pesadamente, no es capaz de imponerse. Lo claro tiene el carácter del «a través» («por donde»). Lo mismo, de otro modo, se evidencia con la luz y con el «día luminoso». También la luz tiene el carácter del «a través». Este carácter del «a través», a diferencia de lo oscuro, lo que se rezaga, es lo que conduce a que el significado de Helle, «claridad», se transfiera de lo audible al campo de la visión. Claridad es aquello a través de lo cual vemos. Dicho más exactamente: la luz no es sólo lo que se abre paso a través, sino que ella misma es el «a través», lo que deja pasar a través, a saber, el ver y la mirada. Lo luminoso es lo trans-parente, es decir, lo difusivo, lo que abre, lo que permite pasar. La esencia de la luz y la claridad es el ser transparente, el permitir ver a través. §6

Pero esta caracterización es, como se evidencia enseguida, insuficiente. En primer lugar, habrá que distinguir en qué medida es transparente, por ejemplo, una luna de cristal o incluso un cristal coloreado, y en qué medida es transparente la luz. Poner de relieve ambas formas de permitir pasar a través, determinará esencialmente aún con más precisión la esencia de la luz como lo permeable. §6

Transparente llamamos también al vidrio, aun cuando esté colorea-do, a una luna de cristal o al agua, y se plantea la pregunta: ¿son también transparentes de este modo la luz y la claridad? ¿lo son ambas en el mismo sentido? Evidentemente no, y no sólo porque la claridad no es asible como una luna de cristal o una cantidad de agua, sino porque esto transparente, el cristal y el agua y todo lo que les es similar, al fin y al cabo, presupone la claridad. Cosas tales sólo son transparentes a la luz, y sólo a la luz permiten ver a través de ellas. La visión en general, y por tanto tal ver a través, la posibilita por vez primera la luz. También la luz (la claridad) es transparente, pero en un sentido más estricto: como lo transparente propiamente y en primera instancia. Vemos dos cosas: la luz deja pasar por vez primera el objeto, como visible, para la mirada, y permite que la mirada vidente pase a través hacia un objeto que hay que avistar. La luz es lo que permite pasar. Claridad es visibilidad (lo visible), difusibilidad, apertura de lo abierto. Con ello hemos determinado la auténtica esencia de la claridad: les posibilita a las cosas mostrarse a la mirada, ofrecer una visión para el ver en el sentido reducido de percibir por medio del sentido de la vista. §6

Además, esta forma de preguntar no ofrece inicialmente ninguna dificultad para la comprensión, pues ¿qué es más sencillo, más transparente, más manejable y más corriente que esta pregunta por el qué, como queremos designarla brevemente? Por ejemplo, preguntamos: ¿qué es esta cosa aquí presente? Respondemos: un libro. Es decir, mencionamos el nombre de la cosa. Pero con la pregunta por el qué que acabamos de formular, en realidad no queríamos preguntar: ¿qué nombre tiene la cosa, cómo se llama?, sino: ¿qué es? Y pese a todo, la designación del nombre, por ejemplo «libro», en un primer momento es una respuesta satisfactoria, porque el nombre «libro» es eso que se da en llamar un nombre genérico, es decir, que indica con su significado lo que tal cosa como lo presente es en general: un libro. Pero esto que lo presente es en general, podemos ponerlo enseguida bajo la misma pregunta: ¿qué es eso, el «libro»? Entonces estamos preguntando por lo que constituye en general a tal cosa como un libro, lo que se necesita para que algo sea un libro, es decir, lo que permanente y necesariamente forma parte de toda cosa que llamamos libro, aunque los libros singulares puedan cambiar tan arbitrariamente de contenido, tamaño, tipo de formato, de papel, de impresión, de encuadernación y de ornato, de color, etc. Bien: lo que primero era respuesta, es puesto en cuestión. ¿Pero dónde está escrito qué sea un «libro en general»? ¿Hacia dónde preguntamos cuando preguntamos así? ¿Dónde hemos de leerlo? Pues bien, parece ser fácil: tomando libros singulares y comparándolos. ¿Libros singulares? ¿Pero de dónde sabemos, pues, que son libros, cuando justamente estamos preguntando qué es un libro? Así, con la pregunta en apariencia tan inofensiva y simple: «¿qué es eso?», enseguida caemos en una confusión desmesurada. Cuando ponemos algo bajo la pregunta por el qué, por un lado debemos conocer ya este qué para aducir ejemplos para la comparación, y sin embargo sólo después se pregunta. §20

Él vuelve a seguir el mismo procedimiento: 1) el fenómeno se facilita positivamente durante un trecho; 2) pero en ello, con ayuda de un momento del fenómeno visto correctamente, la consideración se aparta del camino, 3) volviendo a llegar a resultados que también expresan la imposibilidad de esta concepción, porque con ella el fenómeno mismo se destruye. Puesto que, a partir de aquí, la marcha de la conversación es transparente, doy sólo brevemente los comprobantes para los tres puntos. §39

¡Recordemos al servicio de qué tarea suceden todos estos pasos! La pregunta pendiente dice: ¿qué órgano está en juego cuando percibimos algo en cuanto a ambos, color y sonido, es decir, en cuanto a lo uno y a lo otro percibido? La respuesta a esta pregunta exige una investigación de qué es lo que en general se percibe cuando percibimos en cuanto a ambos, y de cómo tiene que ser la propia percepción de lo percibido. El primer paso aportó la mostración de lo que, en aquel momento, llamamos «sobreexcedente», que ahora ya no debemos seguir llamando así. El segundo paso formula más expresamente este sobreexcedente, y muestra cómo sucede este percibir el sobreexcedente: la percepción sólo puede suceder por medio del alma misma, y sólo ella puede entablar una relación con el ser. El tercer paso muestra cómo hay que entender esta relación con el ser: como aspiración al ser. ¿Pero no es la indicación de ello lo que nos pone sobre todo en dificultades y confusión? Así pues, si queremos abarcar de un vistazo todo eso y no queremos reprocharnos nada, tenemos que confesar que estas consideraciones sobre el ser y la aspiración al ser eran cualquier cosa menos transparentes y aprehensibles; al contrario: eran extrañas, no concebibles inequívocamente, confusas y además «abstractas», tal como el entendimiento habitual designa cosas tales. §34